La ácida verborragia de la presidente Kirchner en Panamá no estuvo a la altura de las circunstancias

La VII Cumbre de las Américas ha dejado en evidencias ciertas paradojas de América Latina. Por un lado, la persistencia de algunas pocas reliquias discursivas antagónicas respecto Estados Unidos. Héctor Timerman la sintetizó al proponer que la reunión debía destacar "las diferencias en lugar de procurar convergencias. Un pensamiento que contrasta con las características y funciones del cargo que ocupa. Por otro, la sesión transmitió la vocación de contribuir a construir un nuevo clima de realidad regional más allá del piquete diplomático de un reducido muy grupo de gobiernos populistas a favor de Venezuela. Ese sector, integrado por Argentina, impidió la adopción de un Documento Final por consenso.

No obstante, la reunión ha sido un hecho histórico al haber reunido por primera vez en 56 años a todas las naciones del hemisferio. Un dato de por sí significativo más allá de los avatares del proceso entre Washington y La Habana o la simpatía que despierte uno u otro país. La participación de la Argentina, lamentablemente, no recibirá el mismo calificativo en los anales diplomáticos. Nuevamente la Presidenta de la Nación ha hecho gala de una ácida verborragia que pareció no reconocer la excepcionalidad del acontecimiento de Panamá.

Es desilusionante que la Argentina no haya aprovechado la oportunidad para participar con un mensaje de altura, prudencia, responsabilidad y proyección regional. Los desbordes retóricos en la sala de Conferencias parecían de otra época y hasta de otro tipo de reunión. El contraste quedó más en evidencia ante las amplias expresiones de optimismo y satisfacción del resto de los Mandatarios de la región.

Tampoco la Presidente le hizo un favor a la posición de reivindicación respecto de Malvinas. El tono y las expresiones redujeron la razonabilidad de la argumentación. La emotiva reacción presidencial terminó haciendo el juego a la diplomacia británica. Es evidente que los servicios de inteligencia del Reino Unido lograron provocar un comportamiento que, en definitiva, sirve al interés de mostrar a una Argentina poco apta para un dialogo diplomático. Un error estratégico que el Palacio San Martin debería haber advertido.

Que todos estos despropósitos diplomáticos hayan tenido lugar a pocos meses de las elecciones presidenciales es aún más penoso. Como fue también el exceso de apoyo al gobierno venezolano cuando Brasil, en cambio, criticaba la existencia de presos políticos y reclamaba garantías para el próximo proceso electoral de renovación de la Asamblea Nacional.

La Presidente viajo a Panamá pero, en el discurso, estuvo en la Argentina. Probablemente las palabras y gestos estuvieron destinados a la propia tropa o para los oídos de Nicolás Maduro. Todo poco comprensible desde la óptica diplomacia. El prestigio de la Argentina hubiese merecido otra cosa.

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