Conoce a las dos familias que están detrás de la bodega pionera de la Patagonia

Juliana Del Águila es psicóloga y sommelier. Preside las bodegas que su tío posee en la Patagonia y en Armenia. En exclusiva, cuenta la faceta poco conocida del empresario como mentor.  

"Como en toda empresa familiar, el camino es bastante diferente al que se recorre en una compañía sin lazos de sangre. Durante mucho tiempo, mi tío Eduardo era eso: mi tío y nada más. Especialmente cuando era chica, no tenía dimensión de lo que implicaba su trabajo, más allá de lo que él contaba en un asado de domingo. Cada vez que nos reuníamos él nos preguntaba por los estudios, pero también por nuestros otros intereses. Un día, nos dijo: ‘Ahora que están terminando el colegio, quiero que cada uno de mis sobrinos me acompañe en un viaje de negocios, así les muestro lo que hago, se fijan si hay algo que les interese particularmente y tienen ganas de involucrarse’. A mí me tocó subirme a un avión con él y con Julio Viola, a quien conocí en Ezeiza. Se acababan de asociar en Bodega del Fin del Mundo y mi tío estaba muy entusiasmado con el vino, con la Patagonia  y con el proyecto... ¡Tuve la suerte de que quiera compartirlo conmigo!

Se dio que mi tío había comprado unas tierras en Armenia, país por el que él ha hecho muchísimo, así que en ese momento empezaba un nuevo emprendimiento vitivinícola allá. Su intención, como en cada proyecto que emprende, fue generar puestos de trabajo a largo plazo y, en este caso, un producto que le contara al mundo cómo es Armenia. Así fue como se plantaron viñedos y se construyó la Bodega Karas (en armenio, ánfora -donde se hacen los vinos en Armenia ¡desde hace más de 6.200 años!). 
Con un pie en el “fin del mundo viajamos a París y Burdeos, donde visitamos distintos châteaux. En el camino sumamos a Michel Rolland y otros especialistas al grupo, y volamos a Armenia, el “principio del mundo del vino , para hacer una primera cata de lo que se estaba produciendo allí. Así que fue una experiencia increíble porque no sólo conocí el mundo del vino sino también a Julio, quien después sería mi socio; a Michel, mi gran maestro en la viticultura, y Armenia, que me robó el corazón.

 Reunión cumbre entre Juliana Del Águila, presidente de Bodega del Fin del Mundo; Julio Viola (centro),
fundador del emprendimiento familiar en el oasis vitivinícola neuquino hace 15 años;
y Michel Rolland (izq.), el más cotizado winemaker francés, quien le pone su sello a los vinos patagónicos.

Ni bien puse un pie en Buenos Aires, me anoté en la Escuela Argentina de Sommelier, en paralelo con mi cursada de Psicología en la Universidad de Buenos Aires, que me dio una formación muy humanística y social. Y comencé a trabajar en las oficinas de la bodega en Buenos Aires, al principio media jornada. Dos años después, cuando me gradué en ambas carreras, pasé a trabajar full time con la intención de meterme de lleno en el negocio. Así empecé en el sector de Costos: me pasaba todo el día mirando números en la computadora, algo que me sirvió muchísimo porque allí se cruzan todas las áreas de la empresa y me permitió conocer cómo se hace el vino desde lo contable. También viajaba a la bodega cuando se hacían los cortes y cada vez que surgía la posibilidad. De a poco, me fui involucrando en todas las divisiones de la empresa, aprendiendo a pasos agigantados. Y junto a los jóvenes Viola empezamos a generar una revolución: éramos la nueva generación que empezó a tomar más protagonismo y a inculcarle su impronta a la bodega. Eso se notó enseguida, no sólo en el estilo de los vinos sino también en la forma de comunicar, con un sello más descontracturado, de mayor llegada al consumidor, que creo que es parte de la huella que estoy dejando.

 

Hay algo muy lindo en BDFM: conservamos la estructura familiar siendo muy profesionales a la vez. Siempre se mantienen los pies sobre la tierra, cuidando lo que realmente importa: los vínculos, las formas, el producto, la comunicación. Ahí ambas familias encontramos un punto en común.


Con Julio tenemos una relación de socios muy linda. Siendo mucho más chica y teniendo poca experiencia en comparación con él, que lleva una vida entera de trabajar y crear, encuentro que comparte con mi tío algo que valoro mucho: siempre incentivan a hacer. Mi tío me repite todo el tiempo: “Hacé, hacé, hacé. No tengas miedo a equivocarte. El momento es ahora . Y Julio me acompaña: siempre me alienta a estar en movimiento, a encarar los problemas con entusiasmo, a preguntar lo que no sepa. Él también lo hace, lo que es de una humildad y una simpleza muy lindas.

Así que a través de mi tío, quien me invitó a ser parte de este proyecto y me acompaña en cada paso que doy enseñándome y guiándome todos los días; junto a Julio y Michel, más todo un equipo de trabajo impresionante –algunos son familia, otros empiezan a serlo de alguna manera-, me enamoré del vino y de esta industria. Porque cuando trabajás con gente que vale la pena, es muy fácil estar contento y tener ganas de seguir, aportar y generar cosas nuevas.

Retrato de familia. En el centro, Juliana Del Águila, presidente de BDFM. De izq. a der.: Julio Viola, 
el winemaker francés Michel Rolland, Pedro Soraire, el agrónomo Sergio Arto, Julio Viola y Ana Viola.

Así como la sommellerie, que me dio una formación espectacular para conocer la industria y tener una base importante para luego aprender haciendo, la psicología me hace ver que las organizaciones son las personas, así que ahí está una de las claves de mi aporte: desde mi escucha, mi capacidad de consensuar y alcanzar un punto de equilibrio sano entre las dos familias y todos los que trabajamos en la bodega. Además, promuevo las prácticas de sustentabilidad y las políticas de igualdad de género dentro de la empresa, buscando impactar de forma positiva desde el lugar que ocupo. Sonará idealista, pero sinceramente creo que siendo una organización mejor podemos construir un mundo mejor .

 

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