El peligro de vivir en una burbuja

Todo sugiere que tanto el Fondo Monetario Internacional como el presidente norteamericano Donald Trump desean y sin tapujos que Mauricio Macri gane las próximas elecciones presidenciales. Puede que otro/a triunfe, lo cual es muy difícil de determinar porque ni siquiera se conocen las caras ni las cartas. Pero el que ponga los laureles en la cabeza al estilo de la Antigüedad tendrá que seguir el hilo de las negociaciones para que el FMI apruebe todo lo que se haga o deje de hacer. Por varios años.

El FMI no puede aportar mucho más fondos de lo que ya hizo, excepcionalmente, con la Argentina. En su presupuesto le quedarían otros 50 o 60.000 millones de dólares para girar en caso de apremio en otro lugar del planeta. Lamentablemente en un año signado por la ralentización y la deuda.

Es importante recordar que antes del 2008 el Fondo Monetario era una entidad desprestigiada. Sus especialistas no habían podido prever con anticipación el tsunami financiero y económico que se venía y cubrió al mundo en esa fecha. Un tsunami del cual no se ha salido y que se ha concretado en un escepticismo por un lado y rebeldía u odio por el otro ( populismo y xenofobia incluída) en gran parte del hemisferio norte . Todo eso ocurrió hasta el momento en que se reunió el Grupo de los 7, la naciones más poderosas del mundo, con manejo del Directorio del FMI y decidieron otorgarle gran cantidad de fondos a la entidad para que sirva como paliativo de los necesitados.Le inyectaron vida otra vez.

El Fondo Monetario sólo cambió superficialmente sus principios o su ortodoxia. Ahora, que Argentina vuelve a estar atada al Fondo comprendemos adónde nos lleva esa rigidez. Este miércoles se pondrá en marcha un endeble "Acuerdo" de precios, más algunas ayuditas en el sistema bancario que no permitirán un gran cambio en la estrategia cerrada donde sólo importan algunos indicadores y se marginan las necesidades sociales y productivas. Y además esa ausencia de comprensión de las urgencias de la gente se traslada a muchos empresarios. Desde que se informaron acerca del Acuerdo esos empresarios imprimieron a sus productos aumentos preventivos del 60 por ciento, equiparable al alza natural de un año con el nivel inflacionario existente. Mala "fariña".

Muchos mecanismos han venido fallando cuando se siguieron las recetas del FMI. Algunos se preguntan cuánta recesión se requiere para taponar la suba de precios.¿ Dónde está el timón para frenar la inflación o acaso es la desconfianza y el dólar que estuvo descontrolado ( esperemos que no vuelva a suceder)los factores de la estampida de valores ?. Poco han servido las fórmulas del FMI . En abril seguramente la inflación superará el 4,5 por ciento. El año pasado la aceleración de precios llegó al 47,6 por ciento en todo el período , aunque alimentos y bebidas sin alcohol alcanzaron el 51,2 por ciento.

Recién hace dos meses el gobierno se propuso dar un empujón a la exportación, justo en un momento en que los mercados mundiales se muestran alicaídos y los aranceles impuestos perturban los negocios.El año pasado el discurso oficial giró en torno de la esperanza que Brasil creciera. A tal punto que hemos mejorado nuestra balanza comercial con el país vecino.

Brasil está anarquizado, los inversores han retirado sus esperanzas en Jair Messias Bolsonaro, desde los círculos financieros lo miran con desconfianza. Bolsonaro ha demostrado en tres meses en el poder que ignora

todo lo referente a la gestión del Estado. Factor esencial para describir un vacío de poder .

Además Bolsonaro presencia importantes reyertas en su propio gabinete, provocadas, en general, por su filósofo de cabecera que vive en los Estados Unidos quien cuestiona a los militares y a los evangelistas que lo rodean en Planalto. mientras el Jefe de Estado de lo único que está seguro es de alabar a la no tan vieja Dictadura Militar de su nación. Bolsonaro no tiene nada que ver con un populismo clásico. Es, por sobre todo, un paradigma de la ignorancia sobre asuntos de vital importancia para el Estado y la sociedad brasileña. Tanto él como sus hijos, que han sido ungidos como un factor decisivo en el gobierno. Pero "hacer" no hacen, salvo declaraciones que llenan de asombro por lo osadas. Argentina ya no puede confiar en que podría ayudarla y mucho un mejor intercambio con Brasil .Allí no se avizora una mejora en el corto y mediano plazo.

Otro aluvión que no tiene remedio es que gran parte del planeta ya no podrá vivir en las condiciones en que lo hicieron sus padres. Es lo que ocurre en Estados Unidos y en Europa donde impera la desigualdad : entre el 1 y el 5 por ciento de su población tienen en su poder el total de los ingresos o la riqueza igual al resto de la población total.

El resto de la sociedad no puede aspirar a crecer ni a tener un nivel de vida razonable como si lo lograron las generaciones después de la Segunda Guerra Mundial hasta 1970, década en la cual la producción industrial masiva decayó y el sistema financiero creció desmesuradamente, junto con una merma impositiva para los ricos. La globalización, con su mano de obra barata ayudó a la producción pero mucho más a las finanzas. Esto fue acompañado en las universidades norteamericanas y europeas con una mayor dedicación en las especialidades que atendieran a los requerimientos de bancos y otras inversiones. Fue casi una epidemia que se expendió por todas partes. De ese tipo de universitario se rodearon los Jefes de Estado. Pese a los reiterados consejos de los Premios Nóbel Paul Krugman y Joseph Stiglitz de que dejara que los bancos cayeran para fundar un nuevo sistema financiero , Obama ayudó a los que estaban en el tembladeral. Los bancos repletos de bonos basura siguieron en actividad y convirtieron a sus directivos en multimillonarios.

En 2019 hasta los banqueros muestran una renovada preocupación pero de otra índole. En la reciente reunión del Fondo Monetario en Washington mostraron preocupación por la retracción económica mundial, sabiendo que América Latina y Europa serán las regiones con los niveles más bajos de crecimiento. Otro tema de conversación fue el del papel de los Bancos Centrales, su independencia y las intromisiones del presidente Donald Trump que ha criticado con su habitual agresividad la decisión de la Reserva Federal y el Banco Central de los Estados Unidos de subir los tipos de interés.

Es muy atrayente lo ocurrido en Francia con dos ex-asesores del presidente Emmanuel Macron, que fueron discípulos del ex titular del FMI y candidato a la presidencia por el socialismo Dominique Strauss-Kahn, formados en el mundo de las finanzas. Strauss-Kahn es ahora un paria acusado por sus desbordes sexuales. Se trata de Ismaël Emelien y de David Amiel, casi treintañeros que acaban de publicar un libro titulado "El progreso no cae del cielo".

Cuentan los autores que hasta mayo de 2018 Macron creía que estaba gobernando con la satisfacción de la población pero una encuesta demostró que el 95 por ciento de los franceses afirmaban que su situación personal no había mejorado con la nueva administración. La distancia en lo que creían que habían logrado y lo que sentían los ciudadanos era sideral. Macron había reformado el mercado laboral, los estudios universitarios y mejorado la situación fiscal. Pero todo lo que habían hecho, tomaron conciencia los responsables del libro , no había colaborado en mejorar las condiciones de vida. En una palabra habían trabajado en una burbuja.

Este proceso fue similar en el gobierno de Obama. Sus asesores se olvidaron de la gente, de su frustración, de las fábricas cerradas, de la ausencia de oportunidades para mejorar . Fue ese descontento no advertido el que olfateó Donald Trump que derrotó a los demócratas que votaron por Hillary Clinton. Tecnócratas que vivían en una nube irreal.

Este es el dilema que se presenta en muchos gobiernos. La verdad de todo lo que está ocurriendo está en las calles, en las opiniones, en los grafittis en las paredes y en los baños, en las conversaciones callejeras, en las confesiones entre amigos, en las quejas vecinales. No está la verdad desde donde se gobierna como en una caja de cristal. El equipo de Mauricio Macri debería tomar muy en cuenta ese divorcio entre lo que se promete y lo recibido por la sociedad.

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