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Bolsonaro vs. Macri, vidas paralelas y giro de Brasil para retomar liderazgo

Al decir de Plutarco, Jair Bolsonaro es un personaje que parece que "hace juego" con Mauricio Macri, aunque el paralelismo de sus vidas es quizás más interesante por lo que no tienen en común que por sus forzados parecidos. Primera y obvia diferencia: tras el liderazgo del argentino que le sirvió en bandeja la debacle brasileña del PT, su especial sintonía con Donald Trump y a través del G-20, con el resto del mundo desarrollado, para marcar territorio el brasileño resolvió enterrar la tradición de hacer su viaje iniciático como Presidente a Buenos Aires, mientras que el tandilense, pese a las muchas críticas recibidas, se quedó de vacaciones en el Sur y dejó de lado las formalidades del traspaso.

Es obvio que Brasil se prepara para retomar la pole position de la región, con acechanzas y beneficios para la Argentina, no sólo por el desmembramiento del Mercosur, a estas alturas un lastre para la vocación de liderazgo brasileño de avanzar sin preguntar, sino porque tomará medidas laborales y tributarias que ayudarán a la recuperación económica de la Argentina pero que la dejarán fatalmente descolocada ante posibles inversiones. ¿Se hablará de alineamiento? Difícil saberlo, peroCancillería debería tener una respuesta para cada uno de los escenarios: el 16, los presidentes se verán las caras.

Este juego de semejanzas y diferencias entre ambos mandatarios le pone sal y pimienta al inicio de 2019, un año que para el argentino será bien fundamental a la hora de buscar la reelección, aunque también tendrá que garantizar la gobernabilidad. Un doble trabajo bien delicado y de cuerda floja para Macri, mientras que para Bolsonaro éste será el año del comienzo y, visto sus primeros pasos, se supone que la bastará con zapatear y pisar fuerte.

En materia de afinidades ideológicas, es básico plantear que ninguno de los dos presidentes es neoliberal, adjetivo rebuscado que usan las izquierdas para mostrarse peyorativas con todas las ideas que apuestan a la iniciativa privada antes que al proteccionismo del Estado. En todo caso, el nuevo presidente de Brasil, ha tomado prestado de su ministro económico, Paulo Guedes, el manual de los mercados que, de momento y desregulaciones mediante, los tiene muertos de amor. En tanto, el mandatario argentino dice defender la iniciativa privada en la letra, pero la partitura que ha ejecutado hasta el momento retroceso en la baja de impuestos incluido- ha sido, por gradual y timorata, la antítesis de cualquier manifestación bolsonariana.

También hay coincidencias, desde ya. En un mundo donde las izquierdas y las derechas parecían haber sido sepultadas por la dinámica de la historia, hoy ambos presidentes podrían ser catalogados junto al chileno Sebastián Piñera dentro de este último espectro, aunque el conservadurismo militante del brasileño lo coloca bien en el extremo y casi al borde de dejarlo en cuarentena por la desconfianza que brota del autoritarismo que ejerce. Igualmente, en la Sudamérica de hoy en día, con sus más y con sus menos, otros gobernantes están acompañando el giro de los tres países después de haber transitado la década de bonanza que despilfarraron los populismos de izquierda, con dádivas disfrazadas de derechos y, sobre todo, debido al desbarajuste que provocó la corrupción.

Hoy, algunos países buscan mostrar cómo se reordenan (Perú, Ecuador) y otros cómo se bajan lentamente de las ideologías extremas para acercarse por necesidad a Brasil, como es el caso de Uruguay y sobre todo el de Bolivia, orgulloso de su superávit fiscal. Fue de una nobleza impresionante el temple diplomático de Evo Morales, quien estuvo en la asunción del brasileño y seguramente rumió la frase del recién asumido sobre el "fin del socialismo" en Brasil y, a su estilo, terminó llamando "hermano" al ex militar.

Para contrastar algo más a Bolsonaro con Macri, sería un poco injusto cantarle loas al proceder del paulista por haber explicitado con crudeza los fundamentos de su gobierno, aún antes de haberse calzado la banda presidencial, ya que el ejemplo negativo de su colega argentino de apoyarse en el gradualismo económico sin denunciar la herencia recibida y el evidente temor para no romper con creencias arraigadas en la sociedad, estímulos que el kirchnerismo terminó de amurar en la gente, bien pudo haberlo inducido a no cometer el mismo error. Quizás por eso, como un zaguero experimentado, Bolsonaro salió a romper juego, a denunciar el pasado y a fijar sus propias reglas: lo que no se hace en los días de la luna de miel no se hace nunca, parece haber capitalizado el yerro macrista. Para decirlo con brutalidad, mientras al segundo día de asumir el ministro Guedes habló de reformular el sistema jubilatorio de Brasil, Cambiemos no pudo rebautizar aún el Centro Cultural Kirchner.

Aquella tibieza inicial de Macri, que explotó el año pasado tras sumar el fallido del paso a paso a la salida de capitales de los emergentes y a la inesperada falta de dólares que provocó la sequía, proceso que llevó al país de cabeza al Fondo Monetario, ha querido remediarse tres años más tarde con un ajuste más serio que incluye la profesión de fe del déficit (primario) cero, aunque sin un verdadero plan integral de sustento.

Lo cierto es que, más allá del núcleo duro que lo acompaña, la figura de Macri hoy está jaqueada por derecha y por izquierda, síntoma de su desgaste, pero también de la tradicional propensión del argentino medio a mirar su propio ombligo. El mal momento presidencial, que coincide con el pozo fenomenal de la economía lo deja invariablemente en falsa escuadra: le dicen "tibio" o "zurdito" desde un lado y "ajustador" o "mal bicho" desde el otro y le suman epítetos durísimos hacia su investidura. Aunque lo más insólito es que quiénes se quejan fuerte del Gobierno por el tema de las tarifas, sobre todo, estarían dispuestos a elegir una variante diferente a la actual con gran propensión a volver al modelo anterior, que muchos descartaron porque su matriz favorecía a la corrupción, cuando ganó Cambiemos.

Como los indicadores volaron por el aire (tipo de cambio, inflación, pobreza, nivel de actividad y empleo) e hicieron que el PBI per cápita se destruyera 27% en relación al del año 2015, hoy la intención de voto hacia el oficialismo ha menguado bastante, cosa que los cerebros electorales macristas juran que se va a revertir a medida que 2019 avance. Este punto implica un manejo de tiempos casi de relojería, sobre todo en un año en que habrá elecciones desde febrero, ya que todo indica que si hay un rebote económico debería manifestarse más hacia mitad del año, mientras que otras cuestiones de carácter político habrá que decidirlas bastante antes, como por ejemplo si la elección de la provincia de Buenos Aires se realiza antes de las presidenciales o no.

Si bien Macri será quien tenga la última palabra y mientras ya se discute en la Bicameral bonaerense si el desdoblamiento es factible desde lo legal, el tema pasa por saber no tanto si María Eugenia Vidal gana sola y aporta un halo de triunfalismo en el electorado mirando a las presidenciales de octubre o si los intendentes peronistas van a jugar o no tanto a favor de sus candidatos, sino por orejear la cantidad de votos que, sin la gobernadora en la lista, podría perder el Presidente.

En todos estos cálculos de expectativas también entra la oposición, ya que no será lo mismo para Cambiemos tener enfrente a Cristina Fernández de candidata que si la ex presidente no lo es. También hay otras cuestiones que no maneja el oficialismo, como por ejemplo qué hará el PJ alternativo, si habrá internas o no con Unidad Ciudadana y cómo podría funcionar el tercer polo de carácter progresista que se está armando alrededor del socialismo de Santa Fe, de radicales desencantados y del GEN o testear cuánto le significa al Gobierno en número de votos la aparición de un eventual partido que pregone las ideas liberales.

En esta onda del juego económico y su correlato con las elecciones hay que inscribir también la cuestión del riesgo-país que, con el advenimiento de 2019 ha comenzado a declinar. Para explicar este alivio, un avezado operador, con lazos informativos de buena mano en Wall Street y en Washington, suponía ayer mismo que el FMI hará, cuando se necesite, una manifestación explícita de apoyo al Gobierno, poniendo con fondos hasta 2023 si fuese necesario.

En la compulsa de personalidades Bolsonaro-Macri hay que anotar también un tema central que juega favorablemente a favor del presidente argentino. Si bien por su formación Macri es refractario a los pactos de gobernabilidad o de búsqueda de consensos mínimos, una Moncloa que la Iglesia ha sugerido muchas veces y es el principal problema que tiene el Presidente con el papa Francisco, nunca le ha cerrado del todo la puerta al diálogo. Se sabe que él prefiere los acuerdos sectoriales, que hasta ahora han demostrado ser de vuelo corto y dicen en la Casa Rosada que si necesita esa muleta para llegar a octubre la va a utilizar.

En cambio, con una herencia más manejable en materia económica, pero sobre todo por el fundamentalismo expresado en muchos temas que hacen a su ideario ultraconservador, abordar ese camino será casi de imposibles avances en Brasil, por lo que el gobierno de Bolsonaro podría radicalizarse a medida que pierda el favor de la gente y quizás desandar lo andado en materia de inversiones. Y habría que calcular que si todos se alinean del todo con los nuevos vientos, ese desmadre arrastraría a toda la región.

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