Carmelo, meca lifestyle al otro lado del río

Un resort cinco estrellas, un campo de golf high class, una bodega boutique y un almacén rural chic definen el nuevo perfil del destino uruguayo.

He aquí, la campiña carmelitana. Sí, están las típicas cuchillas que asemejan los campos del departamento uruguayo de Colonia a una sábana todavía tibia. Sí, está la calma chicha de los poblados rurales en plena faena láctea, agrícola, forestal. Sí, está esa sensación de familiaridad ante los códigos compartidos —el mate, el fútbol, el asado, el tango, el río— con sus habitantes de voseo fácil. Pero únicamente cuando se deja atrás el ejido urbano de la ciudad fundada por el prócer rioplatense José Gervasio de Artigas en febrero de 1816, y se recorren los cinco arbolados kilómetros hasta la tranquera del cinco estrellas que, allá por 1999, apostó a convertir 300 hectáreas jalonadas de pinos y eucaliptos, a la vera del río de la Plata, en un destino high-end del luxury travel... Recién entonces, comienza la verdadera experiencia Carmelo.

Está todo dispuesto para disfrutar un fin de semana consagrado a la degustación tanto de los productos más exclusivos de la despensa autóctona —vinos de la cepa emblema tannat, quesos artesanales, mermeladas orgánicas, pastas secas según receta heredada de los inmigrantes italianos que colonizaron la zona— como de las propuestas que, inspirados en esa exhuberante simpleza, crean allí, a la vista, los cocineros invitados Jean Paul y Aurelien Bondoux (La Bourgogne, del Alvear Palace Hotel), Pablo Massey (La Panadería), Lucía Soria (Jacinto, en Montevideo) y Damián Betular (Palacio Duhau-Park Hyatt Buenos Aires) junto al anfitrión Julio García Moreno. Suya es, como corresponde, la firma en la bacanal de bienvenida, un desfile de petite fríos, calientes y dulces.

Bajo un cielo incipientemente colmado de estrellas que, incluso, obsequiará la estela fugaz de un astro agónico, muy atrás, muy lejos, quedan los recientes trajines en Buenos Aires, aunque sus luces nocturnas titilan en el horizonte porque, al fin y al cabo, apenas 70 kilómetros median entre esa tierra y este paraíso.

Manos a la viña

Un delantal, un sombrero de paja, un par de tijeras, un canasto... ¡Y a cosechar! A media mañana, los huéspedes del hotel galardonado como el mejor de Uruguay en los Trip Advisor Traveller’s Choice Awards 2016 ya están apostados frente a las hileras rebosantes de uvas tannat en un exclusivo wine lodge. Allí donde el francés Juan de Narbona fundara una de las primeras bodegas uruguayas, en 1909, ahora late un emprendimiento familiar de 50 hectáreas donde se producen vinos de alta gama, pero también otras delicatessen —aceite de oliva, grapa, quesos, confituras— que pueden degustarse en su restaurante con vista a los viñedos o como parte del menú cotidiano si se opta por refugiarse algunos días en una de las cinco suites del ala original donde funciona un hotel boutique con deco contemporánea que opera bajo el sello Relais & Chateaux.

Tras el simulacro de vendimia, que incluye la participación en el despalillado y selección de granos en la cinta vibratoria, más una divertida invitación a pisar las uvas en un lagar y luego imprimir las huellas plantares en una remera con el logo de la casa, llega la recompensa: un picnic en la galería del almacén de ramos generales, al reparo de una glicina en flor. Allí, el inefable Jean Paul Bondoux, escudado por su hijo Aurelien, se ocupa personalmente de trozar y servir las lonjas de jamón crudo made in Narbona —estacionados durante casi dos años, son de consumo exclusivo en la finca— en maridaje con el repertorio de provolone, parmesano, brie y camembert de la casa.

Cena bajo las estrellas

Justo antes de que se declare el ocaso es momento de peregrinar a Puerto Camacho, cuya marina privada remeda un catálogo de lanzamientos de la industria náutica. Allí, custodiadas por una luna oronda, cuatro estaciones gourmet invitan a cenar en formato “elija su propia aventura en los jardines del rústico restaurante Basta Pedro. El recorrido por el que apostó Clase Ejecutiva, sin pretensión alguna de originalidad, condujo por el cake de papa y queso morbiere, de Soria; el cerdo braseado con arroz estilo thai, de Massey; el esturión con vegetales asados, de García Moreno y una oda al dulce de leche Narbona by Betular. Animados por los tragos exclusivos creados por los bartender de MAD —el Vendimia, fusión de tannat, almíbar de pieles cítricas, jugo de pomelo y romero fresco lideró las preferencias—, algunos se animan a dejarse llevar por el hipnótico chill out set del DJ en el deck al aire libre. Otros, aprovechamos que los chefs terminaron la faena en la trinchera de sus carpas para compartir una charla de fogón.

Fin de fiesta
La mañana siguiente se destina a completar una salida en el campo de golf de 18 hoyos par 72 que es sede del PGA Uruguay. Luego de un ligero refrigerio, llega el efecto Cenicienta. En 40 minutos, la campiña carmelitana se vuelve postal. Y ya en el puerto de Colonia, con el ferry a punto de zarpar, los sabores y saberes compartidos parecen un espejismo. Hasta que, en el fondo de un bolsillo, un puñado de arena, una hoja de parra o un corcho todavía húmedo son como ese zapato de cristal sin par que invita a volver a soñar con los ojos abiertos y el paladar bien dispuesto.

La versión original de esta crónica fue publicada en la edición 176 de Clase Ejecutiva, la revista lifestyle de El Cronista

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