Cuánto durará la paciencia

Mauricio Macri acaba de cumplir diez meses en el poder. Es un poco más que el 20% de su actual mandato. En ese período, el nivel de vida de casi todos los sectores sociales disminuyó sensiblemente. Cayó el empleo, aumentó la inflación de manera despiadada, disminuyó la inversión directa, aumentó la deuda externa de la Argentina. Todo ese proceso coincidió con una notable paciencia de la sociedad, gran parte de la cual, con cierta razón, adjudica parte o la totalidad de esos males a las dificultades heredadas o a las terapias necesarias para corregirlas. Una de las preguntas clave de este nuevo proceso político es, justamente, cuánto durará esa paciencia. El último fin de semana, una encuesta de la consultora Management and Fit, cuyo contenido aun no fue revelado, debería como mínimo preocupar a la Casa Rosada, ya que algunos de los números que contiene reflejan claramente que la luna de miel empieza a agotarse.

El primer dato que llama la atención es la comparación entre las imágenes de Mauricio Macri y de Cristina Fernández de Kirchner. Contra la idea de que uno está entre los dirigentes más prestigiosos del país y la otra entre los más rechazados, la encuesta sostiene que apenas 4 puntos separan la imagen positiva de ambos, una diferencia que casi está dentro del margen de error. Macri araña la valoración positiva del 41% de los argentinos, mientras Cristina es querida por casi el 37%. Si a eso se le agrega la tendencia que evidencian ambos, la preocupación en el oficialismo debería aumentar. La imagen de la ex presidenta se mantiene bastante estable desde que dejó el poder. M&F nunca fue de las consultoras que le concedió al presidente números astronómicos. Pero hace diez meses, la imagen positiva de Macri, en este mismo estudio, acariciaba el 55%. Uno de cada cuatro votantes potenciales, al parecer, ya no están allí. En otras palabras, las curvas de MM y CFK corren riesgo de cruzarse en breve.

A eso se le deben agregar otros datos de contexto. Solo el 25,1% de los argentinos considera que su situación económica personal mejorará en los próximos meses. Apenas el 32,7% piensa que la situación económica va a mejorar. En ambos casos, los pesimistas son más: el 43,1 cree que el contexto va a empeorar y el 39,6 que sus perspectivas personales son malas. En marzo, el 50,7% elogiaba la gestión presidencial. Hoy ese número cayó al 43%. La brecha entre los que apoyaban y los que criticaban era de 15 puntos en aquel momento. Ahora no llega al uno por ciento. En ningún caso se trata de una caída vertical o dramática: es una pérdida de consenso por goteo. Pero si la progresión se continúa en los próximos meses, el Presidente ingresará en zona vulnerable.

Como no se trata de una situación binaria, donde las alternativas son la gloria o Devoto, hay muchos elementos del estudio que compensan los números anteriores. Por ejemplo, el 37,6% de los consultados sostuvo que si se realizaran hoy elecciones legislativas apoyaría a los candidatos del gobierno, contra el 35% que se inclinaría por la oposición. Como se sabe, en un caso todos los votos irían para el mismo lado, y en el otro se dividirían. Unos y otros perdieron un 5% en el último mes. Además, una de las diferencias entre Macri y Fernández de Kirchner es la cantidad de rechazos que cosecha cada uno: Macri, un 33% contra el 47 de CFK. Por eso, en el diferencial entre apoyos y rechazos el actual Presidente recibe 8 puntos positivos mientras que su antecesora, 12 negativos. En la tabla de posiciones que ubica a los dirigentes según la relación entre imagen positiva y negativa, aparece primera María Eugenia Vidal que, según espera el oficialismo, será un factor clave en la próxima elección, aunque no sea candidata. Cristina y Scioli reciben más rechazos que aprobación. El Gobierno puede argumentar, como lo viene haciendo casi desde el 10 de diciembre, que lo peor ya pasó y que ahora solo queda crecer desde un piso alto. Quién dice.

En cualquier caso, la tendencia para ellos ha sido siempre descendente. Hasta la imagen positiva de Vidal ha caído, aun cuando se mantiene muy alta.

Cada vez que un dirigente llega al poder, se instala entre su gente cierto halo de invencibilidad. Que ello no es así, es una obviedad. Contra lo que sostenía el fanatismo kirchnerista, Néstor Kirchner podía ser derrotado y, de hecho, así fue en el 2009, cuando compitió con Francisco de Narváez. El kirchnerismo luego volvió a perder en 2013 y 2015. Como Kirchner había triunfado, y luego Cristina había revalidado dos veces, una por el 54% de los votos, parecía que la realidad se les rendiría para siempre. Pero eso, no ocurre nunca.

Si se mira con perspectiva, Néstor Kirchner llegó al poder por primera vez por un resquicio que le abrió la combinación del rechazo a Carlos Menem con la falta de alternativas en el peronismo. Aunque no le convencía, Eduardo Duhalde decidió respaldarlo y, pese a que él mismo no era muy conocido, se llevó el premio mayor. Con Mauricio Macri ocurrió algo parecido. La muy sólida resistencia al oficialismo de entonces, potenciada por los horrores en la elección de candidatos, volcó a la sociedad a elegirlo por un estrecho margen en el ballottage, luego de que apenas un 34% de los argentinos lo votara en primera vuelta. Su mayoría es frágil desde su mismo nacimiento. Nada de esto minimiza la coalición que armó, ni su capacidad para generar dirigentes que hoy conforman una novedad política en la Argentina. Pero el punto de partida suyo es más frágil, incluso, que el de la Alianza.

No le sobra nada.

En ese contexto, puso en marcha un plan económico que produjo un gran stress social y una enorme incertidumbre hacia el futuro. Ese plan económico tuvo episodios de mala praxis muy evidentes, como subestimar la inflación que causaría la liberación del mercado de cambios o aplicar un aumento de tarifas de una enorme magnitud, del cual tuvo que retroceder a medias. La cantidad de pronósticos fallidos sobre el curso de la economía es sorprendente por su repetición y magnitud.

Sería necio negar, en este contexto, que el camino para el Gobierno hasta diciembre del año que viene es muy escarpado, y requiere de una precisión que, al menos hasta aquí, la gestión oficial no ha tenido.

Hay todo tipo de teorías sobre las elecciones de medio término. Algunos especialistas sostienen que, como no se elige un Gobierno, la sociedad prefiere manifestar allí su descontento. Sin embargo, Carlos Menem, Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner ganaron dos años después de asumir. Allí, en la primera elección posterior al inicio de un nuevo período, es cuando la sociedad ratifica o expresa su arrepentimiento por el camino elegido. En el Gobierno hay quienes consideran que la elección que se realizará en un año es una cuestión de vida o muerte y quienes, como Federico Sturzenegger, sostienen que lo importante es bajar la inflación, y que hay múltiples ejemplos de presidentes que perdieron parlamentarias y luego fueron reelectos porque en los años siguientes se vieron los frutos de un Gobierno mejor asentado. Otros piensan con ingenuidad que basta con tenerla a Cristina enfrente para ganar una elección, como si el descontento no fuera un caudal que, tarde o temprano, encuentra su cauce, así se llame Mauricio Macri.

En cualquier caso, como dicen los que saben, si hay algo difícil de pronosticar es el futuro.

Hay dos cosas ciertas.

La primera es que la sociedad empieza a dudar sobre el camino elegido, o al menos lo hace con más énfasis.

La segunda es que no siempre estará Aníbal Fernández para darle una mano al Gobierno.
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