Cualquiera sea el gobierno

Con anterioridad a las elecciones de 2015, la consultora de opinión pública Ibarómetro realizó un estudio acerca de la ideología de los argentinos. Ocho de cada diez encuestados conceptualizaban al Estado como el principal responsable de asegurar el bienestar. El 71% de opinó favorablemente sobre la conveniencia de una fuerte intervención del Estado en la economía. En 2016, La consultora Isonomía, con base en sus propios estudios, presentaba un perfil de nuestra sociedad como careciente de una clara definición política, pero que favorecía la fuerte injerencia por parte del Estado de los principales sectores del quehacer socio-económico, desde la educación primaria hasta los bancos.

A nuestro país le ha resultado difícil prosperar porque las aspiraciones y demandas sociales estuvieron desalineadas con la posibilidad de la economía de generar la suficiente riqueza para satisfacerlas. A todo ello debe adicionarse la existencia hasta 2015 de un conjunto de beneficios explícitos tales como los insostenibles costos de los servicios públicos y la energía; y la histórica existencia de “bolsones de rentas en manos del sector privado.

Por todo ello, el gobierno actual encontró una situación inicial donde el gasto total consolidado había pasado del 22 % del PBI en 2003 a un infinanciable 45% en 2015, y donde las prestaciones sociales representaban un gran porcentaje del mismo.

Aun así, en 2015, la pobreza alcanzaba al 23%, más del 34% de las personas se encontraban desempleadas o en situación laboral precaria, y aproximadamente un millón jóvenes no estudiaban, ni trabajaban, ni buscaban trabajo.

La ciudadanía demandaba cambios en los resultados económicos y en los valores. Pero el 49% había apoyado consignas de cambio, “pero manteniendo lo ganado .

Fue éste contexto el que de cara a la imprescindible corrección de las distorsiones heredadas conformó la actitud gubernamental: el gradualismo, el estado presente, y la meta aspiracional de pobreza cero. La vara se fijó muy alta y el desafío del gobierno era cumplir satisfactoriamente con los objetivos.

A pesar de factores de mala suerte, como la peor sequía en 50 años, por la que se perdieron exportaciones por u$s 9000 millones; o exógenos como el aumento del precio del petróleo, el fortalecimiento del dólar, la elevación de las tasas por la FED, el débil nivel de actividad en Brasil, la disputa comercial de Estados Unidos con China y la menor entrada de capitales en el mundo emergente, el gobierno demostró muy pocos avances en el control del déficit fiscal y de cuenta corriente y tuvo que recurrir al endeudamiento externo.

En junio del 2018 tuvo que acordar un préstamo “Stand by con el Fondo Monetario Internacional por u$s 50.000 millones, por el cual, entre otras cosas, se buscaba reducir del déficit primario a 1,3% en 2019 a equilibrio fiscal en 2020. En palabras del propio gobierno el Acuerdo se concibió como un recurso ante las turbulencias financieras internacionales, para financiar a un gradualismo que aspiraba a proteger a los más vulnerables como consecuencia de haber heredado una economía con grandes desbalances económicos y un tercio de la población en la pobreza y prometía volver a crecer con fuerza, crear empleo y reducir la pobreza. En junio de 2018 las aspiraciones seguían siendo las de 2015.

Para que las restricciones fiscales, y el sacrificio en términos de bienestar de corto plazo, que el acuerdo con el Fondo imponía fueran sostenibles, se requería que los ciudadanos percibiesen que dicho esfuerzo iba a generar, en un plazo más largo, los beneficios que el gobierno planteaba; porque el riesgo inmediato era el desempleo y la baja de salarios. Mirando los resultados logrados por Cambiemos a lo largo de su mandato, en términos de PBI: 2016: -2,1; 2017: +2,7; 2018: -2,5 y se estimaba un 2019 con -2,7. Hoy la pobreza ronda el 35% y la deuda llegaba al 66% del PBI.

Y con ese marco nos encontró las PASO. A pesar que la inflación estaba en descenso y a que algunos sectores de la economía estaban en camino de recuperación, los ciudadanos votaron mayoritariamente a la oposición, más como un repudio a los efectos de una economía deprimida que a las inexistentes propuestas de la oposición y, para muchos, un inexplicable retorno a figuras que en el 2015 habían sido penalizadas por la ciudadanía. La mayoría de los analistas políticos hoy sostiene como muy probable el escenario por el cual en las elecciones de octubre se imponga la fórmula Fernández-Fernández. Por otro lado, el gobierno trata de estabilizar la macroeconomía y el frente externo, transitar el corto plazo con medidas paliativas del inminente golpe inflacionario y convencer a los ciudadanos de la inconveniencia de un retorno al pasado.

El mensaje de lo acontecido parece ser que la ciudadanía no le ha dado más tiempo en términos de credibilidad a los planteos del gobierno y que prefiere darle otra oportunidad a un modelo dirigista y estado-céntrico, más “complaciente con las características culturales descriptas al comienzo de esta nota.

Pero, cualquiera ejerza el gobierno después del 10 de diciembre, y como he sostenido en notas anteriores, a cualquier gobierno futuro le va a resultar muy difícil gobernar si la economía no se estabiliza, comienza a crecer y genera empleo. Dadas las restricciones del sector público en cuanto a las necesidades de financiamiento, no es razonable esperar que sea éste un generador de empleo. Por otro lado, cualquier estrategia basada en forzar una recuperación rápida de la economía dentro de un programa “distribucionista chocaría contra estas restricciones.

Cualquiera sea el gobierno, el gran desafío será como alinear las expectativas de corto plazo y generar expectativas movilizantes. Se necesitará un plan económico integral, con acuerdos políticos, con una visión que incorpore como prioridades el desarrollo y la generación de empleo en el sector privado y especifique un programa de crecimiento que se adapte a los requerimientos actuales: reducir el peso del sector público y la consecuente presión impositiva, cumplir los compromisos externos y mejorar la competitividad.

Para ello es útil recurrir a las recomendaciones contenidas en un informe encargado en 2008 por el Banco Mundial a los premios Nóblel Michael Spence y Robert Solow: “The growth report; estrategias para el crecimiento sostenible y el desarrollo inclusivo . Las conclusiones que arribó el informe es que para crecer en forma sostenida hay que:

  • Aprovechar al máximo la economía global;
  • Mantener la estabilidad macroeconómica;
  • Lograr altos niveles de ahorro e inversión;
  • Dejar que el mercado asigne los recursos;
  • Tener gobiernos comprometidos, creíbles y capaces y;
  • Mantener un marco institucional en el cual se respete el derecho de propiedad y los contratos puedan ser cumplidos.

Las formas podrán discutirse. ¡Cualquiera sea el gobierno!

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