La inflación no solo achica los bolsillos

El pan lactal en envase chico pesaba 400 gramos. Ahora, viene de 350. El tamaño de la bolsa lo delata: queda chico adentro, sobra espacio. Las rodajas, inevitablemente, son más finas. Y en la versión "precios cuidados" se parecen más a una tostada industrial que a la otrora rebanada digna de un buen sándwich. El pote chico de queso crema bajó hace tiempo a 300 gramos y los paquetes de galletitas también se aligeran y comprimen. Son solo algunos ejemplos del otro lado de la inflación. "¿Esto se achicó o estoy loco?", es la duda que brota cada vez que los consumidores nos enfrentamos a la góndola y comprobamos que el envoltorio de lo que compramos con frecuencia está más "liviano", o que cada unidad perdió gramaje en el camino de la fiebre inflacionaria.

La sensación es diferente a la de la sorpresa por el aumento de precios. La suba de los lácteos, la mermelada o el jabón para lavar la ropa golpea –sobre todo, porque los saltos son de a 5 o 10% cada vez que ocurren- pero, en cierta forma, es más previsible. Uno ya va preparado para el impacto, para ver "a cuánto se fue" tal o cual cosa ahora. Y como el artículo de al lado también subió, solo queda la resignación. Pero el tamaño más chico del envase no avisa. Es una suerte de traición al contrato implícito con la marca. Un balde de agua fría a las expectativas. Y qué decir cuando al morder o tomar el producto nos queda la sensación de que ya no es igual, que no tiene el gusto de antes. Una percepción incomprobable tal vez pero a la que el envase comprimido le hace un flaco favor. Todo tiempo pasado siempre parece mejor.

En la compleja disyuntiva de subir los precios o resignar algo para que sus productos sigan pareciendo accesibles en determinado renglón del mercado, muchas empresas –no solo de consumo masivo- entraron en la lógica de reducir el tamaño de lo que ofrecen. "Si cobro lo que tengo que cobrar, no me lo compran", parece ser el razonamiento. Otra estrategia en paralelo es ofrecer nuevas variantes más chicas. La mini porción de la golosina o la latita/botellita de gaseosa "para darse un gusto".

Aunque en esas iniciativas influyan otros factores además del aumento de costos, como un cambio en las tendencias de consumo, el efecto escasez también se nota. Y la inflación igual va haciendo de las suyas cuando lo que valía $ 10 salta hasta $ 15. Si el dólar subió más de 100% en un año y la inflación no baja del 4%, ¿qué podemos hacer?, justifican los fabricantes, y la lógica económica les concede la razón. Pero sería bueno que sepan que, para muchos consumidores, advertir que el producto que compramos hace años ya no es el mismo tiene sus consecuencias.

Si la pizza grande que encargamos se parece más a la chica que a la de antaño y, encima, la muzzarella cambió… el sabor amargo no se va fácilmente, por más que sintamos que no aumentó tanto. Solo lo borra una porción de la vieja receta. Llegado a ese punto, hasta sería preferible pagar un poco más para mantener las cosas en su lugar. Que la inflación, de última, achique transitoriamente los bolsillos pero no se lleve puesta también la expectativa al abrir el paquete.

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