La CGT en su hora más difícil: sobrevivir en unidad bajo el dominio de la división

La CGT acaba de culminar un año para el olvido. Todos aquellos grandes objetivos que se trazó en los albores de 2017, envalentonados por el entusiasmo por la unidad que irradiaban los principales actores internos, terminaron evaporándose, enfrentados a una realidad nuevamente dominada por la desconfianza, renovadas peleas de cartel y la amenaza latente de una ruptura a la vuelta de la esquina. No logró articular la CGT una estrategia única para transitar la relación con un gobierno que -advierten- se propone limar las bases de poder sindical. Y naufragó temerariamente en su apuesta por controlar la protesta callejera, que emergió dispuesta a desbordar todo esfuerzo institucional por encarrilarla.

Lejos estuvo el triunviro de conducción cegetista de erigirse en el gran y único interlocutor de la escena social y laboral que soñaba a principios de año. Su desgaste fue tal que, con los días contados en el ejercicio de mando, el arranque de 2018 lo enfrenta de lleno con el enorme desafío de preservar una unidad atada con alambres en medio de un proceso para entronar una nueva conducción unipersonal que se anticipa incierto y marcado a fuego por los intereses enfrentados que surcan la vida interna de la central gremial.

Las últimas semanas de diciembre atestiguaron con bastante claridad los tiempos por venir. Los cortocircuitos que desde hacía meses coloreaban el diálogo diario entre los actores más encumbrados de la entidad emergieron de pronto en la superficie al calor, primero, de la polémica por el consenso ofrecido por el trío de conducción al proyecto de reforma laboral de la Casa Rosada. Y poco después se multiplicaron a raíz de las diferencias sobre la ingeniería para dar pelea a la cuestionada reforma previsional.

El ejercicio de un paro testimonial, que transcurrió sin pena ni gloria, echó más luz sobre la profundidad real de la divisoria de aguas interna, mostró la debilidad inherente a una cúpula colegiada en la que cada cual atiende su juego y trazó un mapa del reparto de poder gremial a partir del cual se articularán alianzas y rupturas en la pulseada para erigir un líder único a más tardar en mayo próximo. Todo bajo la mirada atenta del Gobierno que, renovando su ofensiva para desacreditar públicamente al mundo gremial (la denuncia de las mafias sindicales y la amenaza persistente de la detención de algunos líderes sectoriales), apostará por aguijonear en la debilidad cegetista y a la par fogonear la entronización de un liderazgo lo más permeable posible a sus intereses.

Si bien el fin de año alumbró una foto bastante real del proceso de fragmentación interna, para buena parte de la dirigencia cegetista una vez saldada la discusión de la reforma laboral que el Ejecutivo alista para febrero próximo, emergerá la divisoria definitiva a partir de la cual se librará la batalla para nominar a un jefe único de la central obrera.

En esa búsqueda algunos movimientos resultan inexorables: Desde una posición que privilegia el diálogo con la Casa Rosada, los grandes gremios de servicios que componen el grupo de los gordos se entusiasman con la posibilidad de ubicar a un hombre propio al frente de una futura conducción unipersonal: el hoy triunviro Héctor Daer. Y suponen que, pese a algunos chisporroteos de las últimas semanas, sumarán a su favor el consenso de los tres independientes, Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez y José Luis Lingeri. Incluso, a partir de algunas charlas informales, comenzaron a sondear la alternativa de una alianza con los gremios enrolados en el Masa de Omar Viviani, hoy fuera de la estructura de conducción de la central, que a su vez postulan a dos de sus propios hombres (el ferroviario Sergio Sasia y el dirigente de Luz y Fuerza Guillermo Moser) para la secretaría general de Azopardo.

Enfrente se plantan los sectores que comulgan con Hugo Moyano y el entramado de gremios del transporte agrupado en la CATT. Descuentan que también el barrionuevismo podría recalar en ese espacio a tono con las posiciones compartidas con el moyanismo en los últimos meses. Pero ni Juan Carlos Schmid ni Carlos Acuña figuran entre los nominados para ocupar el sillón cegetista. Las chances más firmes mencionan al referente de La Fraternidad, Omar Maturano, o algún tapado proveniente de otro gremio del transporte. Pablo Moyano parece descartado: No voy a romper la CGT, promete su padre ante sus principales aliados.

Pero otro sector está dispuesto a terciar en la pelea desde la posición más combativa hacia la gestión de Mauricio Macri y con indudable envión kirchnerista. Allí el gran nominado es el bancario Sergio Palazzo, quien se entusiasma con estructurar un entendimiento con la poderosa UOM, recientemente alejada de la cúpula de la central. Y en el sector no descartan una consonancia final con el moyanismo, si la tensa relación entre el camionero y la Casa Rosada explota por los aires. Las reminiscencias de aquel MTA combativo que Moyano consolidó en los años 90 frente a una CGT demasiado comprometida en su acuerdo con el menemismo activan en buena medida ese entusiasmo. Las cartas están echadas, pero todavía deberá correr mucha agua bajo el puente.

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