El día que pagué mi primer sueldo y dejé de ser millennial

Me acuerdo hasta lo que tenía puesto, como si fuera el recuerdo de una cita romántica. Yo, muy suelto del cuerpo disfrutaba del sol mientras debatía por teléfono si comprar un mueble hecho o mandarlo a hacer a medida, hasta que por ahí alguien me pregunta: “¿Ya pagaron los sueldos? . Sin haber chequeado el banco (como si fuera algo que debería estar bien por default) y sin haber siquiera consultado si estaban listas las liquidaciones (como si lo administrativo nunca fallara en los deadlines) dije: “Hoy es el cuarto día hábil del mes, así que sí . Pero con mayor preocupación me preguntan: “¿Y no hubo ningún error? .

Primera alerta.

Tarde, pero alerta en fin.

Llamado telefónico mediante me informan (como si yo no fuera el dueño) que como un sector de la empresa estaba financieramente complicado se había tomado la decisión de pagar el 50% de los sueldos en todos los sectores. “¡Pero la plata de mi caja alcanzaba! me quejé y como respuesta me hicieron un extraño planteo de solidaridad y compañerismo, como si a mis empleados les fuera a interesar/importar que en otra área de la empresa la plata no alcanza.

Sí, ahí ya estaba enojado, pero todavía era un enojo de empleado, de esos que se van con ganar un nivel difícil de candy crush.

Pero de repente otro de los empleados, uno muy educado por suerte, me llama aparte y me cuenta que estaba por ser padre; este mes tenía que pagarle estudios a su mujer y quería empezar a comprar la ropa.

¿Quién era yo para coartarle eso?

La frivolidad por la compra del bendito mueble dejó de importar automáticamente, porque la escala de valores me cambió. El compromiso con mis empleados, primera vez que usaba mentalmente ese concepto tan de la era industrial, se puso en el top de mi ranking. Quienes hasta ese momento eran mis cuasi-compañeros que me hacían caso, pasaron a ser empleados que “dependían de mis decisiones.

Entendí que puedo intentar armar un staff moderno, construir una marca cool y competir por puestos de popularidad con empresas internacionales, pero los números no mienten. Las jerarquías se asumen con las responsabilidades que implican, o así debería ser, y hay algo en lo que no se puede fallar: en cumplir con los compromisos.

Básicamente lo que estaba viviendo era la ruptura con mi idealismo millennial.

Porque con el correr de las horas el enojo fue escarmentando. Otro empleado me hizo un comentario, la gerente me pidió que por favor la próxima vez le avise con anticipación para informar debidamente, mi socio (dueño de otra empresa) me dijo que era una vergüenza. Y entonces el enojo de empleado pasó a enojo de dueño, como esos de series en los que el magnate golpea el escritorio y se manda un shot de whisky sin hielo, pero con toques más modernos.

Mientras me comía la hamburguesa que creía merecer una vez transferidos el 100% de los sueldos, me comprometí a no fallar, a hacer las cosas bien poniendo los números como prioridad y dejar los gastos de promoción y diseño (ya nunca más considerados “inversión mal que les pese a los licenciados en marketing) para cuando realmente alcance. Ser cuidadoso con qué priorizo porque una decisión mía afecta a otros 30. Porque esta vez las cuentas estaban en orden, pero algún otro mes podía ser yo el “financieramente complicado y la historia ser otra.

Dejé de preguntarme sobre la felicidad, dejé de preocuparme por si mi trabajo es mi hobby o si realmente es lo que me apasiona aquello que hace sonar mi despertador. Esas preguntas de posteo de Instagram eran irrelevantes si para el cuarto día hábil del mes no estaba la plata para los sueldos.

Con mis empleados asumidos como tales llegaron otras sorpresas del mundo boomer. Decidir la grilla de sueldos, porque el convenio colectivo de trabajo no hace todo el trabajo. Despedir a un empleado teniendo que ir a un escribano para sellar un acuerdo y evitar el futuro juicio, porque aquel que trabajaba codo a codo conmigo, hoy era mi enemigo y mañana lo saludaba en la esquina de una plaza.

Negociar una licencia psiquiátrica como si no fuera serio tomar psicofármacos. Liquidar impuestos que se multiplican por el solo hecho de pagarlos, y por los que no se recibe mucho a cambio. Controlar todo. No confiar en nadie para demostrar seguridad. Ser el Gran Hermano de mi negocio, sin ocuparme técnicamente de nada para no perder foco pero estando en cada escritorio para que sientan el control y la presión de que uno está presente y entonces lo hagan bien.

Mi millennial interior indignado como ese niño interior cuando dejamos de hablar con los amigos invisibles.

Obvio que la preocupación me llevó a la obsesión y a delirar con dormir poco, adelgazar en exceso y perder la capacidad de ocio; lo cual ya es ultra exagerado para vivir en el siglo Facebook.

Hoy ya puedo dormir pensando que los cheques se van a cobrar, los impuestos van a vencer y los sueldos no pueden esperar, incluso aprendí a convivir con eso y con la angustia millennial de ser feliz hoy, porque mañana puede salir el iPhone 1000 y volver a la infelicidad con tan solo un comercial.

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