La conducta antisemita

Como se sabe, han aparecido estos días carteles en barrios donde históricamente vivía la comunidad judía en Buenos Aires con el siguiente texto: El judío bueno, es el judío muerto. El judío bueno es Nisman. ¿Obra de alguna agrupación neo-nazi? ¿Una provocación de un grupo de loquitos? ¿Quizás la mano de cierto sector provocador de los servicios de informaciones? ¿Quieren asustar?

¿Qué? En la Argentina hay sensibilidad manifiesta ante el tema. Dos atentados e innumerables maldades obligan a muchos a ponerse en guardia.

Espasmódicamente brotan expresiones y acciones antijudías en la Argentina. En estos días, en paralelo con el antisemitismo evidente en Europa. Y la ola viene montada sobre dos episodios trágicos: la muerte del fiscal Nisman por un lado, no resuelta, y el 70 aniversario de la liberación del campo de exterminio Auschwitz-Birkenau, por parte de las tropas soviéticas.

¿Que es lo que motoriza el antisemitismo, en general?

¿Cuál es la razón más íntima y excluyente? ¿Cómo se explica esta reacción de algunos hombres a esta altura de la historia del mundo?

El teórico y crítico de la literatura y la cultura franco-norteamericano George Steiner escribió, recordando a la liberación de Auschwitz: Sabemos que un hombre puede leer a Goethe o Rilke por las noches, que puede luego tocar con fervor pasional a Bach y a Schubert, e ir tranquilamente a matar en Auschwitz por las mañanas.

Rudolf Höss, comandante del campo de Auschwitz, capturado tras el final de la guerra fue devuelto al recién constituído gobierno polaco, quien lo juzgó. Antes de ahorcarlo, en 1948, obligó a Höss a escribir sus Memorias. En ese libro, en sus numerosas traducciones y ediciones, Höss narra un día de su vida en el campo. Su casa familiar quedaba a un costado, separada de las alambradas electrificadas. Cuando se levantaba daba de comer a sus pajaritos, a los que amaba, desayunaba con su mujer y sus hijos, a quienes mimaba con dulzura, luego leía los diarios y, finalmente, después de almorzar en familia se retiraba a su oficina donde dictaminaba, con especial parsimonia , listas en mano, quienes debían vivir y quienes debían morir.

Primo Levi comenta en su libro Si este es un hombre que en los campos de exterminio había una zona negra, que era la realidad, pero también una zona gris. Esta última estaba dominaba por los veteranos de los barracones, judíos y de distintas nacionalidades, donde iban llegando los nuevos prisioneros. Algunos de esos veteranos se comportaban como los nazis: pegaban, maltraban,robaban, insultaban como matones y fijaban las condiciones de vida donde todos vivían. Levi no traza una línea divisoria rígida entre los grises y los nazis.

Eli Wisel, un humanista, merecedor del Premio Nobel de la Paz,un trabajador incansable en pos de la tolerancia entre distintos y entre religiones nos legó su patética experiencia humana en su libro La Noche, el Alba, el Día. Narra que toda su familia fue exterminada en los campos de exterminio. Que sólo fueron quedando su padre, enfermo, y él. Y que en sus sueños y en los días despabilados también, él deseó que su padre muriera, para poder tener un poco más de pan que el que recibía, porque estaba desaforadamente hambriento.

En pleno tribunal de Nuremberg, al concluir el conflicto, reunido por especial pedido de los presidentes aliados, donde participaron, los periodistas que cubrían el juicio éstos miraban con avidez a los procesados, jefes nazis, como si buscaran respuesta a la tragedia. Goering, más delgado de lo habitual, sonreía a una hermosa estenógrafa. Rudolf Hess leía un libro. Streicher comía bocadillos. Todo mientras se leían los documentos sobre las torturas padecidas por millones de hombres. Casi nadie recordaba nada. El banquero Schacht dio la espalda a la pantalla cuando proyectaron películas de los horrores. Frank, el interventor en Polonia y justificador de los guettos y las matanzas lloraba y se enjugaba las lágrimas con un pañuelo. Ribbentrop, delgado, calvo, declaraba que, debido al insominio que padecía, había tomado muchos somníferos y se le había debilitado la memoria. El general Keitel respondía las preguntas del tribunal como un soldado raso, porque se consideraba un ordenancista. Todos descargaban su responsabilidad sobre Himmler. Yo no era más que un subordinado administrativo. En todas partes, fuera o dentro de Nuremberg, se escuchaban las mismas palabras: Nosotros no tenemos nada que ver.

Recordar a Auschwitz es imprescindible para no perder la Memoria (con mayúscula) pero necesitamos infinitos elementos más para comprender porqué, con impunidad muchos masacraron con especial crueldad. Sin culpas. Y muchos siguen todavía militando en el antisemitismo. ¿Qué hizo que un conductor de tranvías de Hamburgo, un camarero de Frankfurt o un bibliotecario voluntario húngaro y muchos de sus aliados en el frente pasaran a la condición de masacradores de judíos y a encerrarlos en sinagogas de pueblos y ciudades para luego quemarlos vivos?

Por supuesto que los carteles antisemitas en Buenos Aires ahora no tienen la dimensión de la masacre del siglo XX, pero es indispensable la acción del Estado en la investigación de estos sucesos, para saber si hay organizaciones detrás de los afiches, provocaciones o, sería lo peor, campañas peligrosas para extender el desánimo.

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