ENFOQUE

La grieta del mercado asegurador

Las recientes investigaciones judiciales muestran una crisis moral sin precedentes que deben invitarnos a una seria reflexión. Hay que aceptar que tenemos un problema gravísimo y debemos tomar la decisión dolorosa y necesaria de revisar comportamientos y desterrar de raíz varios malos hábitos que se hicieron costumbre. Una lupa estará puesta en el mercado asegurador. Es un tema difícil de abordar, porque desde el propio sector lo subestiman.

La gran mayoría de las aseguradoras y los agentes y auxiliares del sector son honestos y éticos. Pero como en muchos otros ámbitos, hay otros que no lo son, que utilizan prácticas cuestionables, desacreditando al mercado.

Es imprescindible cuidar de la buena imagen del sistema asegurador profesional, honesto y solvente, herramienta clave del desarrollo económico y del ahorro.

Hoy operan en nuestro país alrededor de 200 aseguradoras. Desde la creación de la Superintendencia de Seguros, se han registrado aproximadamente 900 compañías. Hubo, entonces, casi 700 aseguradoras que se han liquidado, en forma voluntaria o forzosa. Es un vergonzoso récord mundial, cuya consecuencia directa es que existan siniestros sin cubrir, patrimonios sin reparar, lesiones y muertes no indemnizadas, ahorros despojados y un daño reputacional al sector difícil de mensurar.

Nos preguntamos el porqué de la baja penetración del seguro en nuestro país; pues no representa más del 3% del PBI, porcentaje menor al de los países más desarrollados. Menor, incluso, que el de los países de la región y, en nuestro caso, sólo apalancados con "seguros obligatorios" -autos y riesgos del trabajo- que representan casi el 80% del total de las coberturas que se venden actualmente.

¡Alerta! Hay problemas: Capitales mínimos insuficientes, estados contables alterados, inversiones no permitidas, pólizas no emitidas (ni remitidas, ni registradas) o por debajo del costo técnico, siniestros y juicios no registrados (ni reservados, o reservados por montos irrisorios), pago de siniestros por sumas inferiores al daño ocasionado, indemnizaciones que se cubren dilatando los tiempos, mala atención en general, rechazos de coberturas a sabiendas de la sinrazón, aplicación de exclusiones de cobertura en forma abusiva, coberturas sin siniestralidad -ni riesgo-, gastos de producción y comercialización desmesurados, venta engañosa o que no fue solicitada.

 

Cuidado con las estafa

 

Desde hace años, se viene haciendo hincapié en la lucha contra el fraude en el sector del seguro, pero la mirada está puesta en el delincuente -profesional u ocasional- que defrauda aseguradoras, más nunca se analizan conductas cuestionables de algunas pocas compañías.

Les dicen los "rompe-huesos" a las organizaciones y personas que falsamente se automutilan para percibir indemnizaciones de siniestros que nunca existieron, pero no se analizan las malas prácticas realizadas por esa minoría de aseguradoras.

Un ejemplo de un simple accidente: Supongamos que el daño verdadero a indemnizar es de cien pesos. Si quien pretende el cobro, agiganta los presupuestos o inventa daños inexistentes e intenta cobrar el doble -$ 200-, es evidente que pretende cometer un fraude.

Pero en el supuesto inverso, ¿cómo interpretamos cuando la aseguradora ofrece indemnizar con $ 50 por un daño que verdaderamente es de $ 100? ¿acaso esto no es también un fraude?

Otra práctica que se produce en épocas de inflación y altas tasas de interés es cuando la compañía "decide priorizar" la inversión de los fondos en el sistema financiero, obteniendo importantes rentas, a costa de no cumplir con sus compromisos actuales y postergando los pagos a propios asegurados y a terceros. Esa compañía no honra sus compromisos, se vuelca a la especulación financiera y desnaturaliza la función del seguro. Ciertamente, estamos en presencia de la otra cara de la misma moneda.

Sería deseable que, además de la intervención obligatoria y necesaria del Organismo de Control, estas conductas lamentables sean condenadas por las propias aseguradoras y las cámaras del sector.

El desafío imprescindible es cambiar y, para ello, deben prevalecer las buenas prácticas por encima de quienes eligen el atajo.

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