Juan Leyrado: “Hasta el último día voy a querer que me quieran

Actor de oficio, se anima al primer unipersonal de su extensa carrera. Su visión del tiempo como sinónimo de libertad conquistada.

Sentado a la mesita de un bar, justo sobre la ventana que da a la avenida Corrientes, la gente lo reconoce y saluda, mientras él sigue atento a la conversación. Con actitud de lord inglés, buenos modales, vestimenta impecable, anteojos que le sientan a la perfección y una capacidad de escucha que sorprende y entusiasma, Juan Leyrado es de esos hombres que seducen con su inteligencia. No despilfarra gestos de galantería pero, cuando la ocasión lo amerita, ¡regala una sonrisa! Sin dudas, Leyrado atesora un largo recorrido en la profesión. Se percibe fácilmente la madurez y la sensatez del hombre que supo construirse con el paso del tiempo.

Actor de oficio si los hay, deleitó con obras de teatro extraordinarias como Cyrano de Bergerac, Los Mosqueteros, Baraka, Ella en mi cabeza y Mineros, por citar algunas de sus tantas interpretaciones memorables. Ahora volvió a las tablas con El elogio de la risa, una comedia dramática que es un hito en su carrera porque se trata de su primer unipersonal.

A veces, su profesión parece exigir la eterna juventud...

(Ríe) No, la verdad que la profesión es maravillosa... Si uno no quiere estar siempre joven. Porque no se puede ocultar la historia. El paso del tiempo es sinónimo de haber vivido, con todo lo que eso significa. Lo mejor que uno puede hacer, en vez de modificar facciones externas e internas, es aceptarse como está. No me imagino haciendo semejante esfuerzo, con la edad que tengo hoy, para parecer de 30 ó 40. El tiempo es sabio: si uno se permite escuchar su voz interior, se va dando cuenta solito.

¿Qué ve cuando se ve hoy?

Cuando era chico, me veía jugar en el patio de mi casa. Me parecía extraño. Hoy me veo y me siento. Antes de estrenar la obra, no sabía cómo iba a ser el afiche. Una noche me saqué una foto haciendo una mueca y se la llevé a una fotógrafa quien, inmediatamente, me dijo que era la ideal por auténtica. No soy de esos actores a los que no les gusta verse: suelo ser crítico pero siempre veo lo que está, no lo que me gustaría ver de mí.

¿Hay que cuidarse del éxito?

Lo aprendí con el tiempo, con la madurez de los años. Si no fuera así, estaría desfasado. Uno sabe perfectamente que hacer una tira demanda 10 ó 12 horas diarias de grabación. Hoy por hoy, corro con ventaja, porque mi physique du ròle me permite interpretar a un padre, a un tío... El tiempo de la vida es tan sabio que si uno se dejara llevar, ahorraría horas y dolores. Por supuesto que priorizo mi salud, por mi integridad, por mi cabeza, para seguir subiéndome a un escenario, para mis hijos, mis nietos, mis amigos. La mejor manera de cuidar todo eso es cuidándose uno.

¿El tiempo  cambió su concepto del amor?

¡Claro! A los 10 años, uno se pregunta qué es la vida y el amor... Y seguramente sea el aroma de la galletita que le regalamos a la maestra de tercer grado. A los 20, descubrís qué es el sexo. A los 30, tenés la oratoria afiatada para la conquista. A los 40 hay más trabajo y responsabilidades. Cada edad te marca y te atraviesa.

En esta etapa de su vida, ¿Leyrado también hace un elogio de la risa, como el personaje de su unipersonal?

Me encuentro en un momento de permiso interno: siento que estoy haciendo lo que tengo ganas de hacer. Cuando hay una posibilidad externa que me lo permite, como la obra que estoy haciendo, la acepto y la disfruto. ¡Yo ya sé que soy actor! Me ha ido bien y me va bien, lo he probado. Como actor, hasta el último día voy a querer que me quieran, que me valoren y me respeten. Pero hay un lugar dentro mío que me avisa que todas esas expectativas ya se han completado en gran magnitud. La profesión me ha permitido y facilitado exteriorizar mucho más mis emociones, y eso es fantástico. Viví muchos picos de éxito y, si algo quedó guardado en un cajón, en alguna valija, porque no había tiempo o estaba preocupado por otras cosas, éste es el momento de abrir y empezar a sacar, sin el apuro de querer otras cosas. Estoy en una etapa de reencuentro entre la profesión y la vida, de motores encendidos y de disfrute absoluto.

La versión original de esta nota fue publicada en la edición 189 de Clase Ejecutiva, la revista lifestyle de El Cronista Comercial.

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