Cuando en 1987 una reconocida publicación lanzó su primera lista mundial de multimillonarios apenas aparecían 140 nombres. La versión de 2025 incluyó a más de 3000 personas con un patrimonio colectivo de u$s 16.000 millones.

Aun teniendo en cuenta factores como el ascenso de China y más de tres decenios de inflación, es un aumento asombroso en cuanto a cifras y valores; el patrimonio neto de Elon Musk, que en abril era la persona más acaudalada del mundo, se calculaba en u$s 342.000 millones, frente a los u$s 295 millones de toda la categoría en 1987.

"La prioridad debería ser hacer algo con los súper ricos -opina Zucman-. No sólo son los más pudientes del planeta, resulta que también son los que pagan menos impuestos".

Pero en lo que respecta a gravar a los más ricos, obtener "el mayor número de plumas con la menor cantidad de silbidos", según la analogía que Jean-Baptiste Colbert trazó con los gansos, es más fácil pronunciarlo que llevarlo a la práctica.

En los países desarrollados las principales fuentes de recaudación suelen ser los impuestos a los ingresos y los aportes a la seguridad social. Pero no abordan la riqueza de capital de los súper ricos, que suele concentrarse en bienes raíces, inversiones o fondos en empresas.

La imposición de impuestos elevados al capital sobre una cantidad reducida de individuos muy acaudalados a menudo provoca cambios en sus comportamientos que limitan o incluso reducen la cantidad a recaudar. El aumento de impuestos en los moderadamente prósperos, un sector más grande y menos móvil, por lo general tiene consecuencias en las urnas.

La historia de los impuestos a la riqueza es un ejemplo central. A mediados de los ‘80 alrededor de la mitad de los países de la OCDE establecieron un impuesto anual a la riqueza neta de sus habitantes más opulentos. Hoy sólo España, Noruega y Suiza mantienen esos gravámenes en Europa, y recaudan montos relativamente pequeños.

"En vista de que los ricos son sumamente móvilesy cada vez se aferran menos al país en el que hicieron su riqueza, pueden desplazarse y lo hacen", explica Pascal Saint-Amans, exdirector de impuestos en la OCDE. "Sospecho que si le preguntáramos a muchos multimillonarios con quiénes son leales, sin con su país o con su dinero, la mayoría respondería que la lealtad es con el dinero".

Incluso los países que mantienen el impuesto a la riqueza están repensando su futuro. El tema fue materia de debate en la reciente campaña electoral de Noruega, donde el partido de centroderecha prometió eliminarlo. Suiza, que por largo tiempo ha sido el domicilio preferido de los súper ricos, espantó a algunos de sus habitantes más prósperos debido a la propuesta de aplicar un nuevo impuesto a la herencia.

En el Reino Unido gobiernos laboristas y conservadores por igual han desmantelado el régimen "no domiciliario" que tenía siglos de existencia en el país, lo que causó algunas partidas notorias, aunque los primeros datos de recaudación todavía no confirmaron el temor a un éxodo a gran escala.

Mientras algunos países desarrollados buscan formas de extraer más ingresos impositivos de los pudientes, otros les tienden la alfombra roja con nuevos regímenes fiscales.

Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Italia asisten a un influjo de adinerados, mientras que en los Estados Unidos, donde los impuestos a la riqueza son relativamente bajos, el presidente Donald Trump lanzó un plan de visa dorada por u$s 5 millones.

"Ofrecer un sistema de impuestos atractivo para los ricos es algo habitual entre los gobiernos", acota Saint-Amans, quien contrasta la "carrera hacia abajo para atraer a los ricos" con los intentos de la OCDE de moderar la competencia internacional en torno a las alícuotas de impuestos a las empresas.

La tendencia, advierte, corre el riesgo de crear una "elite desconectada"; agrega que las democracias con fronteras abiertas y mercados de capital liberalizados son "más vulnerables" al consecuente nomadismo de los pudientes que países más represivos.

León Fernando Del Canto, un abogado español radicado en Londres, escribió hace poco en el Tax Journal que la opción de muchos gobiernos democráticos entre gravar la riqueza privada y reducir servicios esenciales "ya no es un dilema económico, es una decisión política y moral".

"Cada vez resulta más difícil justificar que deben sacrificarse las redes de protección de los discapacitados y los ancianos mientras no se tocan enormes masas de riqueza que siguen sin gravarse", acotó.

Cuando los políticos hablan de "gravar a los ricos" o de que los más prósperos "paguen su parte justa", rara vez precisan el nivel específico de riqueza en el que piensan.

La población en general también tiene la tendencia a ver a "los ricos" en otros en vez de en ellos mismos. Es difícil hallar datos confiables sobre la riqueza, lo que dificulta que ministros de Finanzas y sus asesores efectúen el tipo de análisis de costo y beneficio que sustenta una buena política.

Aun así hay diferencias significativas entre los mil millonarios y los simples millonarios, algo que los expertos juzgan que debería reflejarse en cómo los gobiernos afrontan la cuestión de los gravámenes.

Un analista lo señaló de este modo: "Depende de si hablamos de los mil millonarios, o de mucha gente cuyas casas subieron mucho de valor y que desde entonces han tenido planes jubilatorios más generosos que otros segmentos".

Técnicamente debería ser fácil gravar a ese segmento ya que tienen más lazos con su país y son menos proclives a mudarse. Pero el analista agrega que "es políticamente más difícil ir tras el grupo más grande de baby boomers de clase media".

"Es complicado porque todos están a favor de los impuestos progresivos, pero uno de los problemas es que no tienen límites", señala John Barnett, del Chartered Institute of Taxation. "¿Cuál será la gota que derrame el vaso?"

Si bien los súper ricos son blancos fáciles en sentido político, tienen más incentivos para eludir los impuestos y acceder a los mejores abogados y contadores. También son altamente móviles; el magnate siderúrgico Lakshmi Mittal, el multimillonario del cemento Nassef Sawiris y los comerciantes de arte Iwan y Manuela Wirth figuran entre los que emigraron del Reino Unido o insinuaron que partirían luego del cambio en el régimen no domiciliario. Los críticos de los impuestos a la riqueza advierten que con ellos también emigrarían sus gastos y su filantropía.

Los impuestos que se basan en los ingresos no son particularmente efectivos para gravar a este segmento, aclara Zucman. Menciona investigaciones de un equipo encabezado por él referidas a declaraciones impositivas anónimas presentadas ante el Servicio de Recaudación Interna de los Estados Unidos.

Detectaron que los 400 estadounidenses más adinerados habían tenido una alícuota efectiva del 23,8 por ciento de los ingresos entre 2018 y 2020, lo que incluía impuestos a los ingresos individuales, sobre propiedades y donaciones, además de tasas empresarias. En comparación la alícuota para la población en general había sido del 30 por ciento, y hasta del 45 por ciento en los trabajadores de salarios altos.

Para abordar esto Zucman propuso un impuesto mundial del 2 por ciento a cobrarse anualmente a todos los que tengan más de u$s 1.000 millones en riqueza total, incluyendo activos como bienes raíces, participaciones de capital y grandes tenencias de acciones empresarias.

"No podemos pensar en una medida más específica que la de aumentarles los impuestos", aseguró. El final del secreto bancario y el intercambio de información financiera entre autoridades impositivas implica que ahora es más difícil que los ricos puedan ocultar su riqueza.

La idea fue debatida en el G20 del año pasado pero no obtuvo el apoyo de todos sus miembros. Ahora Zucman está montando una campaña para que la propuesta sea adoptada en su país natal, Francia.

Norma Cohen, experiodista del FT que ahora es investigadora honoraria en la Universidad Queen Mary de Londres, destaca que históricamente los impuestos sobre los activos fueron la principal fuente de ingresos para muchos gobiernos.

En el Reino Unido los impuestos a los ingresos fueron "un fenómeno de mediados del siglo XX" vinculado estrechamente al surgimiento del Estado benefactor. "Hasta la Primera Guerra Mundial casi no se pagaban impuestos a los ingresos en el Reino Unido -apuntó-. Se gravaban otras cosas: herencias, tierra y, en mucha menor medida que otros países europeos, aranceles".

Pero algunos expertos impositivos advierten que en la era moderna recurrir a más gravámenes sobre los activos es algo lleno de dificultades. Su aplicación y administración es complicada, en tanto la definición de la riqueza y la tasación de los activos -especialmente los que no se negocian en mercados públicos- también presenta complicaciones prácticas.

David Sturrock, director asociado del Instituto de Estudios Fiscales (IFS, en inglés), alerta que gravar la riqueza "desalentará la acumulación de riqueza" y se choca con los intentos de los gobiernos por persuadir a que más personas ahorren e inviertan pensando en el final de su vida. "Lo que deberían tratar de hacer es aumentar la recaudación en forma que no distorsione o desaliente la actividad económica", añadió.

Una opción para enfrentar el tema del traslado de los activos es el impuesto de salida. Australia, Canadá, Francia, Alemania y Japón figuran entre los 14 países de la OCDE que gravan las ganancias de capital no concretadas de parte de quienes cambiaron su residencia impositiva, mientras que en Estados Unidos se tasa a los individuos que renunciaron a la ciudadanía.

"Huir de los impuestos ocurre menos de lo que piensan muchos, pero ocurre", distingue Arun Advani, director de CentTax, un centro de estudios del Reino Unido, y profesor en la Universidad de Warwick. Pero agrega que "es político decidir que emigren sin pagar impuestos".

Un documento de trabajo de la OCDE sobre impuestos al capital de este año acepta que los impuestos de salida podrían contener la filtración de ingresos y desalentar la emigración inducida por impuestos, aunque agrega que esos objetivos tienen que equilibrarse con otras metas políticas, "como la atracción y preservación de talento y emprendedores".

Un país más acostumbrado a equilibrar las necesidades de su población con las de los ricos itinerantes es Suiza, donde rige un sistema impositivo de pago único para extranjeros prósperos que quieren vivir allí.

Los extranjeros ricos pueden elegir dicho sistema, que implica acuerdos a medida con autoridades cantonales respecto del preciso impuesto general que pagarán sobre su riqueza y sus ingresos. A quienes no puedan acceder, los cantones les cobran un impuesto a la riqueza neta basada en los activos mundiales menos deudas, con tasas que van del 0,1 al 1 por ciento.

Los usuarios del sistema de pago único no están autorizados a trabajar en Suiza, por lo que es más adecuado para quienes ya acumularon fortunas antes que para emprendedores y gente de negocios. Allí los impuestos a la riqueza suben más que en otros países, pero aun así representan menos del 5 por ciento del total de la recaudación impositiva.

Lisa Cornwell, directora del sector de clientes privados y familiares en PwC Suiza, dice que ese país "nunca fue el más barato" para los extranjeros acaudalados que quieren mudarse, pero ofrece otras atracciones. "Suiza es reservada, discreta -agregó-. Se paga más dinero pero hay variedad de ciudades, es segura, limpia y hermosa".

La deuda del país también es baja en relación al PBI y sus ciudadanos gozan de un envidiable nivel de vida. Pero incluso allí hay presión a favor de una reforma. En noviembre Suiza celebrará un referendo sobre la adopción de un impuesto federal a la herencia y las donaciones valuadas en más de 50 millones de francos suizos (u$s 63 millones), por encima de los actuales gravámenes cantonales. Este impuesto no incluirá exenciones para esposas ni descendientes directos.

La iniciativa fue propuesta por un partido de extrema izquierda y asesores y abogados impositivos advierten que como respuesta algunos individuos adinerados ya empezaron a abandonar el país.

Otros estados, como EAU o Italia, estarán felices de recibirlos. El primero no cuenta con impuestos personales, mientras que el segundo cobra una alícuota fija de 200.000 euros anuales a quienes buscan la residencia fiscal italiana.

Esas prácticas "plantean todo tipo de problemas y grandes dudas sobre la equidad", acota Zucman. "¿Por qué debería permitirse que mil millonarios extranjeros paguen menos si se benefician de infraestructuras y acceso a mercados?"

Emma Chamberlain, abogada impositiva británica que asesora a familias internacionales acaudaladas, opina que "parece haber una sensación general de resentimiento contra los ricos" y la idea popular "de que deberíamos esquilmarlos hasta donde nos sea posible".

En vista de la historia complicada de los impuestos a la riqueza, algunos expertos proponen reformar las normas existentes en rubros como propiedades, donaciones y herencias y ganancias de capital antes de adoptar medidas nuevas.

"¿Necesitamos un impuesto a la riqueza? Mi respuesta es no, no se necesita", apuntó en un blog reciente Richard Murphy, profesor de contabilidad en la Universidad de Sheffield. "No sólo llevaría tiempo ponerlo en práctica, sino que habría una larga curva de aprendizaje antes de que pudiera corregirse".

Agregó que sería mucho más fácil y rápido "cambiar las tasas y exenciones y alivios sobre la riqueza y las ganancias que ya se declaran" ante las autoridades impositivas británicas.

Chamberlain dice que subir las tasas o gravar nuevas cosas conduce a "mucha evasión" que limita los montos que se recaudan. "Creo que sería mejor que el gobierno británico tuviera un relato más positivo...y simplemente descartara cosas como el impuesto a la riqueza, el impuesto a las salidas u otros cambios en el impuesto a la herencia -apuntó-. En Suiza el impuesto a la riqueza funciona porque sus tasas son bajas".

Pero entre los países europeos en concreto, que afrontan aumentos en el costo de la salud y la ayuda social debido al envejecimiento de la población y el incremento del gasto en defensa, la cuestión de a quién y cómo gravar difícilmente desaparezca, por más complicado que sea su mecanismo.

Cohen advierte que hacia 2050 "el porcentaje de la población (británica) de 65 años o mayor estará en torno al 25 por ciento". Como habrá menos trabajadores sosteniendo a los jubilados, "debemos encontrar otra cosa aparte del impuesto a los ingresos, basándonos exclusivamente en el cambio demográfico".

Daniel Bunn, presidente de la Tax Foundation, un centro de estudios norteamericano, indica que "los gobiernos tienen tiempo para atender las cosas, posiblemente mediante (reducciones en) el gasto, aunque a los gobiernos no les guste hacerlo".

Stuard Adam, economista senior en el IFS, agrega: "Si la economía crece algo más, la vida será mucho más fácil (para los gobiernos), ya que la falta de crecimiento y el envejecimiento de la población la torna más complicada".

Pero los vastos activos de los ricos siguen siendo un blanco tentador, y Saint-Amans opina que las cifras de súper ricos son elevadas incluso en parámetros históricos. "De aquí a cien años la gente dirá que estábamos locos por permitir que una cantidad de personas extremadamente ricas poseyeran no miles sino cientos de miles de millones -arriesga-. Unas pocas personas son dueñas del mundo y eso está mal. Alimenta el populismo, que sólo refuerza la situación".