El mundo anglosajón baja la presión fiscal a sociedades

En los Estados Unidos, desde el pasado 1º de enero, la tasa del impuesto a las ganancias aplicable a las sociedades comerciales norteamericanas ha bajado al 21%. En el Reino Unido, por su parte, esa misma tasa, que en el 2010 era del 28%, es ahora de apenas el 19%. Las rebajas son, en ambos casos, muy sustanciales, por cierto y sus efectos no pueden ser ignorados.

 

Esas políticas fiscales, que continúan estando en expansión, esto es siendo imitadas, suponen ciertamente la decisión política previa de dar aire a las empresas.

Promoverlas, en lugar de asfixiarlas o debilitarlas. Hacerlas entonces más competitivas, en un mundo cada vez más interconectado. Ello por sobre priorizar, en cambio, el objetivo torpe de dedicarse a engordar al Estado.

A esa ola reciente que supone apuntar a la reducción de la presión impositiva sobre las empresas se ha sumado ahora también Australia, que ha decidido bajar progresivamente la tasa del impuesto a las ganancias aplicable a sus sociedades comerciales del 30% al 25%, nivel que se alcanzará recién en el 2025.

Cabe agregar que Australia tiene, además, un complejo sistema de incentivos fiscales que hace que hoy la tasa efectiva promedio del impuesto a las ganancias a las empresas australianas sea, desde el 2012, de apenas un 10,4%. Muy razonable, entonces.

Es evidente que nuestro país debe siempre tomar en cuenta estas realidades externas. Y, evaluadas que ellas sean, ajustar su propia presión fiscal sobre las sociedades comerciales, de modo de mantenerlas competitivas en un mundo que está reduciendo la presión fiscal que hasta ahora gravitaba sobre ellas. Y estimular así la inversión, que hasta ahora no ha aparecido en esta etapa del gobierno de Mauricio Macri, como algunos suponían.

En líneas generales, la realidad sugiere que la tajada que el fisco se lleva sobre las utilidades de las empresas anglosajonas ya no está, como en cambio aún ocurre entre nosotros, en un orden de la tercera parte, sino, más bien, en uno de la cuarta parte. No es lo mismo, por cierto.

A todo lo que cabe agregar que los cambios de política, cuando se demoran, llegan tarde y permiten que los daños se consumen.

Por esto la necesidad no sólo de estar siempre alertas respecto de lo que ocurre en nuestro derredor. Con nuestros competidores. Sino de reaccionar con diligencia máxima, de modo de mantener nuestra competitividad siempre alta.

La empresa de vender al mundo es, a la vez, un esfuerzo privado y una cuestión púbica. Ella requiere tratar de no operar nunca en desventaja, como mínimo. Aunque lo ideal sea siempre promover (en lugar de desalentar) a nuestras empresas. Ayudarlas, entonces.

Recordando aquello que, en casos como el antes comentado, la paciencia es una virtud, excepto cuando se trata de superar los obstáculos o inconvenientes que nos dañan. En este último caso, lo aconsejable es actuar sin demoras.

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