Ajuste vs. gradualismo: el dilema de la ‘burbuja encuestológica’

Ya no hay forma de hacer un ajuste violento. La gente no lo acepta. Si lo hubiese hecho Macri al principio, hoy estaba gobernando Luis D Elía", me dijo en una reciente entrevista Jaime Durán Barba ante la pregunta de si el gradualismo económico al que apuesta el gobierno de Cambiemos no estaría siendo demasiado "gradual", por la lentitud de sus resultados.

Durán Barba es hoy probablemente el consultor político de campaña electoral más exitoso del mundo, y esto no es una exageración. El ecuatoriano asesor del presidente Mauricio Macri lo ratifica con sus triunfos electorales y lo plasma contundentemente en su último libro, La política en el siglo XXI. Nadie entiende cómo medir y comprender qué quieren y qué piensan los votantes como el profesor de la George Washington University que ayudó a llegar a Macri a la primera magistratura de la Argentina.

Un ejemplo: pocos votantes tradicionales del PRO entendieron qué estaba pasando con el Mauricio Macri que conocían, cuando allá por septiembre de 2015 salió a prometer que no se iba a reprivatizar ni Aerolíneas Argentinas, ni YPF, ni ninguna de las empresas públicas reestatizadas por el kirchnerismo.

Pero ese súbito cambio de discurso fue uno de los factores que colaboró con el triunfo de Cambiemos en el ballottage de noviembre de ese año. Sin ese giro, la campaña del miedo que orquestaron los asesores de su rival, Daniel Scioli, hubiese sido más exitosa de lo que al final fue. Hoy el presidente quizás sería Scioli.

Muchos de los mejores encuestadores y cientistas políticos, como Durán Barba, funcionan con una efectividad similar a los buscadores de Internet. Google hace ya seis años cambió su algoritmo para que los resultados de las búsquedas coincidan no ya con un cálculo de relevancia global, sino con las preferencias de cada uno de los internautas. Facebook hace lo mismo: nos muestra los comentarios de los amigos con los que más coincidencias tenemos.

Esta función en los buscadores y redes sociales es sumamente cómoda, porque nos ayuda a encontrar más rápido lo que nos gusta y nos evita la grieta ideológica.

Pero no todos opinan que esta comodidad sea tan positiva. El estadounidense Eli Pariser, autor de The filter bubble (la burbuja del filtro), alertó en 2012 que esta innovación podría llegar a ser un peligro no solo en la política, sino también en la ciencia y en casi todos los campos de la vida.

Por eso esta suerte de Big Data aplicada hasta las últimas consecuencias, también en la política, puede ser un obstáculo para que los líderes se atrevan a formular ante la sociedad visiones disruptivas, como la que precisa la Argentina para que desde la opinión pública se presione a la política y los sindicatos a tener la valentía de aceptar las transformaciones indispensables para que arranque una etapa de crecimiento más robusto y sustentable.

Si Winston Churchill hacía una encuesta en 1940 acerca de si los ingleses querían ir a una guerra para vencer a Adolf Hitler, se hubiese dado cuenta que su antecesor, el apaciguador Neville Chamberlain, debería volver al poder. Churchill, en cambio, prometió "sangre, sudor y lágrimas", y los ingleses, algunos con más ganas que otros, lo siguieron. Es cierto que lo ayudaba la persistente lluvia de bombas nazis sobre Londres.

El dilema que enfrenta Mauricio Macri es cuándo romper la burbuja del filtro -o burbuja encuestológica- y plantearle a la sociedad argentina que así, como viene haciendo el país desde hace 80 años, sólo lleva a más de lo mismo. Una opción, por ejemplo, es no privatizar las deficitarias empresas públicas porque las mayorías argentinas hoy son estatistas fanáticas, además lo prometió en campaña. Pero luego se vuelve más difícil combatir el déficit fiscal.

Además siempre hay una elección a la vuelta de la esquina, y siempre hay una oposición dispuesta a salir a la calle ante el más mínimo cambio en el statu quo.

Quizás para pinchar la burbuja, los políticos debieran patear el tablero.

De hecho, Google permite cambiar el sistema de preferencias, anulando el historial de búsquedas, y así vuelve a aparecer el viejo Google, más diverso y disruptivo y menos personalizado. Pero para eso hay que perder unos minutos y meterse con las cómodas preferencias.

 

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