Guerra de monedas o cómo los países devalúan cuando todo falla

La moneda es un buen termómetro que nos dice si la economía de un país está bien o está mal. También sirve para medir su competitividad, es decir, si lo que produce es caro o barato con respecto a otros países que también producen lo mismo. Como un país comercia con otro, fruto de estos negocios es que se intercambian sus monedas en el mercado de divisas. Una condición para ello es que la divisa sea flotante, ya que de esa manera, si una moneda está más o menos demandada por bancos, empresas, particulares, turistas, etc., su fluctuación determina un valor de equilibrio, lo que arroja una paridad. Cuando una moneda es más demandada que ofrecida, su precio en términos de otra tiende a elevarse. Es el tipo de cambio y sus movimientos. El yuan, la moneda china, no participa de este mercado porque su tipo de cambio es fijo contra el dólar y la paridad la fija el gobierno, por ende, cualquier cambio importante tiene que disponerlo los funcionarios. El peso argentino, por ejemplo, tampoco participa de ese mercado y sólo puede cambiarse en algunos países.

Durante décadas, muchos pensaron que lo mejor para una moneda era ser más fuerte que otra. El dólar, por ejemplo, es más fuerte que el peso argentino, en parte porque la economía de los Estados Unidos -cuyo banco central emite dólares- es 34 veces más grande que la economía local. Por ende, un movimiento de la moneda estadounidense implica necesariamente un cambio en la paridad con el peso argentino, pero también con todo el resto de las monedas mundiales.

Para una parte de la literatura económica, una moneda es fuerte cuando el país que la emite es acreedor del otro, es decir, cuando el saldo de sus exportaciones ese país es más importante en forma recurrente que sus importaciones de ese país. De esa forma, el ahorro crece en uno de los países (el que tiene saldo en exportaciones) y decrece en el que paga esas exportaciones (importador). Sin intervención de los gobiernos, y bajo determinados supuestos, esa situación tendería a normalizarse en el mediano plazo, ya que la entrada de dólares en el país exportador haría necesaria la emisión de moneda local para poder comprar esos recursos. Esa emisión ampliaría la oferta de moneda doméstica y por ende le bajaría el precio en términos de la otra, lo que encarecería sus exportaciones, ajustando ese desequilibrio inicial.

Volviendo a la competitividad de una moneda, quizás aquí ya es más fácil entender por qué para muchos países es preferible, en determinados momentos, tener una moneda más débil a lo que usualmente registran: pueden exportar más porque son más baratos, es decir, amplían sus clientes en el mundo y, por ende, generan mayor actividad económica en sus países.

Además de devaluar (o mantener débil la moneda) muchos países deciden también bajar sus tasas de interés. Esto es, pagar menos en los bancos por el dinero doméstico. La Argentina tuvo en la última década tasas negativas, es decir, desincentivó los depósitos. De esa forma, si un inversor en los Estados Unidos pensaba vender sus dólares y comprar pesos para ponerlos a interés en un banco local (con la consiguiente apreciación del peso), la tasa negativa (junto a un encaje a los capitales) era un importante factor de disuasión.

De esa forma, se resguardaba la competitividad de la moneda, es decir, se evitaba que la mayor predisposición de los inversores en dólares a colocar su dinero en otros mercados (por la crisis subprime, Estados Unidos puso su tasa de interés en 0,25%) afectara el tipo de cambio local.

Por ende, debilitando su moneda un país no sólo logra ganar competitividad, sino también acumular ahorro, generar empleo, reactivar el pago de impuestos y hasta reducir potencialmente la acumulación de la deuda externa.

Se lo llama guerra precisamente porque una de las lógicas que operan en este sistema es que utilizando estos recursos, un país se enriquece a costa de otro, es decir, si la Argentina devalúa contra el dólar, no sólo debería venderle más a los Estados Unidos (en dólares somos más baratos), sino también nuestro país debería comprarle menos (caen las importaciones que llegan de Estados Unidos porque ahora nos resulta más caro pagar el producto en dólares). Es más: el aumento de los precios de los productos importados muchas veces generan mayor demanda de sus sustitutos nacionales (sustitución de importaciones).

Por último, pero no menos importante, en general los países deben evaluar bien si van a devaluar o no, ya que no sólo genera efectos en el frente externo, sino que también afecta a los ciudadanos de ese país. Desde el vamos, una devaluación baja el nivel de vida de la gente que maneja esa moneda (los sueldos son más bajos) y el poder adquisitivo que se tiene cae para comprar importaciones y viajar al exterior. También puede aumentar la presión inflacionaria, porque los productos que tienen componentes importados o, incluso los alimentos que tienen cotización internacional, también suelen subir de precio.

Es más: muchas veces, devaluar significa una señal de alerta para los inversores extranjeros que ven peligro de perder rentabilidad en estos manejos y hasta los intereses de la deuda externa pueden ser más difíciles de pagar.

Yendo a la guerra de monedas cuyas secuelas se renuevan hoy, China ha encarado un plan para debilitar su moneda, ya que ha visto cómo sus exportaciones cayeron 8% en un año y cómo su economía comienza a desacelerarse. Esto impactará necesariamente en sus socios comerciales, pero también indirectamente en quienes comercian con esos socios de China. En rigor, tanto Corea del Sur, Tailandia, Singapur, Indonesia, Malasia, India e incluso otros países no dejaron pasar ni 24 horas para emprender también ellos una devaluación progresiva.

Como dijimos, la devaluación de una divisa provoca automáticamente el fortalecimiento de su par, lo que perjudica a este segundo país, es decir, que la decisión de uno genera un perjuicio en el otro u otros. Quiere decir entonces que la Argentina no puede pensarse como una excepción al camino que está tomando el resto de las naciones cuyo crecimiento se encuentra inestable. Atención.

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