China vs. India, un conflicto en el centro de la disputa de poder global

La disputa territorial en junio entre China e India en el Himalaya fue la primera con víctimas fatales desde 1975 explicitando la actualidad de un conflicto que derivó en la guerra de 1962 ganada por China. Pero este choque reciente revela una dimensión nueva del conflicto porque manifiesta tensiones en las competencias por el poder global en la actualidad, que tiene como trasfondo el movimiento en curso de (re) ascenso de Asia y del relativo declive de los poderes occidentales. Esto significa que el desenlace de este conflicto fronterizo es parte de la redefinición del orden regional asiático y, por el peso mundial de ambos contrincantes, del reajuste internacional que se está desarrollando.

Es decir, si bien los conflictos fronterizos entre China e India son históricos, cada vez son menos una cuestión estrictamente bilateral — aun considerando que ambos países rechazan la interferencia de terceros en sus negociaciones. China e India suman más de un tercio de la población mundial, siendo, respectivamente, el primer y segundo en el mundo, aunque la tendencia es que esta relación se revierta dado que la demografía india presenta mayor cantidad de jóvenes. Por otro lado, China es el cuarto país de mayor tamaño geográfico y disputa el primer lugar entre las economías, mientras que India se ubica séptima y quinta en esos rankings. La importancia demo-geográfica estructural de ambos pasó a estar empujada, actualmente, por un inédito vigor económico desde que fueron objeto de la colonización occidental.

De la semejanza a la diferencia

En 1988, luego de fuertes choques los años anteriores, los líderes de ambos países, Rajiv Gandhi y Deng Xiaoping, acordaron mejorar sus relaciones, aceptando dejar las cuestiones conflictivas sin resolver, empujados por la necesidad que los dos tenían de un ambiente externo tranquilo para, así, poder concentrarse en las reformas económicas y estratégicas internas que tanto uno como el otro estaban llevando a cabo.

En efecto, cada uno a su manera, los dos pasaron a implementar reformas profundas que apuntaban a modificar sus trayectorias entre 1950-1980 caracterizadas, entre otras cosas, por una decepcionante performance económica. La búsqueda de un buen entendimiento resultó más importante luego de que la India se convirtió en una potencia nuclear en 1998. Un efecto positivo de esto fue el fuerte aumento del comercio bilateral que pasó de u$s 2000 millones a más de u$s 90.000 millones en las últimas dos décadas. Además, ambos fueron activos como miembro de los BRICS (junto a Brasil, Rusia, y Sudáfrica).

De esta forma, actualmente, las circunstancias son radicalmente diferentes de cuando se dio el acercamiento en 1988. En ese momento, según datos del Banco Mundial, como el producto bruto interno de la India era u$s 297.000 millones y el de China u$s 312.000 millones, los dos tenían un peso económico global semejante, por lo que también lo eran sus niveles de gastos militares — aunque le llevaría una década a la India alcanzar el status nuclear de China. Pero en estos momentos, si bien la economía india experimentó un importante crecimiento, ubicándose en u$s 2,7 billones, la performance china ha sido muy superior y hoy es entre cinco y seis veces más grande que India. Asimismo, estrategia afirmativa mediante, el gasto en defensa chino del año pasado superior a u$s 260.000 millones resultó en cerca de cuatro veces mayor que el indio. En consecuencia, existe un trasfondo estructural de las tensiones entre ambos producto de que ya no son potencias globales equivalentes, aun siendo ambos economías de peso y potencia nucleares.

Este rápido crecimiento de China, así, ha ampliado la brecha en el poder económico y militar en una medida sin precedentes en relación con la India. Para la India esto significa enfrentar dilemas agudos que se suman a los desafíos históricos de superar el subdesarrollo, garantizar la autonomía tecnológica y elevarse al estatus de Gran Potencia. La profundización de la asociación comercial también coloca a Beijing y Nueva Delhi en una situación de interdependencia asimétrica. En el vecindario del sur de Asia, las asociaciones chinas con Pakistán, Myanmar, Nepal y Sri Lanka generan una percepción de asedio entre las élites indias. En la frontera, la modernización de las fuerzas armadas y la infraestructura chinas en el Tíbet crean una asimetría logística que aumenta los costos de disuasión para la India.

‘Mayores alturas’ no alcanzadas

A pesar de esto, ninguno desea un conflicto, ya que cada uno posee un enfrentamiento abierto que considera más esencial: India con Pakistán, China con Estados Unidos. Por eso, en la cumbre de octubre de 2019, el presidente chino Xi Jinping y el primer ministro indio Narendra Modi se comprometieron a llevar las relaciones entre sus dos países a "mayores alturas", comprometiéndose a trabajar más estrechamente en 2020, el 70 aniversario de los lazos formales entre las dos naciones. Los funcionarios esbozaron 70 actividades conjuntas, que van desde el comercio y las delegaciones militares hasta estudios académicos de vínculos civilizacionales antiguos, todas destinadas a fortalecer la cooperación sino-india.

Sin embargo, esos deseos chocan con las percepciones de inseguridad y necesidades de potencia en expansión de cada uno. Por el lado chino, la asunción de Xi Jinping al cargo de secretario general del Partido Comunista Chino en 2013 ha reforzado el camino afirmativo del país que comenzara unos años antes. Un elemento crucial del mismo es la propuesta china de la nueva ruta de la seda (Iniciativa Belt and Road) que la proyecta sobre gran parte del continente asiático, entrando en colisión —de una forma u otra— con  varias naciones de la región, siendo India una de ellas. Esta percepción resulta agravada porque también involucra la reafirmación china en su avance sobre tecnologías civiles y militares de la cuarta revolución industrial.

Asimismo, el liderazgo de Xi está encapsulado en la concreción para 2049—centenario de la Revolución Comunista— del ‘Sueño Chino’, cuyo componente esencial es la reconstitución de la integralidad territorial del país tras haber sufrido el poder de potencias occidentales. Esto no sólo tensiona las disputas territoriales que China mantiene con la India, sino también con otros en la región. En 2018, Xi manifestó que China "no puede perder ni un centímetro del territorio dejado por nuestros antepasados".

El impacto de la pandemia

Si la situación ya era frágil, la pandemia del Covid-19 parece haber aumentado la sensibilidad de inseguridad en relación al comportamiento del otro.

Por el lado de China, las cuestiones de soberanía que mantiene pasaron a ser sobrecargadas por sentirse asediada por los señalamientos que la acusan de ser responsable de este flagelo mundial del coronavirus—particularmente por considerar que emanan de EE.UU. que la ha señalado abiertamente como el rival que enfrenta. Temiendo tanto un desajuste social interno como aislamiento internacional, ha reforzado una postura que apunta a mostrarse con actitud y capacidad firme y resoluta ante lo que evalúa como provocación o desafío. Dicho de otra manera, quiere evitar parecer débil o dubitativa y ser avasallada por intereses internos o externos. En el aspecto geopolítico, China no tenía la disputa con la India como una prioridad. El cambio de percepción puede darse por sentir que son los Estados Unidos quienes están detrás de las acciones indias y así  pasó a adquirir connotaciones mucho más significativas para China.

Pero India también vive un momento de gran sensibilidad. Si bien consiguió evitar por cierto tiempo el impacto de la pandemia, en el último mes el mismo pasó a aumentar fuertemente y ahora es el tercer país en el mundo con más casos y está entre los diez con mayor cantidad de víctimas fatales—y la tendencia es que subirá varios escalones, aunque en términos per cápita está muy abajo del promedio mundial. Esta tensión del coronavirus se sobrepone a la que surge de un movimiento de encierro como resultado de los movimientos chinos en Asia en la última década. Sobre todo debido a que, en base al proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, ha estrechado lazos con Pakistán, con quien India posee un fuerte conflicto desde que ambos nacieron al finalizar la colonización británica. En forma similar, India percibe con aversión el acercamiento con Bangladesh, Nepal y Sri Lanka, así como en la región más amplia del Océano Indico—mientras que ambos, además vienen se aproximando con varias naciones africanas.

Un nuevo orden mundial complicado

Por último, lo que se viene configurando como una rivalidad regional no deseada ni buscada para China e India, pasó a estar tensionada por las propias mutaciones del orden mundial en el presente siglo —en gran medida, paradójicamente, por causa de las transformaciones internas que ambos impulsaron. Lo que ilustra la creciente entropía del orden internacional, por ejemplo, es cómo se movieron varias de sus piezas desde finales de mayo. En Asia oriental, además que China aprobó la nueva ley de seguridad en Hong Kong, Japón cambió el estado administrativo de las Islas Diaoyu / Senkaku y Corea del Norte hizo explotar una oficina diplomática intercoreana. Estos hechos reflejan la creciente centralidad y tensión que Asia está volviendo a tener en el orden mundial.

Se superponen también a lo anterior los esfuerzos de Estados Unidos para contener a las empresas y tecnologías china, imponiendo severas sanciones a la empresa china Huawei, y del gobierno británico, que ha propuesto una alianza de diez países democráticos (G7, Australia, Corea del Sur e India) para crear una red 5G en oposición a Beijing. Trump además, impulsando acercamientos con los principales vecinos que tiene China, también la está haciendo sentirse cercada. Es el caso de Corea del Sur, Japón, Australia, Rusia e India. Además, ha intensificado recientemente su presencia naval en el Mar del Sur de China y reforzado sus cuestiones sobre dos temas de tremenda sensibilidad para China, como son Taiwán y Hong-Kong. Esta última, en particular, está siendo elemento de intensa confrontación por la nueva ley de seguridad nacional que China elaboró que hace que, desde Occidente, se la acuse de estar repudiando el acuerdo histórico de “Un país, dos sistemas .

Así, las recientes muertes a más de 4000 metros sobre el nivel del mar en el valle de Galwan son el reflejo de una red de acciones y tensiones entre ambas potencias asiáticas que nacen de un conflicto histórico, pero que en esta actualidad involucran inéditas cuestiones de geopolítica global y sus principales actores, que van desde Washington hasta Tokio. Así, mientras China siente que en este conflicto la India está apoyada y azuzada por Estados Unidos, a India le agrada la posibilidad de fortalecerse relativamente por las aberturas del presidente estadounidense, pero es consciente que ese camino es de doble filo: puede terminar sufriendo golpes certeros que su vecino le propina a EE.UU.

En esta ocasión, luego de responsabilizarse mutuamente por la eclosión del conflicto y de experimentar momentos tirantes, ambos captaron la conveniencia de apaciguarse. Los diálogos rápidamente apagaron los peores temores de guerra y también están buscando no dejar heridas abiertas. El desafío consiste en convivir sabiendo que no pueden resolver las disputas que existen. Hace un año, Valentina Romei y John Reed en el Financial Times anunciaron que “El siglo asiático está listo para comenzar porque India y China, epicentro de “la región era la envidia de Europa en el siglo XVII y que impulso el mundo moderno a partir de los viajes de Colón, está a punto de hacer que el mundo de ‘un giro completo .

Un desenlace zoológico

El conflicto reciente en las alturas del Himalaya ya no pertenece más solamente a los involucrados; ahora es un asunto que concierne a todos, porque se trata de dos grandes potencias globales en lo que viene mostrándose como la región central de disputa de poder mundial. Tanto China como India deseaban recuperar el prestigio que la colonización occidental les quitó. Si sienten que ya lo recuperaron, que ya son potencias globales por peso propio, también fue al costo de cargar de tensión un conflicto irresoluble entre ellos.

Hace una década, en Foreign Policy, Christina Larson y Adam Minter analizaron las consecuencias del ascenso simultáneo de China e India en base a los animales con que se los representan: China es un panda tierno o un dragón amenazante; India un elefante—sabio gigante que se mueve lentamente—o un tigre, depredador surgente. Cuestionaron que occidente entonces los retrataba recurrentemente con clichés aburridos que no reflejaban las transformaciones profundas que ambos vivían. Sólo que la disyuntiva sobre el animal que representa a cada uno no ha sido aún definida.

Trayendo está opción zoológica a la actualidad, lo que importa más es cómo se ven y se tratan ellos mutuamente –y occidente y resto del mundo observa el desenlace que les puede hacer tambalear. Más aún, porque ambos están sensibilizados y urgidos al extremo por los efectos en diversas dimensiones de la pandemia global.

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