Federalismo, del dicho al hecho

En la Argentina es recurrente, por parte de la dirigencia, la discusión sobre la distribución de los ingresos del Estado. Hace pocos días, por ejemplo, presenciamos álgidos debates derivados de la decisión del gobierno de aumentar por decreto la coparticipación que recibe la Ciudad de Buenos Aires, so pretexto de canalizar los fondos que serían necesarios para pagar el reciente traspaso de la policía.

Estas discusiones deben profundizarse para poder llegar al fondo de lo que nuestro país necesita, en pos de hacer realidad lo que está escrito en el texto Constitucional sobre el federalismo.

Para que el federalismo pueda ser algo más que un mero enunciado o una entelequia, los argentinos nos debemos una discusión seria, madura, y de carácter histórico sobre cómo construir un país que sea federal en lo político, lo económico, y lo social.

El federalismo bien entendido debiera ser coherente y equilibrado, sin dejar librada a su propia suerte a las distintas provincias y regiones. Un claro ejemplo de esto último, fueron las reformas tendientes a federalizar la educación y la salud, que culminaron en los años 90 con su traspaso a las provincias sin fondos o un plan adecuado. Dichas reformas, más que reducir, terminaron por ahondar más aún las brechas existentes.

Para ser federal, la Argentina tiene que poder integrar todo su territorio. Somos un país fragmentado, con desigualdades demasiado evidentes para ser ignoradas. La brecha del PBI per cápita entre un habitante de la Ciudad de Buenos Aires y uno del noroeste es de ocho veces. Entre un habitante de la pampa rica argentina y de mi provincia, Salta, es de tres veces.

Integrar significa generar espacios propicios para la actividad productiva, a fin de agregar valor con nuestro trabajo, creando a su vez más trabajo, y permitiéndonos vivir mejor en todo el país. Es aprovechar en cada rincón los inmensos recursos que tenemos, que son naturales pero también son humanos, intelectuales, y creativos. No hay dudas de que, para lograrlo, se requiere un rol rector del Estado en todos sus niveles, en sintonía y conjunto con los sectores productivos, con empresarios y trabajadores, y con la sociedad civil.

El país ha hecho en los últimos años importantes avances para tener mayores márgenes de maniobra soberanos en sus decisiones económicas. Ahora tenemos que poder institucionalizar esa soberanía y armar, entre todos los actores, una estrategia de desarrollo creíble, realizable, y sustentable.

Sin perder de vista el mandato constitucional de discutir y aprobar un nuevo esquema de coparticipación federal, podemos también buscar fórmulas nuevas y creativas para que nuestros recursos se distribuyan y se inviertan de forma coherente, eficiente y, sobre todo, sin discrecionalidad. ¿Por qué no seguir el modelo europeo para el fomento del desarrollo regional y la diminución de las disparidades, con la creación de un fondo con participación de provincias y municipios que elabore, apruebe, y ejecute políticas de integración económicas?
Quienes nacimos, vivimos, producimos, y trabajamos en el interior sabemos bien de las dificultades para poder progresar lejos del centro. Y vemos cómo muchos de nuestros conciudadanos no encuentran otro camino que migrar en busca de oportunidades. Nuestro país es demasiado grande y demasiado hermoso para que no podamos vivir en los lugares que más nos gusten.

¿Qué mejor que el año del Bicentenario de nuestra Independencia para dar esa discusión? El comienzo de un nuevo gobierno cuyo presidente llamó en su discurso inaugural a aprender el arte del acuerdo puede ser la oportunidad propicia para convocar a un acuerdo amplio que ponga sobre la mesa cómo estamos llevando adelante el mandato de nuestros padres fundadores. San Martín decía que seremos lo que debamos ser, o no seremos nada. A fin de honrar su legado, trabajaremos duro por un mejor país.

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