China, la alianza franco-germana y los desideologizados líderes sudamericanos

Suerte para la región que, por acá, cada vez más países pasan a estar gobernados por líderes desideologizados abanderados de la verdad económica como tiene que ser: es decir, la verdad del libre mercado. Lástima que tan buen juicio deba convivir en un mundo en el cual otros países insisten en las fórmulas que han fracasado…como es el caso de Alemania y Francia.

A principios de febrero de 2019, Peter Altmaier, conductor de la política económica alemana lanzó la “estrategia nacional industrial 2030 . Su foco es mantener al país en la frontera productiva en medio del avance de las nuevas tecnologías derivadas de la revolución digital. Dos semanas después, Francia se unió y juntos lanzaron “Un manifiesto franco-alemán para una política industrial europea apta para el siglo XXI defendiendo el carácter estratégico del desarrollo de la industria de transformación por medio de la actuación activa del Estado. Y, más importante, sugiere que el futuro de Europa, de su seguridad, independencia y capacidad de ser relevantes en el mundo y de promover empleos e ingresos para sus ciudadanos dependen de una acción estatal aún más intensa.

Dicho Manifiesto sostiene:

El sector industrial del siglo XX está cambiando ante nuestros ojos debido a la digitalización. Aparecen nuevos sectores industriales, como los relacionados con la inteligencia artificial, otros están cambiando a gran velocidad, como los sectores de automóviles o ferrocarriles, y otros sectores tradicionales seguirán siendo esenciales, como el acero o el aluminio. Si Europa aún quiere ser una potencia industrial en 2030, necesitamos una verdadera política industrial europea ... La elección es simple cuando se trata de política industrial: unir nuestras fuerzas o permitir que nuestra base industrial y capacidad desaparezcan gradualmente. Una industria fuerte está en el corazón del crecimiento sostenible e inclusivo. Y sobre todo, es lo que le dará a Europa su soberanía económica e independencia".

Lo que les hace China

En 2016, la industria alemana representaba un poco más del 20% del PIB, lo que equivale a cinco puntos porcentuales más que el promedio de los países de alto ingreso o de la zona del euro. Así, Alemania se ubica como cuarto mayor productor de manufacturas del mundo, con una participación del 6,4% del total global, detrás de China (23,9%), Estados Unidos (15,5%) y Japón (10,1%). Con una población de 83 millones de habitantes, Alemania produce 821.000 millones de dólares en bienes industrializados. Eso es más que todos los países de América Latina juntos, con sus 644 millones de habitantes, que producen 777.000 millones de dólares. En promedio, cada trabajador alemán produce ocho veces más que el latinoamericano.

Como destaca The Economist en su edición del 23 de febrero pasado, alemanes y franceses vienen atormentados en forma creciente por el avance chino hacia los sectores de mayor complejidad tecnológica: “Originalmente Alemania importaba bienes de consumo chinos baratos mientras exportaba sus caros automóviles, máquinas-herramienta y artilugios. Pero las compañías alemanas pronto descubrieron que operar en China a menudo significa renunciar a la tecnología y navegar por reglas que inclinan el terreno de juego en favor de los rivales nacionales. Más recientemente, algunos fabricantes de Mittelstand han empezado a temer que China comiera su almuerzo, ya que las empresas chinas, que están escalando la cadena de suministro y respaldadas por subsidios estatales jugosos, se han embarcado en compras dentro de Europa. Alemania está particularmente expuesta a la nueva política industrial de China".

El miedo de Alemania

El miedo de Alemania se comprende al constatar que la producción manufacturera china es superior a la europea. Sus exportaciones totales de alta tecnología son mayores, pero básicamente dentro de Europa; si se considera sólo las exportaciones extracomunitarias, China ya presenta mayor dinamismo y peso en los mercados internacionales – aun tomando en cuenta que los valores chinos están inflados porque los principales grupos económicos estadounidenses, europeos, japoneses y coreanos producen y exportan desde China.

Sin embargo, el gigante asiático avanza aceleradamente hacia la frontera internacional de la eficiencia, con sus empresas compitiendo en sectores de gran dinamismo tecnológico. Además, las empresas chinas cuentan con el apoyo de su gobierno gracias a sus políticas industriales y de internacionalización, como el "Made in China 2025" y el "One Road, One Belt".

Por consiguiente, China ya no es un mero productor de bienes tecnológicamente menos sofisticados, sino un competidor que está actuando en la definición de los nuevos patrones competitivos que se propagarán a lo largo de los próximos años, como la tecnología 5G, el desarrollo de la inteligencia artificial y de las nuevas formas de producción de energía, entre otras áreas.

Las inversiones chinas en investigación y desarrollo todavía son equivalentes a la mitad de los gastos realizados en Estados Unidos, pero desde la óptica franco-germánica son un 50% superiores al gasto conjunto de las dos mayores economías de Europa. En una perspectiva dinámica, como proporción del PIB las inversiones chinas en I + D más que se triplicaron en los últimos 20 años, eran del 0,6% del PIB a finales de los años 1990 y hoy alcanzan el 2,1% del PIB; período en el que su PIB, en valores corrientes de mercado, es decir aumentó 12 veces. Esto significa que, en dólares corrientes, el valor de las inversiones chinas en nuevas tecnologías creció 40 veces en las últimas dos décadas. No existe caso histórico comparable de un ritmo tan intenso y tan exitoso.

Pateando escaleras

La unión franco-germana podría continuar sermoneando a los chinos por su pecado en no colocar su economía a la merced benéfica del mercado libre. Y seguramente lo seguirán haciendo. Pero saben que ese camino tendrá poco efecto real sobre los ya bien avivados chinos. Al fin al cabo, los chinos sólo están haciendo a su manera lo que aprendieron de las experiencias europeas, estadounidense y japonesa.

Comenzando por los ingleses, la protección del mercado interno y el apoyo estatal para el desarrollo industrial y fomento de sus exportaciones ha sido el camino del desarrollo económico –y no pocas veces por medios no mercantiles. Esto llevó a Adam Smith en La Riqueza de las Naciones, aparentemente sin pudor alguno, a afirmar que las leyes de Navegación británicas, que fomentaron su comercio global y marina de guerra hasta convertirla en la “fábrica del mundo , eran las reglamentaciones comerciales inglesas más sabias.

Iniciadas por Cromwell en 1651, estas leyes constituyeron el sostén del mercantilismo británico y durarían hasta 1849. Poco antes, en 1846, Inglaterra (70 años después del libro de Smith) anularía Las Leyes de Granos que limitaban la importación de cereales – es decir, alimentos. En la historia económica, esa medida, al anular la protección al mercado interno de la producción de alimentos permitiendo su importación, quedaría vista como el compromiso británico con el libre-mercado – entendimiento bastante curioso porque ambos actos de gobierno se dan casi en simultáneo con la formalización del Imperio que iniciaría una expansión territorial hasta comprender casi un cuarto del territorio mundial entre las guerras mundiales. Entre sus dominios, protectorados y colonias las preferencias imperiales comerciales vigorizaban – y no el libre mercado – como supo la Argentina que firmó el Tratado Roca-Runcinman.

Por esa época, el economista alemán Friedrich List denunciaba que Inglaterra, como país productor de bienes avanzados que fomenta el libre mercado, no indagaba en preguntarse por qué poseía esa estructura productiva más desarrollada.

Diría List:

Los británicos del siglo XIX abogaban por el laissez-faire porque, dado el avanzado desarrollo económico que sus industrias ya habían logrado, pensaban que sus empresas podían resistir la competencia abierta de los extranjeros. [Querían] convencer a otras naciones de que estarían mejor si abrieran sus mercados a los productos británicos ... aceptaron como un hecho natural de la vida la posición dominante de Gran Bretaña como el "taller del mundo". No se molestaron en preguntar cómo Gran Bretaña había alcanzado esa posición...

La respuesta a esa pregunta no tiene relación alguna con el libre-mercado. Si los ingleses hubiesen sido adeptos al “laissez faire seguirían siendo pastores, afirmaría List, antes de denunciar que se desarrollaron por medio del proteccionismo de su mercado interno, subsidios y apoyos estatal a sus industrias además de fomentar su sistema financiero y marina de guerra, entre otras formas de liderazgo estatal de este proceso. Luego, después de haber arribado a este grado superior de desarrollo productivo, los británicos, para evitar que otros los hicieran también, List los acusaría que, mediante el discurso de los beneficios para todos de someterse al “libre mercado estaban “pateando la escalera de lo que fue su trayectoria económica – expresión que el economista coreano Ha-Joon Chang toma para titular su libro que cuenta como desde los ingleses, así fue cómo también se desarrollaron históricamente todos los países: Francia, Alemania, Estados Unidos. Y, también, los asiáticos, comenzando por Japón hasta la actual China que observaron, luego de haber sufrido duramente el sometimiento occidental por no gozar semejante capacidad productiva, cómo se habían desarrollado sus dominadores.

Sermones e industria

List, en su estadía en Estados Unidos entre 1825-33 descubrió que, en ese país, el libre-mercado ya venía cuestionado desde su fundación, cuando Alexandre Hamilton, secretario de Tesoro de George Washington, presentó al Congreso su “Informe su Manufacturas argumentando que se debería fomentar la industria del país por medio de protección tarifaria y subsidios para poder competir con la británica.

Así, inició lo que se convirtió en el “Sistema Americano para el desarrollo de su economía que tendrá fuerte apoyo de Henry Clay y que será luego adoptado por la Escuela Americana que desarrollará el Sistema Nacional luego de la victoria del Norte en la Guerra Civil, hasta después de los años 1970. Y que hoy retumba en boca de Donald Trump.

Particular atención prestó List a lo que se decía entonces en Estados Unidos: “Había que hacer lo que los ingleses habían hecho; no lo que los ingleses dicen que había que hacer .

Y los franco-germanos, más allá de sus sermones de los beneficios del libre mercado, deciden actuar porque, saben que pregonen lo que pregonen, son conscientes de que China conoce qué fue lo que ellos hicieron para desarrollarse, y no abandonará su camino intervencionista que tanto desarrollo productivo le está trayendo.

Suerte para la verdad económica que los fuertes del Cono Sur se resisten a seguir el pecado de lo que hicieron lo que hoy poseen industrias de punta, y, desde sus economías que representan menos que del 5% de la global, no dejan de rogar a las economías ricas y desarrolladas del mundo que tengan fe en el libre mercado como ellos.  

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