Inteligencia artificial contra la corrupción y la justicia lenta

Desde hace varias décadas, pero con mayor intensidad en los últimos tiempos, se insiste en que las computadoras provocarán una reducción del trabajo humano similar a la que hicieron las máquinas de la revolución industrial o la automatización del agro. Autores de toda laya se acumulan en una larga lista de vaticinios.

La Carrera contra la Máquina, el libro de E. Brynjolfsson y A. McAfee o David Autor y sus conferencias sobre si la automatización eliminará puestos de trabajo, son algunos ejemplos de lo que se habla en el mundo sobre el tema. El pronóstico sombrío es la reducción y finalmente la eliminación de muchas actividades administrativas o comerciales de relativamente baja calificación que podrán ser realizadas por máquinas, computadoras, robots o chatbots. Los cajeros de bancos, vendedores de tiendas minoristas, los conductores de taxis o camiones, recepcionistas, entre las más simples.

También, donde la capacidad para procesar mucha información se hace imprescindible, los sistemas expertos podrían reemplazar a médicos analizando estudios clínicos de sus pacientes, a contadores realizando presentaciones impositivas, a abogados investigando antecedentes o asesores financieros ajustando carteras a las preferencias de los inversores. La IA entiende el lenguaje natural, aprende y responde a las preguntas de todos los días. Siri, Alexa, Cortana, son ejemplos de asistentes virtuales. Los chatbots, secretarios para el chateo, se pueden armar con Api, Motion, Gupshup, entre otras herramientas. Watson y Ross, de IBM, tienen usos más sofisticados.

Ahora, ¿por qué el desarrollo de la IA se orienta hacia esas aplicaciones? Tal vez la abundancia de esas tareas despierte el interés económico de los desarrolladores. No es lo mismo construir un robot que pueda utilizarse en millones de posiciones que otro que se emplee en un puñado de localizaciones. La IA parece amenazar a la gama inferior de los puestos de trabajo y dejar a salvo a los pocos de la cima. ¿Podría ser de otro modo? Tal vez sí.

Pensemos cuando cobró impulso la investigación operativa, la teoría de los juegos y las primeras computadoras se utilizaban para simular procesos de decisiones complejas. Los sistemas apoyarían a gobiernos y grandes empresas para decidir al más alto nivel de la organización. La "guerra fría" ejercía su influencia a mediados del siglo pasado. Y después pudieron crearse software altamente sofisticados para tareas muy exigentes. Ya pasaron 20 años del match donde una computadora, Deep Blue, le ganó al campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov. Y unos pocos meses de cuando AlphaGo venció al campeón chino de Go. Son juegos que siempre se asociaron a la inteligencia más completa y humana, donde no basta con tener capacidad de procesamiento de datos, típico de las máquinas.

Entonces, ¿por qué no podría desarrollarse un software para, por ejemplo, dictar sentencias judiciales? Con capacidad para analizar miles de casos de jurisprudencia, evaluar objetivamente las pruebas y dictar los fallos con imparcialidad y rapidez, lejos de las influencias, las presiones o las tentaciones de la corrupción. U otro software capaz de resolver en millonarias licitaciones de obras públicas o concesiones, evaluando a los postulantes sin preferencias, imposible de tentar con coimas o carteles armados para favorecer a unos y excluir a otros. Hay estudios que dicen que la Argentina es un país atrasado en la incorporación de robótica e inteligencia artificial en empleos de baja calificación.

Aunque suene utópico, y a la luz de los casos de corrupción que tardíamente aparecen a diario, mejor sería contar con softwares expertos que funcionarios venales y jueces lentos.

Temas relacionados
Más noticias de Justicia
Noticias de tu interés