PUNTO DE VISTA

En Argentina, ¿es prioritario el crecimiento económico?

Durante estos años, la inflación ha sido "la piedra en el zapato" de la política económica. Los métodos tradicionales utilizados, no sólo no lograron su cometido sino que, además, generaron efectos indeseados. Se suponía que eliminando la emisión monetaria, reduciendo el déficit fiscal, achicando el Estado, flexibilizando el mercado de trabajo y morigerando el poder adquisitivo del salario, se diluirían las distorsiones de precios, aumentaría el gasto de las familias y crecería la economía a ritmos razonables.

Este "proceso normalizador", reafirmaría la gobernanza, fortalecería las instituciones y, en especial, solidificaría la base contractual de la economía. Recuperando esta plataforma formal, ingresarían inversiones, se aplacarían las patologías crónicas (inflación y desempleo), aumentaría la escala del mercado de créditos y el argentino volvería a pensar en el largo plazo (como a principios del Siglo XX).

Desde lo puramente teórico y matemático, sólo se consiguió reducir la brecha fiscal en tiempo récord sin que tambalease el orden político / institucional (celebrado por un funcionario) e incumpliesen las metas pactadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI). La crudeza de las medidas necesarias para extirpar el gasto (y los costos indeseados) y combatir "sólo ese diagnóstico de inflación de demanda" (advertido insistentemente por el recordado Marcelo Diamand), produjo una clara confrontación entre medios y fines, traducida en una aguda recesión y un colapso financiero que (en el corto plazo) sólo pudo ser contenido por la asistencia temprana de la función de "última instancia" del FMI.

La liberación cambiariaaportó la dosis más intensa a la escalada inflacionaria. El inesperado cambio de humor del mercado en abril (en el marco del endeble "desfile de modas keynesiano", donde los planes financieros de los inversores se diseñan a partir de la estrategia de los demás, no de la realidad macroeconómica), produjo una intensa depreciación de la moneda que diluyó la meta original de inflación de este año y erosionó el andamiaje del modelo. La suba de tasas de interés resultante, desmoronó el crecimiento económico y taló el vacilante proceso de creación de empleos en el mercado de trabajo.

En ese marco, logró evitarse la cesación de pagos (el default de la deuda pública) presentando un mecanismo de generación de ahorros aún más rígido. Hoy, el "crecimiento cero de la base monetaria" (a la medida del economista de la Universidad de Chicago, Milton Friedman) limita el gasto privado indeseado, mientras que el "déficit fiscal cero", "tacklea" el gasto público y autoriza actualizar permanentemente el poder adquisitivo de los impuestos y las tarifas. ¿Cuál es el propósito? Cumplir con el FMI y no defraudar a los bancos internacionales y los fondos de inversión.

¿Donde estuvo la falla? En entender que sólo se trataba de una inflación de demanda, suponer alcanzables en lo inmediato esos tres objetivos (monetario, fiscal y salarial) y minimizar la conflictividad proveniente de las consecuencias de los cambios en la distribución del ingreso (en contra del salario y los asalariados). En esencia, parecen haberse olvidado las enseñanzas de la teoría macroeconómica cuando sostiene que, en el corto plazo, sin gasto no hay producto, ni ingreso (tampoco crecimiento económico). Observando todo en perspectiva, quizás sólo se trató de eliminar esa vaga definición de populismo, enquistada en el saber convencional de la clase media de las ciudades, en los foros televisivos y en la efímera cultura del taxi (y ahora del Uber).

¿Por qué "vaga"? En un paper reciente, el profesor de la Universidad de Harvard, Dani Rodrik, se pregunta si ¿es el populismo una economía necesariamente mala? ("Is Populism Necessarily Bad Economics?). Literalmente, afirma que "se debe estar en guardia contra el populismo que asfixia el pluralismo político y debilita las normas de la democracia liberal. Pero a veces el populismo económico es necesario //...// ataca las desigualdades, promueve una tasación progresiva de las rentas, aboga por una mayor intervención del Estado y la reducción de la influencia de las finanzas //...// Roosevelt tuvo que eliminar las ataduras económicas impuestas por jueces conservadores e intereses financieros en el plano interno, y por el patrón oro en el plano externo (Rodrik, 2018)".

En un trabajo de 1943 ("Political aspects of fulI employment"), el economista polaco Michal Kalecki también señaló las distorsiones provocadas por "las ataduras impuestas por los jueces" que impiden el pleno empleo macroeconómico. Aseguraba que "bajo un régimen de pleno empleo permanente, el paro (el desempleo) dejaría de desempeñar su papel como medida disciplinaria. La posición social del jefe (el empresario) se minaría y la seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora aumentaría (Kalecki, 1943)". En cuanto a la negativa de Roosevelt de evitar los mandatos devenidos del Patrón Oro recordada por Rodrik, para el caso argentino puede interpretarse como el rechazo a "la meta de crecimiento cero de la base monetaria" en una fase de recesión. En tiempos diferentes, tanto Kalecki como Rodrik advirtieron sobre estos peligros.

En esta etapa del ciclo económico argentino, sería razonable reflexionar sobre todas las formas de liberación cambiaria, el ingreso (y egreso) irrestricto de capitales (facilitado por el "desfile de modas keynesiano"), estas contribuciones de Kalecki y Rodrik y la abrumadora persuasión generada por las ideas enciclopédicas en el proceso de toma de decisiones. Eludiendo estos obstáculos, posiblemente podría repensarse el aporte de un populismo económico racional orientado a la promoción del crecimiento económico y la protección de la distribución del ingreso (especialmente, de la salud del salario).

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