La Justicia, en su hora más oscura

Hoy desgraciadamente, pareciera que padecer conductas reprochables se ha vuelt la regla y no la excepción en el ámbito judicial.

El Reglamento para la Justicia Nacional, en su artículo 8, comienza diciendo: “Los magistrados, funcionarios y empleados deberán observar una conducta irreprochable. Especialmente están obligados a: a) guardar absoluta reserva con respecto a los asuntos vinculados con las funciones de los respectivos tribunales; b) No evacuar consultas ni dar asesoramiento en los casos de contienda judicial actual o posible; c) No gestionar asuntos de terceros ni interesarse por ellos, salvo los supuestos de representación necesaria; e) No realizar actos de proselitismo político; f) Rehusar dádivas o beneficios; g) No practicar juegos por dinero ni frecuentar lugares destinados a ellos… .

De la sola lectura de lo que establece este Reglamento se desprende con harto elocuencia que se ha vuelto una triste realidad su permanente violación. “Conducta irreprochable exige a los magistrados el Reglamento para la Justicia Nacional.

Apenas uno lee este requisito, se aparecen en nuestras memorias nombres de jueces cuya sola mención parecieran ser el antimonio de conducta irreprochable. En otras épocas, seguramente hubo algún juez al que se le pudo haber tenido que reprochar su conducta; habría que rastrear.

Pero en todo caso, era la excepción. Hoy desgraciadamente, pareciera que padecer conductas reprochables se ha vuelto la regla. Hagan el ejercicio de leer las distintas obligaciones que establece el Reglamento y asimilen en sus mentes que juez las viola o violó en cada caso; se asombrarán la facilidad con la que aparecen nombres para cada circunstancia. Podríamos hacer un crucigrama de estas violaciones, pero sería muy fácil de resolver.

Por ejemplo, piénsese ¿quién realizó o realiza actos de proselitismo político?; o ¿quién evacuó consultas por WhatsApp a un abogado amigo y letrado de una de las partes?; o ¿quién no guardó absoluta reserva con respecto a los asuntos que se ventilan en su Juzgado?; o ¿quién va con asiduidad al casino o al hipódromo?; ¿o quién o quienes recibían sobres con beneficios que no se correspondían con sus sueldos?; y así podríamos seguir, pero como dije, un crucigrama muy aburrido que no exigiría esfuerzo para resolverlo con facilidad. Hasta aquí, violaciones al Reglamento que descalifican para actuar y seguir desempeñándose como jueces a muchos de ellos.

Podríamos pasar a enumerar ahora violaciones al Código Penal. Y también en este caso, los nombres surgirían espontáneamente. Lo cierto es que hoy la descomposición del Poder Judicial pareciera haber tocado fondo. Jueces enfrentados entre si; jurisdicciones enfrentadas entre sí, fueros enfrentados entre sí. No es ningún secreto la tensión que se vive en el más alto Tribunal, que tiene a los ministros Carlos Rosenkrantz y a Ricardo Lorenzetti como dos de sus máximos animadores.

Tampoco es novedad lo que está sucediendo en el ámbito de la provincia de Buenos Aires tras las manifestaciones del Presidente de la Corte bonaerense Eduardo de Lazzari que denunció causas armadas y provocó la inmediata reacción de su Vicepresidente Héctor Negri, y del Procurador General de la Provincia, Julio Conte Grand; criticas de la Asociación de Magistrados, y hasta cuestionamientos del MInistro de Justicia de la Nación.

Pero enfrentamientos como el que exhiben el juez federal de Dolores Ramos Padilla y el fiscal Stornelli, son un poco la síntesis de la descomposición a la que estamos asistiendo. No trepidan estos funcionarios en agraviarse, descalificarse ni en poner en tela de juicio la honestidad, idoneidad e imparcialidad de cada uno de ellos. A esta altura, ni siquiera importa a quién le asiste la razón.

Lo que uno y otro han puesto en evidencia a partir de lo que acontece, es que ninguno de ellos cumple con el requisito de la conducta irreprochable. Ello sin entrar en otras consideraciones. El deterioro de la Justicia no es nuevo. Algunos se remontan en sus orígenes a las famosas servilletas de Corach primero o Alfonsín después. En lo personal, creo que hay que ir un poco más atrás aún, y ubicarlo en los primeros jueces “mediáticos que fueron los pioneros en la farandulización de la Justicia.

A partir de allí, ya no hubo marcha atrás; todo fue aceleración, todo fue para peor. La resultante de todo este proceso es que hoy nadie cree en la Justicia. Ni la propia Justicia cree en ella misma. Al punto que los responsables de impartir justicia se desconfían mutuamente, se acusan unos a otros, y se niegan por temor a ellos mismos a someterse a proceso. Imaginen lo que nos queda al resto de los mortales que no formamos parte de esa cofradía. Desde ya que no se puede atribuir a una sola causa la razón de este oprobio que hoy carcome al Poder Judicial. Corrupción, política e ideología han sido el cocktail ideal; quizás faltaría incluir impunidad.

Y así es que hoy nos encontramos con jueces que se han vuelto millonarios y rock stars de la farándula local. Casas fastuosas, autos importados, viajes increíbles, jets privados, y caballos de carrera se ha tornado algo habitual y natural en el micro clima de muchos de ellos. Seguramente al lector le ha de resultar muy simple identificar con nombre y apellido magistrados en esta condición. Coadyuvando con esta hecatombe, los distintos gobiernos también tuvieron su responsabilidad, justificando la necesidad de lo que denominaron “jueces amigos del poder ; entendiendo por tal no una relación como la que describía el famoso “hacete amigo del juez del que hablaba el Martín Fierro, sino fomentando el juez cómplice y/o encubridor del poder de turno.

Hasta derivar en el extremo al que se animó el kirchnerismo de justificar primero y ahora incluso exigir, como no se cansa de reclamar por ejemplo el Intendente de San Antonio de Areco Francisco Durañona, la imperiosa necesidad de contar con jueces militantes. La ideología exacerbada por la política también hizo lo suyo y terminó por desnaturalizar la esencia de fueros y competencias tan importantes para la vida en sociedad, como son el fuero laboral y el fuero penal; pareciera ser que el delito hoy no existe, o en tal caso, no es merecedor de sanción alguna. Corolario de todo esto, la sociedad indefensa.

Finalmente, la impunidad de la que gozan los magistrados en general ha sido también otra importante causa de este deterioro que hoy parecería estar tocando su piso. Muchos jueces denunciados y acorralados, han utilizado el recurso de jubilarse para así preservar la jubilación de privilegio de la que gozan, y a su vez eludir la responsabilidad penal que les podría caber. Tanto gobiernos como la propia familia judicial han sido cómplices y facilitadoras de estas situaciones.

El corporativismo que reina en el seno del Poder Judicial, también coadyuva a que todo esto suceda. Curiosamente, cada tanto sale a la luz el nepotismo que sacude a distintos sectores del poder. Pero nunca se habla del nepotismo que afecta al Poder Judicial. Todos saben lo difícil que resulta entrar como empleado en el Poder Judicial. Pero paradójicamente, esta dificultad pareciera no existir para familiares y cónyuges de jueces. Sería interesante que alguna vez se hiciera una investigación a este respecto.

Lo cierto es que hoy la Justicia no solo se encuentra colapsada en término de respuestas a los justiciables, sino que es víctima de una descomposición grotesca que la desnaturaliza como poder creíble y confiable para resolver los diferendos de la gente y asegurar la vida en sociedad. Descomposición que se agiganta si uno lo contrasta con los privilegios y beneficios de los que gozan sus integrantes en materia de impuestos, jubilación, vacaciones y horario de trabajo. Va a llevar mucho tiempo seguramente, que esta Institución recupere el prestigio y el respeto del que gozaba si es que alguna vez se decide seriamente plantear su recuperación. Mientras tanto, habrá que seguir esperando Justicia y la República deberá seguir padeciendo las consecuencias de no contar con un poder fundamental en el ordenamiento republicano.

 

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