‘Gripecita’ para algunos, ‘gran tragedia’ para otros_Bolsonaro y el coronavirus

La crisis del coronavirus expone, más que contradicciones, el proyecto del gobierno de Jair Bolsonaro. Para el presidente, desde su inicio proteger la economía ha sido su principal preocupación y por eso sistemáticamente planteó que se trataba de una "gripecita". Quienes levantaban alarmas ante el Covid-19 eran acusados de buscar capital político para las próximas elecciones. En cambio, Mandetta, su Ministro de Salud, crecientemente se fue rebelando contra esa visión, y casi enseguida advirtió que el sistema de salud de Brasil colapsaría a fines de abril. Esto sólo lo transformó en un enemigo del presidente.

Por su visión, Bolsonaro pasó a sufrir gran presión por la opinión pública y miembros de otros poderes. El propio vicepresidente, Gral. Mourão, llegó a declarar que el Presidente se había expresado "de la manera que no era la mejor" al hablar de ‘gripecita’. Finalmente, después de recibir sistemáticas críticas, en cadena nacional el presidente afirmó que Brasil estaba ante ‘el gran desafío de su generación’. No obstante, luego en seguida volvió a desmerecer la gravedad de la pandemia. Pero, esta visión de Bolsonaro no la aplicó ante el sistema financiero y compañías áreas que rápidamente recibieron importantes ayudas económicas.

Esta dicotomía expresa cómo Bolsonaro se viene comportando ante la pandemia. Con ideas y vueltas, se expone a un desgaste político desmereciendo la gravedad del coronavirus y negando que la salud de la población corra peligro. Sistemáticamente incentiva que la gente salga a las calles para preservar la salud de la economía, afirmando estar preocupado en que los pobres puedan "poner un plato de comida en la mesa" porque "el hambre mata mucho más que el virus".

La insistencia del gobierno en un discurso social y la retórica de que el trabajador pasará hambre es una posición que mantiene la coherencia de la postura adoptada por el gobierno desde el comienzo de la pandemia, porque es la respuesta que le ofrece a la población más pobre del país. En contrapartida, como ‘gran tragedia’ es la visión que justifica su auxilio para compañías aéreas y el sistema financiero y bancario del país, pues fueron protegidos de inmediato por una serie de políticas económicas.

Así, como el gobierno se negaba sistemáticamente a ofrecer cualquier tipo de ayuda económica a los trabajadores en general, la coherencia del discurso de Bolsonaro consiste en que las consecuencias negativas económicas que sufrirían serían responsabilidad de las autoridades de los Estados por haber implementado medidas de aislamiento social. Este discurso, que agresivamente lo expresa, no se modificó en nada por el hecho de estar respaldado por la Organización Mundial de la Salud y por ser practicado en básicamente todo el mundo. Para el jefe de gobierno, las muertes en Brasil serían producidas por el hambre y el colapso de la economía producto de la cuarentena decretada por gobernadores e intendentes, no por el COVID-19 que sólo es una ‘gripecita’.

Frente a esto, después de varias idas y vueltas, el ministro de salud Mandetta finalmente optó por posicionarse claramente en favor de lo que denomina la recomendación científica: el aislamiento social. Crecientemente pasó a reiterar la inevitabilidad del colapso del sistema de salud desde mediados de abril y un escenario caótico social y económico que podría generarse a partir de él. Otras voces salieron en su apoyo, incluyendo el ala militar del gobierno y economistas alertando que una contaminación masiva de la población sería más dura, a la larga, para la economía. Eso significa que hay importantes voces en el ejecutivo trabajando por salud de la población, como se ve en el boletín epidemiológico del Ministerio de Salud de 7 de abril.

A finales de 2018, aproximadamente el 60% de los brasileños recibían un salario mínimo o menos. Muchos de ellos dependen de trabajos informales o actividades que quedarían paralizados por la pandemia, pero que no han recibido ayuda del gobierno. Por otro lado, son los que más están expuestos a demandar atención médica estatal por contar con peor estado de salud y al mismo tiempo son quienes más lo necesitan porque, evidentemente, no tienen acceso a la red privada. En especial, debido a que también tienen altas posibilidades de infectar e infectarse mutuamente en su seno familiar dado que, aun en aislamiento, se trata de grupos que por su condición económica residen muchos en domicilios de escasos ambientes. Si se piensa, además, en grandes favelas, como Cidade de Deus en Rio de Janeiro, la sobreposición de viviendas dificulta tremendamente la distancia entre personas.

De esta manera, sus vidas están expuestas a una doble presión: económica y médica. ¿Cómo vivirían sin los ingresos de un miembro de la familia, si fuera afectados por el virus? ¿Cómo van a reaccionar si sus necesidades médicas no son atendidas? En este escenario, ante un elevadísimo número de víctimas fatales dentro de este grupo social, el riesgo de un caos social es una realidad, y el resultado final podría ser trágico.

¿Por qué, entonces, el gobierno continua con esta retórica, en la que algunos son tratados bajo la perspectiva de "gripecita" y otros como “gran tragedia ? En realidad, esta tensión parece ser la apuesta del gobierno, para consolidar el proyecto político de reelección de Bolsonaro asegurando la aprobación de las reformas estructurales que "mejorarían" la economía del país y que incluso ávidamente desea parte de la sociedad que lo critica por su visión ante el coronavirus.

Después de presiones del Congreso, militares y opinión pública, finalmente el gobierno está comenzando a implementar un auxilio a la población más pobre de R$ 600.00, más o menos la mitad del salario mínimo. Es decir, casi un mes después que el Ministro de Economía Paulo Guedes socorrió a bancos y compañías áreas. Pero Guedes utilizó estas medidas de apoyo de emergencia para trabajadores vulnerables como moneda política para aprobar un proyecto de reforma constitucional en la Cámara de Diputados, para viabilizar la reforma estructural de cuño neoliberal de la economía.

El gobierno pasó también a actuar rápidamente en cortar, o a intentar hacerlo, otros gastos sobre grupos que han sido desde el inicio de su gestión blanco de sus ataques, como los estudiantes universitarios cortándole becas, o empleados públicos. Aún en los casos que las medidas prosperaron, los recursos no fueron redireccionados en forma alguna a enfrentar la pandemia. Mucho menos ha generado un reconocimiento de parte del gobierno que lo que está sucediendo merecería repensar las políticas que viene procurando implementar de recortar los recursos del Sistema Universal de Salud que atiende particularmente a la población de menores recursos. Todo esto habiendo tenido la información relevante del impacto del virus en la sociedad de la experiencia que ya estaban viviendo otros países, como los europeos.

Así, la pandemia se presenta para el gobierno como una oportunidad para intensificar su proyecto de favorecer a la capa más rica de la sociedad. La parte más pobre de la población ya viene sufriendo pérdida en sus ingresos. De hecho, Brasil tuvo el récord en desigualdad de ingresos el año pasado. Hasta entonces, tampoco había discurso social. ¿Por qué apareció este discurso ahora?

El gobierno por primera se coloca como preocupado por la suerte de la camada de menores ingresos insistiendo que el aislamiento social los dejaría “sin plato de comida . Simultáneamente, fortalece su base de apoyo político y económico porque no ‘gasta recursos en los más pobres’ dado que la respuesta a la pandemia es priorizar el funcionamiento de la economía, y se trata de un sector social que confía en que tendrá el acceso a los recursos de salud y prevención para no contagiarse el coronavirus. Este sector social, cuando no es directamente beneficiado por las reformas estructurales o ayudas económicas a los sectores económicos más poderosos, igual apoya al gobierno porque son medidas que apuntan a la estructura social del país que consideran que debe establecerse.

Por eso, cualquier pretensión de coherencia de diagnóstico respecto al coronavirus por parte del gobierno se evapora ante la constatación de que, si se tratara de un "pequeño resfriado", no sería necesaria una medida de “gran tragedia para ayudar al sistema financiero y a los bancos. Pero esto lejos de expresar una contradicción, manifiesta un proyecto político.

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