La realidad impone alejarse de los dogmas y acercarse al sentido común

A un presidente de cuño peronista no hace falta explicarle que la única verdad es la realidad. Menos aún en una crisis, que deja a la vista situaciones que muchas veces quedan ocultas bajo las aguas de la normalidad. Es lo que generó el coronavirus con los sistemas públicos de salud a nivel mundial: advertir que su infraestructura es deficitaria y que sus servicios son deficientes fue la norma, con muy pocas excepciones. Con la cuarentena, la deuda y la economía en general está sucediendo un fenómeno similar: el Gobierno se trazó un rumbo, y ahora empieza a encontrar límites dentro de la realidad a la que esperaba llegar. La pregunta que domina este debate es qué hacer: aceptar los hechos o mantener el sendero original.

El ministro de Economía, Martín Guzmán, diseñó una propuesta de reestructuración de deuda que cualquier dirigente político calificaría de soñada. Quita de capital (leve), baja tasa de interés aplicada a los cupones y tres años de gracia para empezar a cumplir. Equivale a borrar el problema de la deuda durante casi todo el mandato de Alberto Fernández. Pero para que eso suceda hay que reconocer la realidad del mercado en el que se trabaja. El Gobierno sabe que ningún acreedor permitirá mansamente que un plan como el presentado por la Argentina se apruebe textual. Permitir la victoria de los deudores es un mal precedente, más aún cuando habría que concedérsela a un país que se ganó merecidamente su fama de defaulteador serial.

En esa lógica, los fondos extranjeros entienden que la dureza inicial es el primer paso de la negociación. Lo que hay ahora es ansiedad por ver si ese paso se plasma de alguna manera, o si la Argentina solo le va a hacer caso a su realidad imaginaria. No terminan de entender (probablemente nunca lo hagan) la escenificación política de la dureza por parte de un país que ha resultado incapaz de financiar su crecimiento.

Con la cuarentena hay una sensación similar. Los expertos coinciden en que ocho o diez semanas de aislamiento total despejarían los peores temores de contagio. Pero hay una sociedad que está empezando a sentir los límites de su realidad económica y social. No hay forma de hacer un control al 100% de las reglas que fueron fijando los gobiernos, y por eso se percibe ahora que estamos conviviendo con un aislamiento autoadministrado. El Presidente y los gobernadores debaten si hay que frenar esa corriente (con controles policiales, drones o multas) o guiarla, para que no sea tan marcada la brecha entre las localidades con pocos casos de coronavirus y aquellas en donde la curva seguirá creciendo.

La respuesta para la deuda es pagar de manera razonable, apelando al sentido común (como pide el propio ministro de Economía). La forma con la que el Estado se aleja de los extremos es con gestión eficiente y focalizada.

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