El olvido de la lucha contra la desigualdad

La actual efervescencia social de América Latina, rememora ciertos momentos de la década del setenta. Si bien nada ocurre sólo porque sí, sorprende el modo y la velocidad en que se desarrollan los hechos.  

En esa vorágine, los sectores heterodoxos advierten sobre la desigualdad, el funcionamiento del Estado “en modo pasivo y “los permitidos en materia laboral, financiera y cambiaria concedidos por los Gobiernos al mercado. Los ortodoxos, fiel a su naturaleza defensora del status quo y las reglas para que nada se desvíe de su curso, exigen un Estado protector del orden, garantías para la empresa (con su particular definición de libre mercado y competencia), un acérrimo cuidado de los valores de la tradición (direccionado a las necesidades de las actividades primarias, básicamente) y la integración amplia e incondicional al mercado real y financiero global (sin retenciones, aranceles, encajes y/o cualquier otro mecanismo).    

La divisoria de aguas es bien clara. De un lado se ubican los protectores de las mejoras de la distribución del ingreso y la movilidad social ascendente, especializados en debatir temas fiscales, monetarios y cambiarios y la coordinación micro / macro en mercados relativamente regulados (orientados a estimular el crecimiento económico); del mismo modo, aspectos ligados a la salud, cultura y educación pública, necesarios para cimentar los pilares del desarrollo económico.

En la otra vereda se sitúan los adalides de la libertad, quienes claman, en general, por el retiro del Estado de la vida económica y, en particular, por la desaparición del Banco Central (arguyendo que antes de su creación no había inflación), la quita de impuestos a las actividades concentradas (primarias) y la eliminación de los sindicatos. Ambos lados confrontan (confrontaron y confrontarán) porque, en esencia, se trata de una convivencia entre vertientes diametralmente antagónicas.

Sectores medios y medios bajos heterodoxos (defensores del Estado como la herramienta fidedigna orientada a la reducción de inequidades sociales), interactuando con segmentos ortodoxos de clases alta, medias alta y media, formados en universidades especializadas en empresas (económicamente acomodados), adoradores de la transparencia del mercado y la actividad privada (liberada del Estado), defensores del equilibrio fiscal (clave para acceder la globalización financiera) y creyentes de la teoría de la desocupación voluntaria (“no trabaja el que no quiere ).

Según la heterodoxia, el principal problema de la sociedad moderna es “su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos (Keynes, 1986) porque descarta la búsqueda de "una ocupación plena, continuada que, en combinación con un énfasis en el consumo y en los bienes públicos, conduciría a un cambio igualitario en la distribución del ingreso (Minsky, 1975) . Por el contrario, “el teórico ortodoxo cree que el aumento de la formación de capital llevará al crecimiento económico, llegando a la conclusión de que es deseable una distribución desigual del ingreso ya que de esa manera el consumo agregado será menor y el ahorro y la inversión, mayores (Laundreth / Colander, 2006). Más en lo profundo en el marco de esta misma línea de pensamiento, la economía neoclásica considera a la distribución del ingreso (y la desigualdad) inmodificable por parte de políticas económicas activas al sostener que “la distribución del ingreso de la sociedad está controlada por una ley natural y que esa ley, si trabajara sin fricciones, le daría a cada agente de producción la cantidad de riqueza que ese agente crea (Clark, 1899) .

Aunque es imposible afirmar que el clima caldeado de región sea explicado totalmente por los niveles de desigualdad (en disminución durante estos años), la aparición de ciertos elementos darían indicios acerca de posibles vínculos en ese sentido. El excesivo bienestar de los más ricos (beneficiados en gran medida por la actividad y / o pasividad del Estado) desplaza al de otros sectores sociales que, de un modo u otro, hoy se identifican y participan en las movilizaciones. Branko Milanovic sostiene, por ejemplo, que “Chile es el país en el que el porcentaje de riqueza de los multimillonarios, en relación con el PIB, es el más elevado del mundo (excluyendo a países como Líbano y Chipre). La riqueza de los multimillonarios chilenos, comparada con el PIB de su país, supera incluso a la de los rusos (Milanovic, 2019) . Esto es sumamente hiriente en una sociedad que, constantemente, reclama por la relación entre el costo y la calidad de las prestaciones en educación y salud. Ante estos brechas, Noam Chomsky vaticina crisis porque cuando "la gente no obedece, el sistema colapsa. Es la historia de la humanidad. Por eso el poder busca controlar a la opinión pública por medio de la propaganda (Chomsky, 2001)".

El tratamiento de estos temas, constituyen materias pendientes en el plano social. En estos años, esa indiferencia resultó bien evidente en los sectores de la sociedad que cultivaron “la política de la intuición y adhirieron al discurso que banalizó y demonizó el rol del Estado. Al sostener (intuitivamente) que su sola presencia es corrupta e implica retraso, se contrapuso al análisis de pensadores tales como Thomas Piketty quien, en la obra más importante de los últimos años, aseguró que "la redistribución moderna no consiste en transferir riquezas de los ricos a los pobres, o por lo menos no de manera tan explícita; reside en financiar servicios públicos e ingresos más o menos iguales, sobre todo en el ámbito de la educación, la salud y las jubilaciones (Piketty, 2014)".

Las fallidas experiencias recientes de entrega de la coordinación micro / macro a los designios del mercado, posiblemente inauguren ámbitos más responsables de debate. Quizás, incluso, impulsen consensos acerca de la función de las políticas públicas activas como herramientas fiables y efectivas para combatir la desigualdad en los términos señalados por Piketty.  

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