El rascacielos, en el país del tren bala y la aeroisla

La historia reciente de la Argentina está plagada de grandes proyectos que los gobiernos anuncian cuando el país adolescente tiene otras urgencias. El traslado de la Capital a Viedma, que no pudo concretar Raúl Alfonsín; la aeroisla que nunca construyó Carlos Menem; el puente Buenos Aires-Colonia que alguna vez quiso hacer Eduardo Duhalde o el tren bala que prometió Néstor Kirchner. Ahora es el turno del rascacielos que Cristina anunció ayer, promovido como la maravilla arquitectónica más alta que tendrá América Latina.


Es un proyecto que viene a suplir el vacío que habían dejado los anuncios grandilocuentes de la Presidenta para armar el polo audiovisual de la fantástica isla Demarchi. Y, como anoche lo dejó claro Cristina, el compromiso de terminar la obra quedará para el próximo presidente.


El deseo general es que el rascacielos que la Presidenta comparó con el Central Park neoyorquino pueda terminarse algún día y alivie el escenario de recesión que hoy muestra la Argentina. La experiencia indica que este tipo de proyectos han quedado truncos en su mayoría y sólo maximizaron el contraste entre la liviandad de las promesas y el paisaje deficitario de la economía real.

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