De las tasas chinas a la estanflación <br> Por Juan Cerruti

El crecimiento que experimentó la economía en esta década fue notable. De 2003 a 2007, el Gobierno acertó con una política de fuerte estímulo a la demanda agregada y un contexto internacional que le jugó a favor. Pero luego se encendieron luces amarillas, se despertó la inflación y el kirchnerismo equivocó sus políticas. La economía está hoy en el peor momento de la era.

Una máxima de las ciencias denominadas "duras" es que el resultado de un "experimento" puede no repetirse si el entorno en el cual se realiza se modifica. El kirchnerismo pareció ignorar esta ley, al menos en lo que hace a la economía (que por suerte es una ciencia social, y no "tan" dura).

El crecimiento que experimentó la economía argentina durante la década 2003-2013 fue notable. El PBI prácticamente se duplicó: aumentó 91%. Uno de los dos períodos de mayor crecimiento en la historia económica argentina. Pero de allí a atribuir exclusivamente la autoría de esta fenomenal expansión de la actividad a los aciertos en política económica hay un trecho. Primero, porque la comparación se realiza con el "piso" que dejó la crisis 2001/2002. Segundo, porque el contexto económico internacional fue extraordinariamente benévolo con el país.

Ciertamente el kirchnerismo tuvo sus méritos. En particular en la primera de las tres etapas en las que se puede desagregar la evolución del crecimiento desde 2003 a la fecha. En este período inicial, que abarca desde 2003 a 2007, el Gobierno acertó con la "medicina" que el paciente requería: una política que estimulara fuertemente la demanda agregada. Así, los resultados fueron una tasa de crecimiento promedio anual del 8,9% (las famosas "tasas chinas") con una inflación relativamente bajo control (promedio 7,1% anual).

En esa etapa, el tendal de heridas que había dejado la crisis postconverbilidad se transformó en un campo fértil para aplicar políticas "keynesianas" tradicionales. Con amplia capacidad ociosa en la industria y abundante mano de obra desempleada, el país se embarcó en una recuperación acelerada. Asimismo, los desequilibrios macroeconómicos que había derivado en la implosión del "1 a 1" llevaron a comprender la importancia de una macroeconomía sana. Se alcanzó superávit fiscal y comercial, se sostuvo un tipo de cambio competitivo que alentó las exportaciones y la industria interna, y permitió comenzar a recuperar las alicaídas reservas del Banco Central. El descenso en los índices de desempleo y pobreza dieron cuenta de estos aciertos en la orientación de la política económica.

Soja, ese gran aliado

Al mismo tiempo, el contexto mundial ayudó como pocas veces antes. Hecho que continuaría, con matices, hasta estos días. Los precios de los productos de exportación (con la soja, el famoso "yuyito", a la cabeza) se dispararon, las tasas de interés internacionales comenzaron a bajar, y Brasil (nuestro principal socio comercial) inició un prolongado período de expansión económica. Todo a favor.

Sin embargo, el período siguiente (2007-2011) marcaría ya algunas luces amarillas en el horizonte económico. Tras la fortísima recuperación del quinquenio previo, la economía comenzó a navegar por aguas no tan propicias para un "keynesianismo clásico". Con el PBI arrimándose al límite de su producto potencial también empezó a agotarse el "colchón" que había dejado la crisis 2001 en cuanto a mano de obra desempleada y capacidad ociosa en la industria. El juego cambió. Pero el Gobierno no lo logró interpretarlo por completo. El objetivo ya no pasaba por incorporar más factores de la producción a escala (trabajadores y máquinas, que no estaban disponibles en el corto plazo), sino de combinarlos mejor. Es decir, aumentar su productividad, vía inversiones y mejoras tecnológicas.

La inflación tan temida

Así fue como empezaron a surgir restricciones por el lado de la oferta agregada, y con ella se despertó un gigante dormido que los argentinos parecían haber olvidado: la inflación. Durante este período la tasa de crecimiento promedio del PBI se mantuvo relativamente alta: fue del 7,1% anual. Pero el ritmo inflacionario prácticamente se triplicó y pasó al 19,5%, evidenciando crecientes desequilibrios que empezaron a erosionar las bases del modelo: los superávits gemelos (fiscal y comercial) y la competitividad cambiaria.

Tal vez más inquietante, el Gobierno (enamorado de una receta que le había dado réditos en la primera etapa) cometió su primer error grave de interpretación de diagnóstico. Atribuyó el deterioro económico a "conspiraciones" empresarias, políticas, del agro, etc. E ignoró una lógica económica casi tan evidente como ley de Gravedad: cuando el contexto cambia, las políticas que logran buenos resultados también deben modificarse. Distintas enfermedades requieren distintos remedios.

Estos años fueron el preludio de algo que se agravaría en la tercera etapa: el "relato" y la negativa a rever o modificar políticas (a riesgo de que esto sea percibido como un signo de debilidad) condicionarían crecientemente el margen de acción de la política económica, acotando sensiblemente los instrumentos disponibles. El dogma se apoderó del pragmatismo y la lógica económica.

En palabras de uno de los economistas más respetados de la city porteña, el tercer período K en la economía (2012 al presente) sería bautizado como la "crisis más autoinflingida" de la historia económica argentina contemporánea. La idea alude a que tradicionalmente las crisis se produjeron en el país ante un clima económico externo desfavorable. Pero este no es el caso. El mundo no se nos "vino abajo" como afirman en el Gobierno. La soja triplicó su precio a lo largo de los últimos 10 años, las tasas de interés están en su nivel más bajo en la historia y Brasil (si bien sufrió una desaceleración el año pasado) continúa con una economía sólida.

Entre 2012 y lo que va de este año, los desequilibrios se acumularon sin que el Gobierno lograra tomar medidas que acierten en una solución. El crecimiento promedio anual merodea el 1,5%, pero la inflación trepó hasta niveles entre 23% y 25%, según la medición. Un escenario hasta ahora desconocido para el kirchnerismo y que los economistas denominan "estanflación" (estancamiento con inflación). También es el contexto con el que ningún gobierno quiere llegar a la hora de enfrentar una elección.

Pero una vez más, preso del relato y abrazado a una supuesta mística que desafía las políticas económicas tradicionales, el Gobierno tomó medidas que profundizaron la desaceleración económica. El 2013, además, llega con un desafío adicional: cómo compatibilizar los objetivos de política económica con los electorales.

Para volver a la senda de un crecimiento sustentable en el tiempo (y con inflación moderada) muchas veces los gobiernos se enfrentan al dilema de tener que tomar por delante medidas "políticamente incorrectas" porque como todo remedio "tiene un sabor amargo al principio", aunque al final el tratamiento cura al paciente. Sin embargo, hasta ahora el Gobierno parece priorizar el objetivo electoral, con creciente dosis de "aspirinas". Su lema en materia económica está signado por la máxima de "atacar la consecuencia, en vez de la causa".

Políticas erróneas

Así, para evitar la inflación se profundizó la intervención al Indec y reforzaron los controles de precios. Para maquillar el déficit fiscal se recurrió a los fondos del BCRA y la ANSeS. Y para frenar el deterioro del superávit comercial (producto del atraso cambiario que generó la inflación) apeló a las trabas a las importaciones y el cepo cambiario.

El resultado de estas dos últimas políticas fue un mercado cambiario desdoblado, con un dólar oficial y otro paralelo. Y si bien el dólar blue es ilegal y con un mercado reducido, no es "inocuo" para la salud de la economía. Aceleró un parate en ramas clave de la estructura productiva: la construcción y el sector inmobiliario. Asimismo, generó expectativas negativas en la confianza de los consumidores y frenó la inversión. Esta última es la variable clave que la Argentina debe recuperar para resolver el problema de fondo de la economía local: la inflación. Porque la suba de precios a largo plazo sólo se combate con una mayor oferta de bienes y servicios. Y eso se logra con mayor inversión.

La mala noticia: la economía argentina está en su peor momento en la década K. La buena noticia: revertir esta situación no depende (como en oportunidades previas) de una mejora en el resto del mundo, sino que está en nosotros. La Argentina tiene todo para volver a crecer y desarrollarse, sólo resta asumir con responsabilidad y profesionalismo el desafío. z we

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