Opción para el finde XL: una reserva natural a dos horas de Buenos Aires

El Delta esconde leyendas, secretos y paisajes únicos que vale la pena conocer para disfrutar de la naturaleza y el aire libre muy cerca de Buenos Aires.

Corpulenta y de gran cabellera, Marica Rivero fue quien comandó una de las bandas de piratas más feroces del Río de la Plata en la Argentina, a finales del siglo XIX. Su marido, el "Correntino Malo", también integraba ese grupo de maleantes que asaltaban a los veleros que quedaban varados en la zona de aguas poco profundas. La situación con estos delincuentes se complicó tanto para los lugareños, que las fuerzas de seguridad le encomendaron al teniente Agapito Zapata que los buscara y apresara. Luego de intensas persecuciones, finalmente Zapata dio con toda la banda de malvivientes y los estacó en una zona del río que estaba sin agua debido a una bajante. Durante ese proceso, el agua comenzó a crecer, el teniente Zapata se retiró del lugar y nunca supo si los piratas realmente habían muerto o no.

Crédito: Ypora.

Tiempo después, un barco de tres mástiles que navegaba por la misma zona quedó varado. Según cuenta esta leyenda del Delta, el capitán y todos los pasajeros fueron asesinados en manos de los fantasmas de Marica Rivero y su banda que, aún hoy, más de un siglo después, vagan por los Bajos del Temor, nombre que se le dio a este lugar a raíz de los acontecimientos sucedidos.

Estos bajos se encuentran en el Delta, muy cerca de la desembocadura del río Paraná de las Palmas, del que lo separan las islas Nutria y Lucha. Uno de los baqueanos conduce su embarcación por los finos corredores del Delta, en donde las copas de los árboles forman túneles naturales sobre pequeños riachos que tienen cientos de curvas que nadie sabe con certeza en dónde empiezan y terminan. Cuando se llega al muelle de madera de la reserva Yporá, de robustas tablas que han soportado más de una bajante, da la bienvenida Orestes. Es un perro corpulento, de pelaje negro y marrón, que custodia los Bajos del Temor y es más alegre que gruñón.

En el arroyo que pasa por el costado de las cabañas, una abeja errante prueba la dulzura de las distintas flores que cuelgan de firmes terraplenes. Un alguacil anticipa las lluvias y los cambios de clima que el otoño comienza a manifestar y varias hojas de un marrón brillante caen con movimientos espiralados hasta el agua chocolatada de los riachos. El almuerzo en el deck, al costado del río, es interrumpido por Orestes que, con la pata sobre la mesa, exige a los comensales probar los exquisitos platos franceses que preparó el chef del lugar. El sol ilumina las hojas que bailotean al compás de la suave brisa y se estampan sobre las lonas blancas de las carpas. Los sonidos de los insectos, como telón de fondo, abren paso al canto de los benteveos que con su característico pecho de color amarillo practican vuelos rasantes sobre el río en busca de alimento. Mientras todo esto sucede, las canoas están listas para visitar los Bajos del Temor. Es hora de dejar por unas horas Yporá y navegar por los interminables arroyos del Delta.

Por los senderos de agua
Crédito: Ypora.

Luego de unos 30 minutos de ser arrastrados por la corriente, se abre ante los ojos una superficie inmensa que, más allá de la fascinación visual de un infinito formado de cielo y agua, no llega a tener más de cincuenta centímetros de profundidad. Los Bajos del Temor confundían a los navegantes que salían de los angostos aguajes y pensaban que estaban frente a un río abierto y navegable. Los juncos se doblan pero no se quiebran y permiten entender que el Delta está siempre en constante expansión. Los sedimentos que bajan del Brasil van formando nuevos pantanos en donde las primeras plantas en afirmarse son los juncos y camalotes que van creando nuevas islas. En ellos, se observa a varias garzas blancas que levantan vuelo ante el paso de las embarcaciones y algún solitario carpincho que mira con cara de pocos amigos. Monte blanco es la denominación tradicional para referirse a un ecosistema selvático característico del Delta inferior del río Paraná. En las tierras que otrora ocupaba el monte blanco, hoy se asientan forestaciones madereras, urbanizaciones y bosques secundarios dominados por especies exóticas, que invaden las escasas reservas naturales.

Yporá, junto con Ché Roga y Tres Piezas –otras dos reservas– están enfocadas en la conservación y regeneración del monte blanco, formando un gran corredor biológico. La civilización y las ciudades avanzan en forma constante y continua sobre las áreas verdes del planeta, pero por suerte siempre existen organizaciones y personas que aportan un pequeño granito de arena para que estos patrimonios de la humanidad no desaparezcan.

Luego de varios días oyendo únicamente al río y los ladridos de Orestes, es duro volver a la civilización. Pero se regresa con el dulce sabor de haber recorrido estos inmensos espejos de agua y su recortada costa verde, que apasionó a muchas familias durante la década del 70, cuando el Delta tuvo su apogeo, y que hoy vuelve a generar el mismo efecto en muchos soñadores que creen que un mundo mejor es posible. Orestes nos despide desde su muelle, mientras se recuesta bajo los tenues rayos de sol que se filtran por la densa pero escasa cortina de hojas verdes que el otoño aún no ha logrado derribar.

#Datos útiles

¿Cómo llegar a Yporá? Yporá es un excelente hospedaje. Las lanchas que salen desde Tigre se demoran unas tres horas hasta un muelle cercano al lugar. Hay que cordinar con su equipo para el transporte final. Más información: www.ypora.org

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