El oxígeno menos pensado para recuperar un poco de competitividad

En el Gobierno nadie se animó a sugerir seriamente la posibilidad de desvirtuar el esquema de flotación del tipo de cambio para generar una devaluación, por mínima que sea, para balancear la suba de costos en dólares que arrastró la Argentina en los últimos meses.

El Banco Central solo se había animado a presentar como estrategia la fórmula creada para evitar que la ola de dólares financieros (empujada por las emisiones de deuda del sector público) hundiera aún más el peso. Desde el momento en el que la Nación y las provincias salieron masivamente al mercado a buscar financiamiento para el gradualismo, el BCRA había decidido comprar esas divisas en forma directa para que no alteraran la cotización en el mercado cambiario.

La misma acción fue presentada como un objetivo de acumulación de reservas, y logró cambiar la tendencia. Lo que nadie había contemplado en el escenario de corto plazo era que iba a desatarse el efecto Temer, y que todas las proyecciones financieras e incluso de actividad económica, podían demandar una reescritura completa.

Todavía no hay certezas sobre cómo va a terminar la crisis institucional de Brasil. La oposición impulsa un llamado a elecciones, pero en el peor de los casos, si el mandatario brasileño resigna su puesto su sucesor deberá ser elegido por el Congreso.

El sacudón interrumpió el flujo de divisas a la región. La apuesta a la tasa de interés dejó de ser atractiva y los exportadores decidieron abrir una pausa en las liquidaciones. El dólar se recuperó y el tipo de cambio flotante, destacan los funcionarios, permitió absorber parte de la devaluación del real y darle algo de competitividad a las empresas que miran al mundo. Sin embargo, es difícil estimar si este giro se va a sostener. Al Gobierno le da una mejor ecuación para los planes de inversión que ya están en marcha, y tiempo para que las reformas estructurales sean algo más que una promesa.

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