Brasil pidió un cambio: la política debe resolver si se puede hacer por consenso

A juzgar por los resultados de la elección de Brasil, ninguna encuesta logró captar el sentimiento real de los votantes. La enorme ventaja que logró el derechista Jair Bolsonaro sobre Fernando Haddad, el representante del PT, envió un primer mensaje contundente: los brasileños mostraron una clara vocación por generar un cambio político radical, dejando muy atrás las recetas de los partidos tradicionales. Pero también expresaron un rechazo frontal al ciclo que durante trece años representaron Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff, responsables de logros sociales y económicos que quedaron barridos por niveles inéditos de corrupción.

El PT presentó las condenas del Lava Jato como una conspiración política y judicial. Se jugó hasta último minuto por la candidatura de Lula, sabiendo que era materialmente imposible, y dejó a Haddad con una única chance: retener el 39% que las encuestas le prometían al ex presidente. La apuesta no funcionó: más de 10 puntos quedaron en el camino.

Al establishment tampoco le fue bien: quedó cuarto. Gerardo Alckmin, delfín de Fernando Henrique Cardoso consiguió apenas 5%. Y Henrique Meirelles, que usó la bandera del PMDB (el partido del saliente Michel Temer), solo 1%. Lo superó Julio Amoedo, con 2,5%, un ingeniero y ex banquero que tuvo apoyos como el de Arminio Fraga, ex presidente del Banco Central vecino.

Todos ellos, junto con Ciro Gomes (ex gobernador y ministro de Hacienda de Itamar Franco, que quedó tercero con 12%) tendrán que tomar una postura para la segunda vuelta. A Brasil le vendría bien un acuerdo de consensos. Bolsonaro parece tentado a ignorar pactos con los partidos del pasado, porque le faltan muy pocos votos. El sistema político debe decidir ahora si acepta reinventarse para ponerse a tono con las demandas electorales, o le abre paso a un extremismo nunca visto.

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