De la Rúa nunca pudo esquivar la tormenta perfecta de la economía

Fernando de la Rúa tuvo una carrera política extensa y muy reconocida, con un final que quedó marcado a fuego en la historia política argentina. En el turbulento 1973, fue el único radical en ganar un cargo legislativo (fue electo senador nacional en la Capital Federal) en medio de la ola peronista que llevó a Héctor Cámpora a la presidencia. Ese reconocimiento hizo que Ricardo Balbín, el líder de la UCR, lo eligiera como compañero de fórmula para pelear contra la fórmula Perón-Perón. Entró a la Cámara Alta finalmente en 1983 y después de varios períodos, fue electo primer jefe de Gobierno de la Ciudad en 1996. Desde esa posición, llegó a la Casa Rosada con el mandato de borrar los desaciertos del menemismo, convertido en el referente institucional de una alianza con sectores del peronismo progresista que buscaba romper el bipartidismo nativo. El experimento no funcionó. Hubo muchos desaciertos, pero también un viento económico que chocó de frente con el ciclo político.

El principal corset con el que tuvo que lidiar como jefe de Estado fue con la convertibilidad. La ley con la que Domingo Cavallo pulverizó la inflación en 1991, había cumplido su vida útil y mostraba ya signos de agotamiento. Equiparar al peso con el dólar fue cumplir un sueño para la clase media, pero una pesadilla para muchos sectores industriales, que encontraron una barrera insalvable para exportar. La falta de dólares se cubrió primero con las privatizaciones y luego con un combo de inversiones y endeudamiento. Pero a cada shock externo, a la Argentina le costaba más conseguir las divisas para mantener a flote su economía. En 1999, Brasil devaluó y todos los analistas aconsejaban flexibilizar la paridad cambiaria. Eduardo Duhalde armó un plan de salida y lo transformó en el caballito de batalla de su candidatura presidencial. Pero la sociedad le tuvo miedo al cambio, porque la ruptura de contratos atados al dólar podía ser explosiva. Y votó una opción conservadora.

Sin dólares, con la economía entrando a una recesión y un déficit fiscal mayor al declarado por Menem, el panorama económico no era bueno para un gobierno que había ganado con la promesa de no devaluar. El promocionado blindaje de u$s 38.000 millones tenía un aporte del FMI de u$s 11.600 millones, y la reforma impositiva lanzada en el 2000, era tan ineludible ante el rojo heredado como la ayuda externa. La política no ayudó: ni los socios de la Alianza, ni la oposición del peronismo duro, facilitaron el clima para enmendar el rumbo.Tampoco el mundo, ya que el FMI del 2001 fue el primero en soltar la mano y acelerar la crisis. En diciembre se desató la tormenta perfecta y la única salida fue el helicóptero. De la Rúa nos dejó con el mandato de aprender de su fracaso.

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