El racismo vuelve a seducir a las masas

Los líderes nacionalistas apelan al discurso de odio para ganar poder y reciben el beneplácito de sus votantes, pero deben hacer malabares para explicar la violencia que generan.

La derecha nacionalista avanza en el mundo a paso firme. Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Matteo Salvini en Italia, Boris Johnson en el Reino Unido, Benjamín Netanyahu en Israel, Rodrigo Duterte en Filipinas, Viktor Orban en Hungría y muchos otros líderes llegaron al poder -o se acercan a paso acelerado- a caballo de un discurso basado en el miedo y en el nacionalismo más irracional.

Lo que los une, sin embargo, no es una corriente de pensamiento similar. De hecho, no hay coincidencia en los postulados económicos que pregonan. Bolsonaro y Trump, por ejemplo, no paran de elogiarse, pero mientras uno sostiene un programa ultraortodoxo el segundo apela al proteccionismo como ABC de su política.

Lo que se puede detectar, en cambio, es que detrás de sus discursos se recrea, esta vez a nivel mundial y salvando las distancias históricas, la atmósfera racista y xenófoba que reinó en la Europa de la primera mitad del siglo XX. Y esto sucedió antes y sucede ahora ante la pasividad de muchos y la desorientación de otros.

Explicar las razones de semejante panorama no es tarea sencilla. Noam Chomsky, el famoso lingüista estadounidense, dice que un mundo cada vez más desigual genera una "desilusión con las estructuras institucionales" y el resultado "es una mezcla de enfado, miedo y escapismo". El populismo, dice, "en realidad es descrédito de las instituciones".

Es posible que esto sea cierto, y que estos liderazgos sean, en realidad, la búsqueda de una salida rápida y mágica, pero útil para creer en algo.

¿Y qué es lo que ofrecen? Ante todo "chivos expiatorios". Una estrategia para culpar a algún grupo de los males de toda una sociedad, un atajo para evitar hacerse cargo de los problemas y trabajar para solucionarlos.

En otros tiempos fueron los judíos -vale recordar que el estigma no lo lleva sólo Alemania-, aunque hubo muchos otros en distintos lugares del mundo.

En la Argentina, sin ir más lejos, culpamos a los gauchos primero, a los inmigrantes anarquistas y socialistas más tarde, después a los cabecitas negra y hoy a paraguayos, bolivianos y peruanos.

Nuestras sociedades modernas, tan volubles y dinámicas, prefieren las explicaciones simples y contundentes para los males que la aquejan. Si hay desempleo es por culpa de los migrantes, la inseguridad les culpa de los negros villeros y si hay un atentado terrorista los ojos se posan sobre los musulmanes. Sin grandes relatos unificadores, lo que destaca son los pequeños relatos tranquilizadores.

Las ventajas para los poderosos son evidentes. Un mensaje simple es más fácil de procesar por el votante y tomar medidas contra los grupos culpabilizados es mucho más sencillo que trabajar sobre las complejidades de la sociedad.

Donald Trump ganó las elecciones prometiendo dureza contra los inmigrantes ilegales con críticas directas y violentas hacia ellos. Los acusa de llevar a Estados Unidos la droga, de ser responsables de los más graves crímenes, de quitarles el trabajo a los ciudadanos nativos y de aprovecharse de su sistema de salud y educativo.

No muestra estadísticas, ni estudios que apoyen sus dichos. Pero queda claro que las víctimas de sus diatribas no son todos los extranjeros que viven en su país, sino cierto tipo. Son los centroamericanos y mexicanos. Son los negros, mestizos o indígenas pobres lo que Trump no quiere. Su país es al día de hoy uno de los mayores receptores de migrantes de todos los países del mundo, pero los no deseados vienen por el sur, por la frontera con México.

Lo que impacta es que Trump se ufana de su discurso racista y millones de personas lo siguen.

Este fin de semana, un desequilibrado se metió en un supermercado en la localidad de El Paso en Texas y sin mediar palabras comenzó a disparar a mansalva. Mató a 22 personas e hirió a otras 24. El asesino mantenía un discurso de odio hacia los latinos.

Esa ciudad -que hace 175 años era mexicana- se encuentra a unos pocos kilómetros de la frontera. Allí, el 80% de la población tiene ese origen desde siempre. Es una de las ciudades menos violentas de la región.

Los principales líderes del partido demócrata acusaron a Trump de fomentar el uso de armas, promover el odio racial y de proteger y alentar a los supremacistas blancos.

El presidente optó por culpar a los videojuegos como responsables de generar este tipo de locuras. No hacerse cargo es otra de las grandes estrategias de comunicación de estos magos de la política. Si el violento hubiera sido un latino y las víctimas anglosajonas, Trump probablemente hubiera hallado a los responsables últimos en pocos segundos y sus gritos reclamando fondos para la construcción de su muro retumbarían en el Capitolio con más fuerza que nunca.

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