DEBATE: IDEAS PARA COMBATIR LA INFLACIÓN (NOTA II)

Cristina, atrapada en su laberinto

Por Martín Redrado

Nuestro país posee por momentos pinceladas de novela, como aquella de García Márquez que cuenta la última etapa de la vida de Simón Bolívar. Sí, me refiero a esa magnifica obra El General en su Laberinto. Mas allá del contexto histórico y salvando las distancias, nuestra Presidenta también deambula (por obra y gracias de sus propias políticas), por caminos semejantes.

Nuevamente, la economía, y más precisamente, una pobre administración cambiaria, ponen en evidencia las distorsiones no calibradas a tiempo, bajo la forma de dinámicas inconsistentes. Más aún, en los últimos años hemos vivido bajo un marco de bonanza ficticia, basado en gastar los ahorros que trabajosamente se acumularon en el período 2003-2007.

El abordaje sistemático del tema inflacionario debería ser el objetivo principal de cualquier estrategia abarcativa de política económica. De permanecer así como estamos (sin superávits gemelos y con un atraso cambiario cada vez más marcado), el actual esquema entra en una zona que pone en riesgo su propia sustentabilidad. La meta principal de aquí en adelante debe orientarse a reencauzar la evolución de precios, no a retroalimentarla.

Sin una política articulada que se proponga fomentar un desarrollo económico a través del crecimiento sostenible con inclusión social, será cada vez más difícil reducir la pobreza; impulsar el empleo, generar inversión privada; sostener el consumo y preservar la competitividad de nuestra economía. Al gobierno le convendría recordar que la economía se mueve no solo en términos de conflictos de intereses, sino también en base a incentivos. Si se pretende que los argentinos pensemos en pesos luego de haber vivido crisis y confiscaciones casi una vez por década, se debe generar credibilidad en la economía. No hay atajos. En efecto, es preciso ya comenzar a mostrar acciones convergentes de política fiscal, monetaria, salarial y cambiaria, que muestren objetivos compatibles en sus tasas de crecimiento e inflación, durante lo que resta del período de gobierno.

Es preciso, además, trabajar sobre las expectativas, las distorsiones micro que se generaron en mercados específicos (como la energía, la carne, la leche y el trigo), y la gestión de la política económica, que debe abandonar su sesgo pro-inflacionario. Sin indicadores oficiales creíbles (difícilmente suplantados por imperfectas estimaciones privadas), las expectativas de inflación terminan retroalimentando (y sobrestimando, incluso) el alza de precios. El adolecer de un confiable e inequívoco termómetro impide no sólo medir adecuadamente lo que sucede en la economía y cuales son sus efectos, sino que agrega incertidumbre adicional a las decisiones de consumo, ahorro e inversión, impactando de lleno en el nivel de actividad. En este sentido y como condición necesaria para abordar cualquier estrategia inflacionaria, se debería elaborar un nuevo índice que reemplace al actual y dotar de un marco legal de independencia técnica, funcional, administrativa y financiera al organismo estadístico.

La gestión de la política económica no ha sido inmune a la falta de credibilidad de las cifras oficiales, sobretodo en el aspecto salarial y monetario. En general, las paritarias hace años que se solicitan aduciendo a la inflación de supermercado o de las provincias, bien lejos de los guarismos revelados por el Indec. En tanto desde el Banco Central se comenzó a utilizar el IPI (índice de precios implícitos del PBI) desde el último cuarto de 2007 como sustituto imperfecto de la evolución de precios (conflicto mediante con Moreno), para ajustar la elaboración del programa monetario a una trayectoria que se verificaba divergente. En la actualidad, la inconsistencia monetaria surge con fuerza a partir de la toma del Banco Central como caja del gobierno. La dominancia fiscal, ha evaporado el equilibrio en el mercado de dinero. La emisión de pesos de la economía dejó de estar al servicio de la demanda del público, para pasar a estar sujeta a las necesidades del Tesoro Nacional, y esto también impacta fuertemente en los precios. Fiel reflejo de esto es el hecho de que se ha comenzado a reflejar un incipiente proceso de desmonetización, en el cual la población está consumiendo en lugar de ahorrar (sacándose de encima el dinero más rápidamente y retroalimentando la inflación) o, alternativamente, huye de la moneda doméstica.

Si bien en un marco de desaceleración económica se necesitan políticas económicas contracíclicas, en la coyuntura que atraviesa nuestro país, la política fiscal, monetaria y de ingresos, colaboran para profundizar un escenario de elevada inflación, por no haber sido calibradas a su debido tiempo. Urge cada día más, una convergencia entre todos los brazos de la política económica, solo posibles en el marco de un programa económico integral.

El no reconocer la creciente incompatibilidad entre la tasa de devaluación e inflación se está imponiendo por su propio peso, aun a pesar del gobierno. Actuar ya sobre esta problemática, resulta crucial para evitar que nos adaptemos de manera permanente a un entorno de atraso cambiario con magro crecimiento, una receta letal para quedar atrapada en el laberinto.

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