¿El precio del gas será "esencial"?

Desde diciembre de 2001 el gas para el usuario residencial subió 5045%, según cálculos privados sobre datos de fuentes mixtas. Para un país inestable y de alta inflación el número quizás dice poco. Tampoco es muy revelador que ese carburante cueste en Argentina igual que en Estados Unidos o casi tanto como en Luxemburgo, pero menos de la mitad que en Chile y Brasil. Caro o barato es, finalmente, un concepto relativo.

Pero hay datos de la coyuntura que sí admiten una sentencia más taxativa, como el rebalanceo tarifario que se aplicó a partir de octubre del año pasado y pasó desapercibido en un contexto de dólar histérico, inflación indomable y gran complejidad en el marco legal para determinar las tarifas públicas.

Desde la primavera, las ocho categorías en las que se discriminan los usuarios residenciales en base a la envergadura de su consumo pasaron a pagar el mismo valor por el gas, uno de los componentes de las facturas. Otros son el margen de distribución, el de transporte y los impuestos.

El resultado de esa homogeneización en u$s 3,90 el MBTU fue muy regresivo. Al punto que entre los especialistas germina la idea de que debería anticiparse la revisión tarifaria que se hace cada cinco años para reconsiderar integralmente el cuadro tarifario y corregir de algún modo esa injusticia.

Según precisa un trabajo del consultor Alejandro Einstoss, al unificar en aquel valor, las cuatro categorías tarifarias inferiores enfrentaron una suba del 23% en dólares, mientras que los mayores consumos tuvieron una rebaja de similar magnitud. Está en discusión que los que más consumen un servicio son necesariamente los más pudientes. Pero cuando se trata de usuarios residenciales de gas hay elementos para pensar que esa regla se cumple: una vivienda precaria seguro que requiere menos gas que otra que calefacciona su piscina.

La intención de ese rebalanceo no sólo fue simplificar cuentas del sistema sino evitar desvíos de la oferta hacia los residenciales de categorías más altas, que pagaban u$s 5,90 la unidad calórica, más caro que la industria. Finalmente, por una combinación de factores, el precio del gas hoy está a un nivel similar al del sendero de precios que había diseñado el ex ministro Juan José Aranguren, a priori generoso con los productores y luego dejado de lado tras los saltos devaluatorios.

Según calcula Einstoss, el gas para las casas este invierno tendrá subas entre el 80 y el 140% respecto de esa misma estación el año pasado, algo que Energía atenuó con el pago en cuotas y difiriendo parte de ese costo para el verano, a fin de aplanar la tarifa.

No es cometido sencillo mejorar la remuneración de las empresas y, al tiempo, diluir el impacto económico de los fuertes ajustes que esto implica. Ni contentar a las productoras y al unísono sujetar el precio del gas, que en este primer eslabón debería ser libre pero está regulado de facto. El camino es todo el tiempo ensayo-error.

El mercado de producción es muy concentrado, ya que cinco compañías producen el 80% del gas que se consume en el país. Para transparentar las transacciones y hacerlas competir, el Gobierno empezó a organizar subastas que alientan la disputa por contratos.

Esto tiene algo bueno y algo que, aparentemente, no lo es tanto. Según especialistas del sector, el último remate convalidó un precio superior a los u$s 4,6 el MBTU, valor promedio relativamente alto. Si en el llamado a licitación se hubiese excluido el invierno, donde hay un pico de demanda, posiblemente aquel precio hubiera resultado un 30% más bajo, según sugieren los entendidos en la materia. Cuestiones técnicas con fuerte impacto político.

Y ni hablar del futuro. La devaluación también tracciona hacia arriba los precios finales, que están fijados en pesos. Aunque el impacto del dólar más caro de estos meses se sentirá recién después de octubre, fecha del próximo período estacional.

Para el estresado consumidor las noticias no son buenas. Y para las prestadoras a veces tampoco, aunque consiguieron recomponer sus ecuaciones generosamente.

A las distribuidoras de gas no les cayó en gracia, por ejemplo, que en la revisión tarifaria de octubre el Enargas no haya autorizado un ajuste de su margen por el Indice de Precios Mayorista (Ipim), según lo acordado. Para morigerar el aumento, los reguladores lo promediaron con otros ítems, como la evolución salarial ya que el Ipim sólo expresa de modo más directo el tipo de cambio.

Está dentro de sus potestades y las empresas entienden la necesidad política de hacerlo. Finalmente, si tienen menos ingresos, harán menos inversiones y su remuneración de 9,33% anual en dólares estará preservada.

Salvo la tarifa social, hoy casi no quedan subsidios a la demanda. Puede decirse que cada vecino paga lo que el gas cuesta según aquella maraña de decisiones, pujas, marchas y contramarchas. Eso sí: sin opción a discutir si este precio del gas mayorista o el margen de quienes transportan y distribuyen es correcto o más o menos justo.

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