El malambo de mi vida

En Una historia sencilla (Anagrama), la periodista y escritora Leila Guerriero se sumerge en un certamen de folklore y cuenta la vida sacrificada y sencilla de un competidor. A lo largo del libro, flota una pregunta inquietante ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria extrema, cuando no rima con violencia?. Por Juan Ignacio Orúe.

Rodolfo González Alcántara mira al horizonte desde el escenario. Concentrado, con los brazos separados del cuerpo y en pleno zapateo, se juega todo un año de esfuerzo dentro de un traje de malambista en el tradicional certamen que se desarrolla en Laborde, Córdoba, desde 1966.

Esta foto de Diego Sampere ilustra la tapa del libro Una historia sencilla (Anagrama) de la periodista y escritora Leila Guerriero. La obra narra la vida de González Alcántara (28), un hombre común, pampeano, de familia modesta, que sobrevive de sus clases de música, y que se presenta a una competencia de baile folklórico muy particular, donde el ganador llega a la cúspide y al ocaso por un pacto tácito que debe cumplir: no presentarse nunca más a una competencia similar porque consideran que Laborde es lo máximo.

Bailar allí no es sencillo: consiste en hacer un zapateo muy fuerte durante cuatro minutos sin mover la parte superior del cuerpo. Se precisa una capacidad aeróbica especial y mucho entrenamiento porque la exigencia de la competencia, que dura seis días, así lo impone.

Motivada por estos condimentos, Guerriero viajó a Córdoba en 2011 con la idea de hacer una crónica sobre el festival. De repente, en la tercera noche, vio el zapateo furioso de Alcántara y quedó deslumbrada. "Me interesa la historia por intuición. Decidí que el festival iba a ser narrado a través de él. Lo seguí por un año. El salió subcampeón y era el favorito para el año siguiente. Lo vi ensayar, hablé con la madre, sus amigos. Volvimos en el 2012 y eso es el libro. Trata de una familia muy humilde no ligada a la marginalidad pero de un lugar social que aparentemente no promete un futuro para gente con vocación artística. Rodolfo tiene algo épico. El no se resigna. Es la historia de un esfuerzo", cuenta la autora de Frutos Extraños y Plano americano, entre otras obras.

"Un hombre común con unos padres comunes luchando por tener una vida mejor en circunstancias de pobreza común o, en todo caso, no más extraordinaria que la de muchas familias pobres. ¿Nos interesa leer historias de la gente como Rodolfo? ¿Gente que cree que la familia es algo bueno, que la bondad y Dios existen? ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria extrema, cuando no rima con violencia, cuándo está exenta de la brutalidad con que nos gusta verla-leerla- revestida?", se pregunta Guerriero en el libro.

-Los participantes no están rentados ni reciben becas, por lo general son trabajadores y gastan tiempo y dinero para el certamen, encima el ganador sólo recibe una copa y nunca más puede competir ¿Qué los motiva a semejante esfuerzo?

Sí, es raro. Es como ganar el Nobel de literatura y no poder seguir escribiendo. Los competidores hacen este razonamiento lógico: Laborde es lo máximo, el festival tiene prestigio y ellos creen que ese prestigio se sostiene porque el que gana el premio acepta que no hay nada por encima. Entonces no hay nada más estricto, más feroz, no hay un jurado como el de Laborde en el país. Ningún concurso de malambo te exige bailar sí o sí 4 minutos y pico. Esto es realmente como las olimpiadas. Entonces si yo gané la olimpiada no me puedo presentar a querer ganar el campeonato. Es válido presentarse en una demostración, pero todo lo demás está por debajo. Si me presento en otro festival y lo pierdo, mancho el prestigio de Laborde. Y eso pasó con un campeón. Se presentó en otro festival y perdió. Le hicieron la cruz. Ganar el festival es un reconocimiento, es ser héroes y gladiadores por un año. La paciencia del caracol, la insistencia, la tozudez, la disciplina en tipos tan jóvenes me parece asombroso.

- ¿Le costó convertir a Rodolfo en personaje?

Fue complicado al principio. Había un contraste muy grande entre lo que pasaba con Rodolfo sobre el escenario y lo que pasaba con él en lo cotidiano. No es que no fuera una persona interesante. Por ejemplo, pasó por momentos de mucha miseria y a la hora de contarlo no transforma ese relato en una épica particular. No cuenta con detalles. Entonces, al momento de escribir me enfrentaba a una historia llana, monocromática.

-¿Pensó en abandonar la historia?

Tuve dudas. Pero no de dejarla, de abandonar la historia. Me preguntaba cómo la iba a abordar. Tuve dudas y en un momento son explícitas. Ahí me di cuenta que era un libro, no una crónica. El planteo reflexivo no da para crónica, sí para libro. En un libro la presencia del autor estaba bien. En la crónica tanto uso de la primera persona no me gusta.
 

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