El país incómodo del que Cristina prefirió no hablar

Fue una espera en vano. Si Cristina Kirchner había desarrollado toda su gestión bajo el aura de la cultura de la confrontación, no había porqué esperar un cambio ahora, en sus meses finales como Presidenta. La última Asamblea Legislativa del Congreso la escuchó repetir sus rayos y centellas contra los jueces y la ficción del Partido Judicial, contra la Corte Suprema, contra los opositores, contra la prensa, contra los fondos buitres y hasta contra el fiscal Alberto Nisman. El hombre que la denunció por el caso AMIA y al que ni siquiera pudo expresarle las condolencias de manera decente. El discurso, de casi cuatro horas, fue un stand up continuado de autoelogios a buena parte de su gestión. Tan ensimismada estaba la Presidenta en su propio yo, que se olvidó de inaugurar la asamblea parlamentaria, el verdadero objetivo institucional de un evento organizado, transmitido y financiado para su exclusivo lucimiento personal.

Cristina dio por terminado el endeudamiento de la Argentina. Pero el país le debe a sus diferentes acreedores más de 300.000 millones de dólares y eso que el cálculo no incluye la deuda interna. Cristina prometió estatizar los ferrocarriles que ya funcionan (todavía muy mal) bajo la conducción práctica del Estado. Pero el país aún le debe una respuesta estatal contundente a las víctimas de la tragedia de Once. Cristina habló maravillas del turismo, del empleo y del aumento de las jubilaciones. Pero el país lleva dos años en recesión y la brecha entre los que más ganan y los más desamparados del sistema se sigue ensanchando. Hubiera sido muy auspicioso que el último discurso de la Presidenta ante el Poder Legislativo fuera el producto de un consenso que le allanara al próximo presidente los senderos para mejorar rápidamente la calidad de vida de los argentinos. Pero ese desafío queda ahora para la generación de dirigentes que se dispone a gobernar con historias y prioridades diferentes.

Cristina dijo que le deja un país más cómodo a los argentinos y otro más incómodo a sus muchos adversarios. Pero lo cierto es que la enorme inflación de los últimos años le volvió la vida mucho más incómoda a millones de trabajadores. Es mucho más incómoda la vida de aquellos que cada día tienen que abordar trenes atestados o esperar horas y horas un tratamiento en las guardias de hospitales sin los insumos básicos. Lo cierto es que se ha vuelto mucho más incómodo conseguir un empleo nuevo, sobre todo para los jóvenes. Y que no hay nada más incómodo que llegar a casa a la medianoche porque en las entraderas se pierde la vida demasiado fácil.

En cambio, no parece incómoda la existencia del vice Amado Boudou pese a los dos procesamientos que arrastra sin pestañeos de preocupación. No luce muy incómoda la vida del empresario Lázaro Báez mientras la Justicia investiga si cometió lavado de dinero ni se percibe incomodidad en el Jefe del Ejército, César Milani, a pesar de las acusaciones que lo incluyen entre los responsables de la desaparición de un soldado durante los años bravos de la última dictadura militar. Claro que ninguna de estas comodidades e incomodidades tuvieron espacio en las muchas palabras que la Presidenta pronunció ayer ante el Congreso. Una pena realmente porque la admisión de los errores suele ser el camino más rápido al reconocimiento de los aciertos.

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