

Sesenta años atrás, cuando los abuelos de Giuseppe Divita abrieron su molino de olivas en Chiaramonte Gulfi, Sicilia, el clima de la isla italiana era ideal para la producción del fruto.
Pero ya no es así, aclara Divita, quien junto con su hermano dirige Oleificio Guccione, que hoy cuenta con sus propios olivares además de la instalación. Con el aumento de las temperaturas promedio anuales y el descenso de las lluvias, cultivar olivos y convertirlos en aceite se está tornando cada vez más difícil.
A lo largo del Mediterráneo la reducción de los rindes y el aumento en los costos de producción hizo elevar los precios un 20 por ciento este año. Los problemas no harán más que agravarse en tanto los efectos del clima se vuelvan más agudos, prevé Divita.
Durante milenios la producción de alimentos y sus precios han sido perturbados por el clima, y acontecimientos singulares como olas de calor, sequías, inundaciones o heladas eliminaban cosechas y hacían subir los precios. Otros factores eran las guerras y las enfermedades, como lo comprobó el mundo hace poco con la invasión rusa de Ucrania y la fiebre porcina que barrió con la población de cerdos de China.
Pero detrás de muchos aumentos bruscos en el precio de la comida hay otra veta mucho más sostenida. De las naranjas de Brasil al cacao del oeste de África; de los olivos del sur de Europa al café de Vietnam, la modificación de las pautas meteorológicas como consecuencia del cambio climático está reduciendo la producción de los cultivos, presiona sobre los suministros y hace subir los precios.
Adam Davis, cofundador del fondo de cobertura agrícola Farrer Capital, afirma que el cambio climático contribuyó a hacer subir los precios de una larga lista de productos alimenticios que este año se negocian a niveles más elevados. "El trigo subió un 17 por ciento, el aceite de palma un 23 por ciento...el azúcar un 9 por ciento y el cerdo, 21 por ciento", enumera. En el caso de los consumidores, el "efecto retardado de esas subas en materias primas no desaparece".
Un tercio de los aumentos de precios de 2023 en el Reino Unido se debió al cambio climático, indica el centro de estudios Energy and Climate Intelligence Unit.

"Existe un impacto material del cambio climático en los precios mundiales de los alimentos", asegura Frederic Neumann, economista en jefe para Asia del HSBC. "Es fácil decir que hechos singulares están aislados, pero hemos visto tal secuencia de sucesos y perturbaciones anormales que, desde luego, se deben al impacto del cambio climático".
Tales acontecimientos repetidos tienen un "impacto permanente en la capacidad de proveer alimentos", alega Neumann. Subas de precios que antaño se consideraban temporarias se están volviendo una fuente de presión inflacionaria constante.
A escala mundial, la tasa anual de inflación alimentaria podría subir unos 3,2 puntos porcentuales por año en el transcurso del próximo decenio como consecuencia de las temperaturas más altas, señala un estudio reciente del Banco Central Europeo (BCE) y el Instituto de Investigaciones sobre el Impacto del Clima de Postdam.
Esto implicaría un aumento en la inflación general anual de hasta 1,18 puntos porcentuales hacia 2035, detectó el trabajo, que utilizó datos históricos de 121 países entre 1996 y 2021 para trazar modelos de inflación futura. El sur planetario se encamina a ser el más afectado.
La duda es de qué manera la política monetaria debería reaccionar ante esto. Muchos bancos centrales excluyen el precio de los alimentos y la energía de la llamada "inflación núcleo", que es la cifra que observan con mayor detenimiento debido a su volatilidad.
Pero ahora que el cambio climático está empezando a originar presiones inflacionarias sostenidas, crece el debate en cuanto a si los encargados de fijar las tasas deberían prestar más atención, en principio porque el impacto de la suba del precio de los alimentos lo sienten de manera aguda los ciudadanos comunes.
David Barmes, investigador de políticas en el Instituto Grantham de Investigaciones sobre Medio Ambiente y Cambio Climático de la London School of Economics, dice que considerar temporarias las subas de la inflación alimentaria "ya no es un enfoque útil cuando los impactos sobre los precios son repetidos y frecuentes y afectarán de manera persistente la inflación general".
Neumann predice interrupciones más frecuentes en la provisión de alimentos que "obligarán a reaccionar a los bancos centrales, lo que llevará a tasas de interés más volátiles y posiblemente más altas a lo largo del tiempo".
El mundo se encamina a un aumento de las temperaturas de hasta 2,9° C por encima de los niveles preindustriales, casi el doble de la meta acordada en las conversaciones sobre el clima de París de 2015, consigna un informe reciente publicado por el programa ambiental de la ONU.

También se está acelerando el ritmo de este calentamiento, en contra incluso de las previsiones de los científicos del clima. El año pasado fue el más cálido que se recuerde, pero podría quedar eclipsado por el actual en tanto las temperaturas llegan casi a los 50 grados en la India y Europa atraviesa otro verano ardiente.
La agricultura es uno de los sectores afectados de manera más directa. A lo largo del próximo decenio podría haber menos oferta de algunos de los cultivos más importantes del planeta debido a que el aumento de las temperaturas y la mayor frecuencia de climas extremos perjudican las cosechas.
Los rindes de trigo, por caso, se reducen drásticamente una vez que las temperaturas superan los 27,8 grados; un estudio reciente detectó que las grandes regiones que cultivan trigo en China y Estados Unidos experimentaron con mayor frecuencia temperaturas por encima de esa marca.
Olas de calor que en 1981 se creía que ocurrirían una vez cada cien años ahora se calculan cada seis años en el centro de Estados Unidos y cada 16 años en el nordeste de China, señala el trabajo de la Escuela Friedman de Ciencia y Políticas de la Nutrición en la Universidad Tufts.
El arroz, los porotos de soja, el maíz y las papas son otros de los productos cuyos rendimientos podrían desplomarse. En el caso de muchos cultivos, la suba de la temperatura implica menores rindes. "Hay una productividad bastante estable con temperaturas de entre 20 y 30 grados, dependiendo del cultivo", explica Frederike Kuik, economista que dirigió el estudio del BCE. "Por encima de eso vemos declives pronunciados".
Kuik agrega que esa caída en la productividad hace aumentar el precio de la comida: "Es simplemente la oferta y la demanda".
También tienen efectos fuertes los episodios ambientales extremos, como sequías, inundaciones o tormentas, que se están volviendo cada vez más frecuentes.
En 2022 las inundaciones en Pakistán diezmaron los campos de arroz del país, en tanto el cambio climático ha complicado los efectos del fenómeno El Niño, que retornó el año pasado, y la consecuencia fue una caída en la producción de azúcar, café y cacao.
Los cambios en el clima y las pautas meteorológicas también están alterando las temporadas de cultivo y crean presiones nuevas por parte de pestes y enfermedades. En Ghana y Costa de Marfil, que producen dos tercios de los granos de cacao del mundo, las lluvias fuertes crearon el verano pasado las condiciones de humedad perfectas para que prosperara la enfermedad de la vaina negra, una infección por hongos que pudre las vainas del cacao.

Ello sumado a otras afecciones y al mal tiempo derribó el rendimiento y condujo a una cosecha mundial que fue un diez por ciento inferior a la del año previo.
Para los agricultores los problemas que plantea el cambio climático implican aumentos en los costos. Tierras que antes producían amplios cultivos a partir del agua de lluvia ahora deben ser irrigadas y se precisan más pesticidas para mantener a raya las enfermedades y los insectos.
En Sicilia, donde la temperatura llega a los 40 grados durante la cosecha, los hermanos Divita debieron introducir maquinaria especial de enfriamiento. El clima más cálido también afecta la productividad laboral, lo que incrementa los costos de producción que se trasladan a los consumidores con precios más altos.
Es difícil calcular la magnitud de ese impacto, advierte William Hynes, economista sobre cambio climático en el Banco Mundial. Como en el caso del estudio del BCE, la mayor parte de la literatura empírica observa los aumentos en las temperaturas porque es un dato disponible. Pero Hynes aclara que hay muchas otras formas en que el cambio del clima afecta la producción de cultivos y el precio de los alimentos. "Todo el sistema está cambiando", dice.
Aun tomando en cuenta esas adaptaciones, el cambio climático está llamado a perjudicar en vez de ayudar a la provisión de alimentos mundial, sostiene Paul Ekins, profesor de recursos y políticas ambientales en el University College de Londres.
Lo cual lleva a una mayor presión inflacionaria al incorporarse al costo de vida la suba en los precios de los alimentos. Pero hay variaciones en la magnitud de esa presión.
Por ejemplo, los investigadores del BCE descubrieron que los aumentos de temperatura causan una brusca caída en la productividad y un aumento inflacionario cuando superan cierto umbral. Dependiendo del cultivo, un aumento de temperatura de cinco grados de 20 a 25 grados podría tener menos impacto sobre los cultivos y la inflación que otro de dos grados entre 34 y 36 grados.
América del Sur y África ya experimentan de manera rutinaria temperaturas cercanas a los umbrales a partir de los cuales pueden ser dañinas para los cultivos, comenta Kuik, "por lo tanto es en esas regiones que subas ulteriores de temperatura podrían tener un impacto más significativo en el precio de los alimentos".
En contraste, la Europa más templada tiende a soportar en los meses de verano los peores efectos del cambio climático, y el golpe inflacionario que lo acompaña. En 2022 la inflación alimentaria en Europa subió en torno al 0,6% como consecuencia del verano cálido del continente, indicaron investigadores del BCE.
La comida también constituye una porción más grande del gasto hogareño en economías en desarrollo -a veces de hasta el 50% del índice de precios al consumidor-, lo que indica que cualquier aumento en los precios tiene un efecto magnificado sobre la inflación general, señala Neumann, del HSBC. La suba de los precios de la comida también reduce el dinero disponible para otros artículos, lo que sofoca la ampliación del gasto de los consumidores.

"El IPC de la comida es mucho más sensible a los cambios y alteraciones en los precios de los insumos", agrega Neumann. El trigo puede que aporte el 70 por ciento del costo del pan en un país de ingresos bajos o medios, y apenas el 10 por ciento en un estado rico, donde son más significativos los costos laborales, de la energía o el transporte.
Del mismo modo, países ricos que están bien integrados a los mercados mundiales se hallan más capacitados para abordar el fracaso de una cosecha. "Si es mala la cosecha de trigo alemana, pueden comprar trigo en el mercado mundial", precisa Neumann. Pero los países pobres no pueden permitirse acudir a otras partes, ni tienen la infraestructura para importar grandes cantidades de alimento. "El sur (mundial) se queda con las manos vacías", agrega.
Con todo, las economías avanzadas no están por completo a salvo, advierte Gert Peersman, profesor de economía en la Universidad de Gante, en Bélgica.
Su investigación sugiere que a mediano plazo hasta el 30 por ciento de la volatilidad inflacionaria de la eurozona tiene su causa en los cambios en los precios internacionales de los alimentos, determinados por impactos imprevistos en las cosechas mundiales.
Y si bien el alimento conforma una porción menor del gasto hogareño en países ricos, muchas personas "miran a la comida para formar sus expectativas (inflacionarias)", dice Peersman. A su juicio y el de otros economistas, ello impulsa la inflación real ya que empuja a la gente a demandar aumentos salariales.
Barmes coincide y señala que los consumidores "son muy sensibles al precio de la comida, por lo que si el cambio climático implica una suba persistente del precio de los alimentos, entonces habrá un efecto desproporcionado en las expectativas inflacionarias".
Otros economistas consideran que en las economías avanzadas las empresas con gran poder sobre el mercado pueden amplificar la inflación en tiempos de alteraciones de la oferta. Isabella Weber, profesora adjunta de economía en la Universidad de Massachusetts Amherst, opina que la inflación de los últimos años "fue disparada por impactos en sectores esenciales (como la comida y la energía) y luego se propagó por las decisiones de precios de las empresas".
El efecto creciente del cambio climático sobre la agricultura reactivó el debate acerca de si los bancos centrales deberían responder al impacto sobre los precios del mismo modo que lo hacen con los precios en general: subiendo las tasas de interés.
Durante mucho tiempo el consenso entre los economistas era que no deberían actuar, recuerda Marc Pourroy, profesor adjunto de economía en la Universidad de Poitiers, en Francia. La razón era que a la inflación alimentaria se la juzgaba temporaria, volátil y reversible. "No queremos que las tasas de interés sean volátiles", agrega.
La inflación del precio de la comida también suele ser impulsada por factores mundiales externos, acerca de los cuales las economías pequeñas no tiene ningún impacto. "Las subas de las tasas de interés no abordan los impactos negativos sobre la oferta", explica Barmes, y hasta pueden ser contraproducentes porque reducen aun más la producción.
Tampoco aumentan la producción de alimentos, opinaron economistas y otros analistas de mercado cuando la ortodoxia de la política monetaria se vio interpelada en respuesta a los impactos de 2008 y 2011 sobre el precio de los alimentos.
Esta vez, sin embargo, los parámetros del debate se modificaron debido al cambio climático, observan algunos economistas.
Los bancos centrales de las economías en desarrollo siempre tuvieron que reaccionar más a los aumentos de precios, dice Raghuram Rajan, quien fue director del Banco de la Reserva de la India entre 2013 y 2016.
"Es posible que los países en desarrollo tengan que tomar más cosas en cuenta porque no se trata solo de una gran parte del presupuesto, sino que es una tendencia de siglos y se está volviendo más volátil", comentó.
A medida que el cambio del clima se afianza y perturba los cultivos, los gobiernos también se vuelven más proclives a adoptar políticas proteccionistas que podrían exacerbar el impacto inflacionario. El año pasado, por ejemplo, el primer ministro de la India, Narendra Modi, impuso restricciones a las exportaciones a ciertas variedades de arroz, lo cual disparó el precio de esa materia prima.
Es más discutible cómo responder en esos casos. Barmes alega que se precisan herramientas alternativas de control inflacionario para enfrentar las presiones que derivan del cambio climático.
Deberían ser aplicadas por las autoridades fiscales o industriales antes que por los bancos centrales, y podrían incluir controles de precios y subsidios dirigidos. También se requieren políticas más estrictas sobre la competencia y medidas antimonopolios para impedir que conglomerados con grandes tajadas del mercado lucren durante los períodos inflacionarios y por lo tanto agraven el problema, añade.
Weber, la profesora de Amherst, opinó en un documento reciente que los países deberían acumular existencias de respaldo de alimentos para protegerse contra las fluctuaciones de los precios, y gravar con impuestos las ganancias adicionales de compañías de sectores esenciales, como la comida, para evitar de ese modo la especulación con los precios.
Neumann reconoce que es riesgoso subir las tasas cuando también suben los precios, y que no siempre es algo eficaz. Pero agrega que en muchos contextos "no se pueden ignorar del todo los impactos sobre los precios de la comida, y hay que elevar las tasas de interés".
Rajan, ex director del RBI, coincide: "debemos ser cuidadosos al responder a cosas como el repunte temporario del precio de la cebolla", un impacto de corto plazo que se corrige rápidamente con la llegada de mayor oferta.
Pero "no podemos hacernos a un lado" (de los precios de la comida), agrega, especialmente cuando se mantienen elevados por cierto tiempo. Los bancos centrales deben subir las tasas de interés "no tanto para liquidar ese aumento en los precios, sino para evitar que todos los otros aumenten desde ahí".
En las economías más pequeñas, acota Pourroy, eso por lo pronto aprecia la moneda, lo que ayuda a reducir el precio de las importaciones.
"Los bancos centrales no deberían sobreactuar", advierte. Pero en tanto se consolidan los efectos del cambio climático, la inflación alimentaria va a ser "demasiado importante para la economía y para la gente como para que no hagan nada".



