Coronavirus y salud mental

En contraste con las consecuencias relativamente mensurables (fallecimientos, pérdidas financieras), es más difícil dimensionar las consecuencias de esta pandemia sobre la salud mental de las personas.

Estimar el impacto psicológico de tal circunstancia pasa por considerar aspectos como lo impredecible de la evolución y el manejo de la enfermedad; la merma súbita de recursos materiales y sociales; la dificultad de preparación ante las decisiones rápidas que se toman sobre la marcha; o la ineficacia de las creencias vigentes, por ejemplo, incertidumbre sobre la circulación real del virus, inminencia de la aprobación de una vacuna o proliferación de remedios caseros, para dar explicación de lo que ocurre, con el consiguiente aumento de la sensación de descontrol sobre el propio entorno (Martín, Reconstruir el tejido social. Icaria Editorial.1999).

Una pandemia constituye una situación de emergencia que implica respuestas psicológicas individuales y colectivas que inciden en su avance o contención, con las consecuentes respuestas emocionales de ansiedad y angustia que pueden llevar al desorden social.

Este estado extraordinario que suscita la pandemia que conlleva paralización de la actividad económica, con posibilidad cierta de ruina financiera para algunos, así como las medidas de restricción de movimientos y el aislamiento obligatorio instrumentado para contenerla suponen un corte radical de la cotidianidad de las personas.

El confinamiento implica la separación de familias y amigos con la consiguiente neutralización de fuentes de apoyo social reducción de suministros vitales y aumento de las preocupaciones por las finanzas familiares; disrupción de rutinas y la vulnerabilidad al descuidarse otras enfermedades prexistentes al Covid-19.

Según la OMS, en general, cabe esperar en estas circunstancias la percepción de incertidumbre; sobrecarga de información, sobreexposición al problema y circulación de rumores; sensación de amenaza constante a la salud propia y a la de los seres queridos; interrupción o distorsión de ritos sociales de duelo; y discriminación o estigmatización hacia minorías, personas desaventajadas o quienes se suponen constituyen fuentes de contagio.

El miedo, la ansiedad el temor al desabastecimiento propició en un principio compras por pánico o acumulación, como mecanismos de mitigación del riesgo percibido y de las emociones negativas suscitadas por la situación imperante.

Los efectos psicológicos de los procesos de cuarentena, como muestran Brooks et al. (The psychological impact of quarantine and how to reduce it. The Lancet 2020), incluyen estados y emociones relativamente esperables (enojo, aburrimiento, frustración, insomnio, etc.), pero también efectos graves (suicidio, síntomas postraumáticos) o que pueden perdurar en el tiempo, cuando las medidas de distanciamiento físico y de cuarentena hayan finalizado.

Un estudio realizado en China al principio de la pandemia en 1210 personas descubrió que el 13,8% presentó síntomas depresivos leves; el 12,2%, síntomas moderados; y el 4,3%, síntomas graves. Se observaron mayores niveles de depresión en los varones, en personas sin educación, en personas con molestias físicas (escalofríos, mialgia, mareo, coriza y dolor de garganta) y en personas que no confiaban en la habilidad de los médicos para diagnosticar una infección por coronavirus.

Otro estudio sobre el impacto del Covid-19 sobre la salud mental prevé que en las personas que sufren el fallecimiento repentino de un ser querido por coronavirus, la imposibilidad de despedirse puede generar sentimientos de ira, tristeza y resentimiento, lo que podría favorecer el desarrollo de un duelo patológico.

Un grupo de riesgo al que es necesario prestar atención son los profesionales de la salud.En efecto en casi todo el mundo estos profesionales se enfrentaron a una enorme presión debido a un alto riesgo de infección y falta de protección adecuada ante una posible contaminación, aislamiento, incremento de la demanda de trabajo, frustración, cansancio por las largas jornadas laborales, falta de contacto con sus familiares y trato con pacientes que expresan emociones negativas.

Kang Lee publica un trabajo en Lancet Psychiatry. 2020, donde relata que durante las etapas iniciales de las emergencias sanitarias, el personal de salud puede presentar síntomas depresivos, ansiosos y similares al estrés postraumático, los cuales no solo repercuten en la atención y toma de decisiones, siendo estás las principales herramientas de lucha contra el coronavirus, sino también en su bienestar.

Lai et al. publicaron en JAMA Netw Open. 2020 un estudio trasversal en 1257 profesionales de la salud de 34 hospitales de China, entre el 29 de enero y el 3 de febrero de 2020, con la finalidad de estudiar los niveles de depresión, ansiedad, insomnio y reacción al estrés. El personal encuestado informó la presencia de síntomas depresivos (50,4%), ansiosos (44,6%), insomnio (34,0%) y reacción al estrés (71,5%). Además, el personal de enfermería, las mujeres, los trabajadores de atención médica de primera línea que atendían directamente a los pacientes sospechosos de tener la COVID-19 y el personal médico que trabaja en Wuhan informaron grados más severos de problemas en su salud mental. De todas estas variables, trabajar en la primera línea de diagnóstico, tratamiento y atención de pacientes con la COVID-19 fueron las que se asociaron significativamente con un mayor riesgo de síntomas depresivos, ansiosos, insomnio y reacción de estrés.

Con toda la evidencia publicada hasta la fecha, tanto de pandemias pasadas como de la actual, parece ser que, además de los esfuerzos en varios niveles para prevenir la propagación de la enfermedad, se deben desarrollar programas para detectar y tratar problemas de salud mental.

Es cierto que los datos epidemiológicos sobre los problemas de salud mental de los pacientes sospechosos o diagnosticados con COVID-19 y del personal de salud aún son escasos y se desconoce cuál es la mejor forma de responder a los desafíos durante esta enfermedad, pero la experiencia de anteriores pandemias y lo realizado en otros países puede ser útil.

Sobre el personal de la salud algunas medidas generales pueden ser horarios de trabajo más cortos, periodos de descanso regulares y turnos rotativos para aquellos que trabajan en áreas de alto riesgo, brindar un espacio adecuado para que puedan descansar y aislarse momentáneamente de sus familias, ofrecer una adecuada alimentación y suministros diarios, facilitar información sobre la enfermedad y sobre las medidas de protección, desarrollar reglas detalladas y claras para el uso y manejo de los equipos de protección, aconsejar sobre técnicas de relajación y manejo del estrés, y fomentar las visitas de apoyo psicológico a las áreas de descanso del personal de salud para escuchar sus dificultades y brindarle el apoyo necesario. (Fessell D, Cherniss C. COVID-19 & Beyond: Micro-practices for Burnout Prevention and Emotional Wellness).

Se debe realizar el esfuerzo para concientizar a la población en general sobre las estrategias de prevención e intervención, proporcionando actualizaciones diarias en las redes sociales y sitios webs. Esta información, actualizada y precisa, debe centrarse en el número de casos recuperados, el tratamiento (desarrollo de medicamentos o vacunas) y el modo de trasmisión, así como sobre el número de casos infectados y su ubicación. Si las personas reciben suficiente información y confían en el gobierno y en las autoridades de salud se podría reducir la ansiedad y la vulnerabilidad percibida.

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