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Para la economía, lo mejor del verano ya quedó atrás

En su libro Diario de una Temporada en el Quinto Piso, Juan Carlos Torre recuerda a Alain Touraine, de visita en Buenos Aires a comienzos de agosto de 1984, quien sostenía que: "... En estos momentos en la Argentina existe una división entre lo que puede llamarse la preocupación democrática y las legítimas preocupaciones sociales de la población. [...] De allí proviene la tensión que hay en el país." 

Torre comenta que "para luchar contra esta polarización [Touraine] sugiere levantar el llamado a la conciencia nacional, con una suerte de discurso 'churchilliano'. Esta debería ser la tarea del Presidente Alfonsín; usando su imagen, su prestigio, debería activar en la población, hoy día desgarrada entre democracia y justicia social, el valor central y aglutinado de la conciencia nacional para generar, en nombre de ella, un marco de acuerdos que sirva a la consolidación de las instituciones y a la superación de la crisis."

La situación hoy, cuarenta años después, podría resumirse en los términos de Torre como una división entre una preocupación económica (no ya la democrática) y otra (igual a la de aquel entonces) preocupación social. O en otras palabras, una división de la sociedad entre quienes demandan estabilidad y aquellos que reclaman, genéricamente, justicia social. Pero, esa división encierra un falso dilema. El mismo falso dilema, austeridad versus equidad, que venimos enfrentando desde hace varias presidencias y que durante el debate parlamentario del programa del Presidente Javier Milei se puso nuevamente en el centro de la escena.

El plan Caputo va tomando forma

Un dilema es un problema que ofrece dos posibilidades, ninguna de las cuales es inequívocamente aceptable o preferible. Muchas cuestiones que hacen a la normalización de la economía argentina se presentan recurrentemente como tales sin que lo sean. En el caso de la disyuntiva entre austeridad y equidad, la forma que adopta el dilema es más o menos la siguiente: la situación social es explosiva, por lo que resulta imprescindible bajar la inflación; pero frenar la inflación requiere de una austeridad fiscal (un ajuste) que resulta intolerable dada esa situación social. Sin embargo, tal como la evidencia lo expone con crudeza, la pobreza y la marginalidad son explosivas aun con -o a pesar de que- la austeridad ha estado totalmente ausente. El camino de la austeridad no ha sido probado. Sí el de la equidad y muy bien no nos ha ido. 

Es evidente, a esta altura (salvo para los que no quieren verlo) que no hay política social capaz de compensar las terribles consecuencias de la inestabilidad macro producto malas políticas económicas.

En tal sentido, la estabilización macro de Argentina tiene un carácter impostergable. Torre sostiene, en esa misma obra, lo siguiente: "La situación económica del país requiere en el corto plazo una disminución drástica de la inflación, para lo cual son necesarias dos cosas: devolver credibilidad al manejo gubernamental de la economía y adoptar un conjunto de medidas integradas de ajuste económico. [...] Una política progresista pasa por el lanzamiento de un plan anti-inflacionario. Las elecciones que todavía nos están permitidas se refieren a la duración y la magnitud de los sacrificios a realizar. La negativa a un ajuste económico hará que dentro de pocos meses sean necesarias medidas entonces sí más draconianas y probablemente más insoportables para la convivencia democrática."

La vigencia de estas líneas resulta inquietante. El programa económico del Gobierno enfrenta sus primeros contratiempos políticos, legislativos y judiciales. Y si bien el diagnóstico sobre el que fue diseñado es el correcto, todavía espera por su forma definitiva para que pueda ser cabalmente implementado. Y estas demoras no son gratuitas. Si bien la aprobación legislativa del proyecto de ley de Bases y Puntos Partida podría extender la luna de miel del Presidente Milei, el mejor momento del verano, desde el punto de vista de la estacionalidad de la demanda de pesos, ya quedó atrás.

El aumento de la cotización del dólar en los mercados alternativos, el aumento de la brecha cambiaria, augura presiones inflacionarias resistentes a una baja pronunciada.

Además, una buena parte de la corrección de precios relativos aún está en gateras. Ni las tarifas de luz y gas, ni el transporte, han aumentado. La inflación de diciembre y enero es sólo inercia previa, más el trasvasamiento de la devaluación, más la liberación de precios de productos que estaban controlados o pisados (entre ellos, los más importantes, los de los combustibles). Durante lo que queda de enero, febrero y marzo, veremos cómo se completa dicha corrección y cómo quedan los precios relativos, recordando que una desinflación exitosa requiere arrancar con una estructura en la que las tarifas y los combustibles se recuperen respecto del dólar y que éste lo haga respecto del resto de los precios (incluyendo el salario).

Javier Milei Presidente: el fin del principio

Un programa económico involucra cinco aspectos bien diferenciados: 1) diagnóstico; 2) diseño; 3) implementación; 4) comunicación; y 5) monitoreo/revisión. En materia de diagnóstico, como dijimos antes, estamos bien. En cuanto al diseño y la implementación estamos en una instancia de definiciones críticas. 

Y no hay que perder de vista que el cambio de régimen que Argentina necesita, para superar tantos años de crisis y frustración, descansa en un programa integral de estabilización y reformas. Ambos pilares son necesarios y no hay una sin las otras. En cuanto a la comunicación (el monitoreo y revisión del programa deberá ser continuo una vez que se lo implemente) es donde más hay que trabajar a corto plazo. Es vital que la opinión pública comprenda por qué se hace cada cosa y cuáles serán sus consecuencias inmediatas y mediatas, siempre haciendo hincapié en cuáles son los costos de postergarlas o no hacerlas. La idea de cambio de régimen se asocia a la idea shock (en los términos del debate shock vs. gradualismo). Sin embargo, el shock no está en el cambio abrupto o instantáneo de todas las políticas públicas. Sino, más bien, en el anuncio de un programa (de una hoja de ruta) integral que produzca un 'shock de expectativas'. 

Hernán Büchi, exministro de Hacienda de Chile, sostiene lo siguiente: "Aunque se postule una rigurosa política de shock, en la práctica su ejecución siempre o casi siempre va a ser gradual. En cambio, si se pretende desde la partida un cambio que vaya materializándose en forma gradual, al final lo más probable es que no se haga nada o que el avance no sea suficiente." Las próximas semanas nos darán la pauta de en cuál camino nos encontramos.

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