¿Listos para una pastilla de hongos? Cómo está hoy el negocio de los psicodélicos
Los beneficios médicos de las drogas psicodélicas pasaron de ser una broma de la Era de Acuario a ciencia fundamentada. Pero las startups que se apuran a comercializarlas tal vez se estén adelantando.
Bajo la luz pálida de la cabina aséptica de un laboratorio, vestida con traje, sombrero y botas protectoras, Sarah Neumann retira con cuidado el paquete envuelto con papel de aluminio. En la superficie se revela un polvillo marrón oscuro y un diseño con forma de iris. Es una suerte de huella digital: si se separa la cabeza de un hongo de su tallo y se la envuelve por la noche en papel de aluminio, se obtiene esto al día siguiente. Para los micólogos que coleccionan muestras, huellas de esporas como estas ayudan a identificarlas. Para Neumann, quien las cultiva, son repositorios de información genética.
La huella pertenece a una especie llamada Psilocybe cubensis. Desperdigada en suelos ricos o, mejor incluso, entre el abono, estos puntos genéticamente distintivos crecerán hasta formar redes de hebras delicadas y ramificadas que se conocen como micelio. Alimentándose de materia orgánica en descomposición, el micelio dará con el tiempo cuerpos frutales -las formas con cabeza que muchos de nosotros conocemos como hongos- cargados de nuevas generaciones de esporas. Por motivos que siguen siendo misteriosos, los cuerpos del P. Cubensis y algunos de sus primos los hongos también llevan otra carga: químicos que interactúan con receptores neurotransmisores del cerebro humano que nos desgajan drásticamente de la percepción y la cognición de cada día, en formas que pueden sentirse como una pesadilla diurna, un atisbo arrobador de las verdades esenciales del universo, o ambas cosas.
Neumann es la principal micóloga en Numinus Wellness, una compañía canadiense que es líder en el subsector más inverosímil de la industria farmacéutica. Por siglos los humanos recorrieron el suelo de los bosques en busca de la imprevisibilidad salvaje y gloriosa de un viaje psicodélico. La tarea de Neumann es domar ese caos. En la primavera boreal, hundida en el espacio vacío de un laboratorio en la isla de Vancouver, Neumann abre una heladera llena de placas de Petri y tarros de vidrio con micelios en distintos grados de desarrollo. "Esto es lo que busco", explica.
Esa evaluación inicial es el primer paso de una trabajosa selección. A partir de sus huellas de esporas, Neumann cultivará micelios hasta convertirlos en hongos prometedores para analizar su vigor y carga química, y repetirá ese paso una y otra vez hasta eliminar cualquier duda y agregar los mejores especímenes al banco celular de la compañía. Esta verificación, que lleva seis meses, es apenas un paso en el proceso de optimización de Numinus. Sus investigadores experimentan para detectar cuál es el mejor alimento del P. Cubensis; cuándo extraer el compuesto psicoactivo primario, la psilocibina; y cómo machacar el tejido del hongo para convertilo en un polvo estable. Los extractos serán examinados en busca de impurezas, luego se colocan en una cápsula con la mezcla adecuada de estabilizadores y otros ingredientes. Si todo sale según el plan, una versión de esa píldora será tomada con un sorbo de agua en una clínica bajo la mirada atenta de un terapeuta y con dinero del seguro de salud.
Hasta hace un decenio las drogas psicodélicas estaban limitadas a una minoría de místicos y aventureros experimentales. Hoy se acercan a la aceptación general. Fue una transformación vertiginosa. Organizaciones de veteranos y el exgobernador de Texas, Rick Perry, están entre sus adalides. La Dirección de Drogas y Alimentos de los EE.UU (FDA) calificó a la psilocibina de "terapia renovadora", una designación pensada para acelerar el proceso de llevar al mercado a drogas especialmente prometedoras.
El cambio tiene la ayuda de una creciente literatura científica que ratifica lo que hace tiempo decían los místicos: esos compuestos pueden sanar. Las drogas psicodélicas son prometedoras en el tratamiento de trastornos tan diversos como alcoholismo, las alteraciones alimenticias y las migrañas. Un pequeño estudio a cargo de investigadores de la Universidad Johns Hopkins descubrió que la terapia asistida con psilocibina alivió síntomas de depresión durante al menos un año en el 75 por ciento de los participantes, y los eliminó en más de la mitad durante el período estudiado.
Resultados igualmente excepcionales se hallaron con la MDMA, un derivado de anfetaminas que es el ingrediente activo en la droga éxtasis. Un estudio clínico efectuado entre 2018 y 2020 suministró una terapia asistida con MDMA a veteranos de guerra, sobrevivientes de ataques sexuales y otros aquejados de graves trastornos de estrés postraumático (PTSD en inglés), una afección conocida por resistirse a los tratamientos: después de tres sesiones, dos tercios de los pacientes ya no cumplían con el criterio de la PTSD, un hallazgo inaudito. La FDA también le concedió la condición de renovadora a la MDMA. Todo esto llega en un momento en que las alteraciones causadas por la pandemia elevaron bruscamente las tasas de depresión y ansiedad y pusieron al desnudo la insuficiencia de las herramientas e instituciones disponibles para tratarlas.
En consecuencia, lo que alguna vez fue una movida es ahora una industria. Solo en las Bolsas estadounidenses hay unas 50 empresas de drogas psicodélicas que cotizan, y brotan startups como si fueran hongos. Un estudio reciente de Data Bridge Market Research proyecta que el mercado mundial de drogas psicodélicas de uso farmacéutico, liderado por firmas como Johnson & Johnson, llegará en 2027 a los US$ 6900 millones. A ese ritmo, señaló una nota de opinión en JAMA Psychiatry, la industria "podría incluso superar al mercado legal del cannabis en EE.UU.".
Con todo, probar que las drogas funcionan puede que sea la parte fácil. En algún sentido, el dinero y la aceptación general dividió al mundo psicodélico. Algunos defensores de las drogas, que se pasaron tratando de sacarlas de las periferias, cuestionan ahora cómo se están dando las cosas. "La preocupación que tengo -dice Payton Nyquvest, cofundador y director ejecutivo de Numinus-, es que si nos apuramos demasiado para abrir el acceso, conociendo a los humanos y cómo nos comportamos, podríamos perdernos la oportunidad terapéutica".
La moderna investigación psicodélica empezó en 1938, cuando en Suiza se creó el LSD, en Sandoz (que ahora es una división de Novartis). Unos pocos años más tarde, Albert Hofmann, joven químico que lo sintetizó a partir del hongo de los granos, descubrió los efectos eufóricos del químico cuando absorbió una parte por accidente a través de la piel. En 1955, los estadounidenses Valentina Pavlovna Wasson y R. Gordon Wasson viajaron a la ciudad de Oaxaca en México, donde se convirtieron en los primeros extranjeros en participar de ceremonias mágicas con hongos que se remontan a tiempos precolombinos. El relato de Wasson de la experiencia en la revista Life dos años más tarde fue una sensación.
En las décadas siguientes se escribieron más de un millar de trabajos científicos respecto de los misteriosos químicos, y todos desde Cary Grant a Charles Mingus o el fundador de Alcohólicos Anónimos, Bill Wilson, difundieron su potencial terapéutico. (La CIA, esperando dar con el suero de la verdad, llevó adelante su propia investigación infame con la droga). En las décadas de 1950 y 1960, decenas de miles de pacientes recibieron drogas psicodélicas para tratar la depresión, el alcoholismo y otros trastornos. Surgieron centros de investigación en California y, más extrañamente, en Saskatchewan, para estudiar y capacitar a personas en los nuevos métodos terapéuticos. El psiquiatra checo Stanislav Grof llegó a afirmar que las psicodélicas podrían ser casi tan valiosas para la psiquiatría y la psicología como lo eran el microscopio y el telescopio para la biología y la astronomía.
Pero con el rechazo de las drogas a fines de los ‘60, se perdió la oportunidad de probar (o refutar) las afirmaciones de Grof. La Ley de Control de Sustancias de 1970, que fue promulgada por el presidente Richard Nixon, proscribió en los hechos el estudio en los EE.UU. de los efectos humanos de esos compuestos. Cuando la gente habla del renacimiento de lo psicodélico, aquella fue la época oscura que lo precedió. Los monjes que custodiaban la llama eran una pequeña red de terapeutas que siguieron trabajando en secreto. Hacia los ‘90, unos pocos investigadores decididos se las habían ingeniado para encontrar formas de eludir las barreras al trabajo con las psicodélicas. Uno de ellos, el psiquiatra Rick Strassman de la Universidad de Nuevo México, sostuvo ante los reguladores que quienes estudiaban esas drogas podían ayudar a definir y tal vez, incluso, a tratar trastornos psicóticos como la esquizofrenia.
Con el tiempo, los científicos empezaron a acumular una mejor comprensión del mecanismo biológico de los químicos psicodélicos. Los estudios mostraron similitudes en cómo el cerebro reacciona a drogas como la psilobicina, el LSD, la DMT (el ingrediente activo de la ayahuasca), y la mescalina, un compuesto derivado del cactus peyote. Todos se unen con receptores de la serotonina, un neurotransmisor que afecta el estado de ánimo. Así es como trabajan los medicamentos tradicionales contra la depresión. Pero a diferencia de esas drogas, una sola dosis de drogas psicodélicas, en combinación con terapia, puede aliviar durante meses los síntomas de una enfermedad mental.
Uno de los investigadores líderes en el campo es Robin Carhart-Harris, profesor de neurología y psiquiatría en la Universidad de California, en San Francisco. En una serie de trabajos recientes, Carhart-Harris y su equipo usaron imágenes del cerebro que rastrean el flujo sanguíneo y la actividad eléctrica para estudiar la mente tras tomar drogas psicodélicas. El estudio indica que algo llamado red en modo por descarte -zonas cerebrales que en conjunto funcionan como el aparato de mando y control- se ve aquietada por las psicodélicas. La coreografía eficiente de comunicaciones neuronales que abarca al pensamiento normal se torna temporalmente desorganizada, lo que habilita pautas de conexión que una red activa y alerta habría prohibido. Esta conexión cruzada puede activar alucinaciones, o conducir a nuevas formas de pensamiento. (En defensa de la red de descarte, los comportamientos asociados al Homo sapiens posiblemente fueron reducidos al mínimo en la Edad de Piedra).
En cuanto a la depresión, algunos estudios indican que esta abundancia de conexiones crea mejores sensaciones, al menos en algunas investigaciones. El escritor Patrick Leigh Fermor comparó alguna vez la mente con una tableta de escritura de cera, suave y moldeable en la niñez, que con el tiempo se va endureciendo. Las psicodélicas podrían devolver suavidad a la cera y permitir que la persona vuelva a escribir en ella.
Y algunos de esos nuevos patrones parecen asentarse, al menos durante un tiempo. Un estudio de este año de Carhart-Harris descubrió que entre personas con depresión, el aumento de la conectividad cerebral y la flexibilidad a partir de tomar psilobicina seguía presente hasta tres semanas después de la terapia, lo mismo que el alivio de los síntomas. Otros estudios detectaron que los efectos duraban más tiempo. "Ahora hemos llegado a los 100 días después de un solo tratamiento, y en verdad no vimos un descenso en la medición de los resultados", afirma Charles Nichols, farmacólogo en la Universidad del Estado de Louisiana, refiriéndose a sus estudios con animales de laboratorio. "Fuimos más allá de solo caracterizar los efectos clínicos. Nos estamos adentrando en lo profundo de las células".
Este tipo de trabajos demandan dinero. Durante años, gran parte de los fondos llegó de la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos (MAPS, en inglés), una organización financiada por Rick Doblin, quien a mediados de los ‘80 peticionó sin éxito ante la Dirección de Drogas y Alimentos de los EE.UU. para detener la penalización de la MDMA. En 2000, la MAPS empezó los primeros ensayos clínicos para determinar la eficacia de la MDMA en el tratamiento de PTSD. (A la MDMA no se la considera una droga psicodélica en sentido estricto debido a su manera de funcionar en el cerebro, pero también altera poderosamente el ánimo y la percepción).
La actual adopción popular de las psicodélicas, y la fiebre del oro que la acompaña, es una vindicación de la empresa quijotesca de Doblin. Pero también llegó el momento del ajuste. Uno de los grandes dones de Doblin a la causa fue su capacidad de conseguir dinero. Hoy, sin embargo, descubrió que los donantes están menos interesados en aportar. Ahora quieren invertir. "Por 36 años nos hemos impulsado enteramente con filantropía y donaciones. Ahora eso está cambiando. Podríamos decir que somos víctimas de nuestro propio éxito", explica.
Alentados por los notables resultados con casos de PTSD, la MAPS comenzó a juntar dinero para una segunda ronda de estudios clínicos de fase III que debe culminar en el otoño boreal, el último obstáculo antes de que la FDA considere a la MDMA para uso medicinal. Con ese objetivo, la organización creó un vehículo especial de inversiones de US$ 70 millones en colaboración con Vine Ventures, uno entre varios fondos de inversiones especializados con nombres como Palo Santo, PsyMed o Neo Kuma, que se apresuran por ingresar a tiempo en el auge de las psicodélicas. En junio, Vine incorporó a la casa de subastas Christie's para recaudar US$ 1600 millones destinados a la MAPS a través de la venta de un lote de arte en token no fungible.
En una comunidad dominada desde siempre por los creyentes, la posibilidad del lucro es una fuerza nueva y desestabilizadora. De ahí la controversia en torno a Compass Pathways. Fundada inicialmente en 2015 como compañía de salud mental sin fines de lucro, Compass financió importantes proyectos tempranos de investigación y contó con el respaldo expreso de Doblin y de otros destacados investigadores. Luego, en 2018, empezó a hablar del patentamiento de una forma específica, o polimorfa, de psilobicina sintética. También pretendió patentar una técnica terapéutica con psicodélicas hasta el punto de sostener que ciertos aspectos de la decoración de una clínica -como "muebles blandos", "colores apagados" o "un sistema de sonido de alta resolución"- están sujetos a derechos de propiedad porque son parte clave de la terapia patentada de Compass.
El presidente y confundador de la compañía, George Goldsmith, defiende esas decisiones por ser la mejor manera de llevar un tratamiento prometedor a las masas. Alega que Compass tiene el potencial de transformar la salud mental, siempre que pueda ganar dinero. "El costo de hacerlo a escala mediante un modelo regulado es lamentable pero cierto -aclara. No hay forma de descontar los ensayos clínicos".
Para los críticos, entre los que se cuentan antiguos simpatizantes, esta nueva estrategia de patentamiento amenaza con sofocar el mercado incipiente. "Es como si alguien dijera que va a patentar la frase ‘Ave María'", opina el inversor y filántropo Carey Turnbull, de la entidad sin fines de lucro Freedom to Operate, que fue fundada para contrarrestar las afirmaciones de la compañía. Expertos en química y cristalografía contratados por su grupo descubrieron que la molécula sintética de Compass no era nueva sino una mezcla de viejos polimorfismos. En junio de este año, la Comisión de Patentes de los EE.UU. rechazó los pedidos de Turnbull de una "revisión posterior" de las patentes de Compass.
Mientras ocurría todo esto, Compass empezó a cotizar en Bolsa el 18 de septiembre de 2020. En el primer día de operaciones consiguió un valor de mercado de casi US$ 1000 millones. En diciembre pasado, luego de que presentara los resultados del más grande ensayo ejecutado hasta la fecha con la terapia de psilocibina, el precio de sus acciones tocó los US$ 58. Sin embargo, los resultados del ensayo, al menos según el contexto exaltado de otros estudios recientes, fueron contradictorios. Los pacientes con depresiones resistentes a tratamientos que recibieron una dosis de la droga psilocibina COMP360 de Compass exhibieron una notable mejora en los síntomas. Alrededor de un tercio de los pacientes en un grupo con dosis elevadas mostraron un descenso en la gravedad de su depresión al cabo de 12 semanas. Pero lo mismo sucedió con el 10 por ciento en el grupo de control. El ensayo también planteó preocupaciones por la seguridad, ya que algunos participantes experimentaron impulsos suicidas. En el último año y medio las acciones de Compass retrocedieron de manera constante y a fines de agosto se negociaban a US$ 18.
La gente se acerca a las psicodélicas por sus propias experiencias de transformación. Las primeras tres décadas en la vida de Payton Nyquvest estuvieron caracterizadas, en igual medida, por dolores crónicos y poderes extraordinarios de compartimentación. El dolor lo remonta a su nacimiento, como prematuro tuvo múltiples complicaciones. Pese a todo, a los 30 años dirigía la oficina en Vancouver de una casa de operaciones de Bolsa y se concentraba en inversiones en sectores nuevos. Pero el dolor lo llevaba dos o tres veces por semana a una guardia hospitalaria, donde recibía el único tratamiento que parecía funcionar: inyecciones de un potente opioide. Con el tiempo se volvió dependiente de la sustancia.
En 2018, tras conocer casos de personas con síntomas similares que aseguraban haberse curado con las psicodélicas, Nyquvest contrató una estancia en Costa Rica, para recibir un ritual curativo con el brebaje alucinógeno a base de plantas llamado ayahuasca. "Centro médico all inclusive de lujo". Junto con otros 90 huéspedes, Nyquvest se vistió de blanco, se acostó sobre un colchón en un amplio salón ventilado y bebió la poción durante cuatro noches seguidas. A la segunda, recuerda, todo se oscureció repentinamente. Se dobló y pudo verse el estómago y los intestinos al aire libre, y sintió que una mano entraba por la garganta y le reacomodaba las entrañas. Luego tuvo una visión en la que estaba recién nacido, "de vuelta a la incubadora y sano". Asegura que desde entonces no ha tenido síntomas.
Al fundar Numinus "todo lo que quería hacer era dar más acceso", señala Nyquvest. Pero por más provechosa que haya sido, su experiencia -el simulacro moderno de una ceremonia de adivinación- es muy diferente del tipo de terapia que trata de llevar a las masas.
Nyquvest es crítico del enfoque de Compass, aunque en el tono no confrontativo que cabría esperar de un emprendedor canadiense de la salud mental y la psicodelia. "Mi preocupación es que entorpezca la accesibilidad -dijo. Hay muchos recursos que fueron volcados para tratar de crear algún producto nuevo que sea controlado y explotado para, ya saben, beneficio financiero". Pero hay otro extremo del espectro, y también son desconfiados. Algunos veteranos terapeutas y activistas creen que las autoridades y los reguladores médicos no deberían tener el poder de impedir que estos compuestos lleguen a las personas que crean necesitarlos. "Experimenté un profundo conocimiento espiritual y de sanación", cuenta David Bronner sobre sus propias experiencias con las psicodélicas. Bronner dirige Dr. Bronner's Magic Soaps, la compañía de jabones orgánicos y cuidado personal que fundó su abuelo, y es un partidario de larga data de la investigación de MAPS. "Me ayudó a entender y superar la masculinidad tóxica y a ser una persona más empática, conectada y compasiva".
En 2023, Oregon se convertirá en el primer estado en tener psicodélicas ampliamente legalizadas. Un referendo votado en 2020 concedió a la agencia de salud del estado la tarea de supervisar el consumo de hongos mágicos en "centros de atención" en presencia de "prestadores con licencia". De momento, California, Colorado, Nueva York y Washington están considerando alguna forma de legalización, mientras que otros imponen la despenalización. Y la terapia con ketamina ya es legal. Al igual que la MDMA, la ketamina no es una psicodélica clásica: sus efectos disociativos, como de trance, la hicieron popular como anestésico legal y como droga ilícita. Pero una sólida literatura de investigación ha demostrado que la terapia asistida por ketamina puede reducir los síntomas o la depresión. Algunas compañías ofrecen ahora una terapia a domicilio, y envían por correo las tabletas a pacientes que deben tomarlas con supervisión a distancia.
Los riesgos son obvios. La ketamina es adictiva. Según la mejor evidencia disponible, la MDMA, la psilocibina y el LSD no lo son, y las psicodélicas clásicas también parecen provocar un riesgo muy bajo de efectos adversos. Pero de todos modos las drogas psicodélicas pueden ser peligrosas. Quienes se encuentran en riesgo de sufrir graves trastornos psiquiátricos deberían evitarlas, e incluso personas sanas en el medio de momentos alucinatorios de claridad pueden meterse en graves problemas si no tienen quien los guíe. "Solo falta el caso de un menor que se metió un montón de psilocibina y se puso detrás del volante de un auto y mató a alguien -alerta Nyquvest-. Una noticia así y todo se termina, ¿no?"
"Es como si alguien dijera que va a patentar la frase ‘Ave María'".
La propia Numinus ofrece terapia con ketamina en sus clínicas. También provee terapia hablada sin drogas y algo que llaman "integración psicodélica": ayudar a pacientes que buscan las drogas por su cuenta a prepararse para la experiencia. La compañía está habilitada técnicamente para ofrecer una genuina terapia psicodélica en casos excepcionales según el Programa de Acceso Especial de Salud de Canadá, que al menos este año autoriza a los médicos a solicitar tratamientos para pacientes con trastornos graves o que pongan en riesgo sus vidas. Es una empresa pequeña: la facturación de la clínica en el trimestre más reciente fue inferior al millón de dólares. Sin embargo, más que en el dinero que genera hoy Numinus, Nyquvest se concentra en contar con la infraestructura necesaria para que los reguladores otorguen la bendición final a los nuevos tratamientos.
Un ciclo de tratamiento típico con ketamina en Numinus tiene tres componentes, que empiezan con una sesión de preparación, por lo general la semana previa a la administración, en la que terapeuta y paciente conversan todo, desde qué música poner hasta el efecto que tendrá la droga sobre las metas terapéuticas del paciente. El ciclo termina con una sesión de integración una vez que los efectos de la droga hayan desaparecido, con el objetivo de entender lo que sucedió. En el medio, está la sesión medicinal, en la que el paciente ingiere la droga y, con los ojos cubiertos y auriculares puestos, escucha música.
"Surgen emociones, imágenes, pensamientos que son más grandes, profundos, amplios y con más significación que en una sesión regular de terapia", señala Joe Flanders. Psicólogo e investigador en los ensayos clínicos de la MAPS con MDMA, trabaja en Numinus desde 2021, cuando le compraron su compañía radicada en Montreal, incluyendo dos clínicas que ofrecen terapia con ketamina. Como vicepresidente de Psicología, se ocupa de adiestrar a los terapeutas de Numinus. La empresa tiene 110 empleados.
Según el relato de Flanders, la meta de la terapia no consiste en extraer hondas obsesiones íntimas para analizarlas luego. "Confiamos mucho menos en los procesos cognitivos conscientes, activos", apunta. En cambio la terapia psicodélica es un "modo de experiencia" en la cual lo que sucede ocurre en un nivel emocional o incluso sensorial. "De verdad es importante ir por debajo de los procesos verbales", completa Flanders.
Por lo tanto, la tarea del terapeuta psicodélico consiste en ayudar a alguien a incorporar esas sensaciones nuevas e intensas. El paciente tiene que sentir la suficiente comodidad para entregarse de verdad. "Ingresas en un estado de conciencia con todo tipo de vulnerabilidades. Tienes que confiar de verdad en la persona sentada en la otra punta ", aclara Flanders. En Numinus como en el resto del sector, todos tienen plena conciencia de la importancia -y los riesgos- de la confianza. En 2019, la MAPS canceló su relación con dos investigadores de ensayos clínicos, un matrimonio que supuestamente había mantenido relaciones sexuales con una participante con la que habían trabajado. En julio, las autoridades de Canadá suspendieron un sitio de ensayos que efectuaba investigación independiente con MDMA con una droga provista por la MAPS, alegando preocupaciones por la seguridad de los pacientes. Los reguladores también descubrieron que la MAPS infringía normas de buenas prácticas clínicas, aunque se le permitió continuar con los ensayos tras proponer acciones correctivas. MAPS también enfrentó críticas respecto de que sus estudios exageran los beneficios de las psicodélicas.
En cuanto a Numinus, su necesidad es ganar dinero. Al igual que Compass, cuenta con una estrategia de propiedad intelectual, aunque procura no ofender la ética de la clandestinidad psicodélica. "Creemos que la psilocibina será un genérico, y los clientes podrán elegir cuál producto les gustaría usar -señala Nyquvest. Y creemos que una cantidad de personas preferirá lo natural". El año pasado, Numinus reclamó el patentamiento en los EE.UU. de técnicas para producir rápidamente especies de hongos naturalmente psicoactivos, y también presentó un pedido de patente internacional. La compañía estudia si otros compuestos de hongos podrían mejorar los beneficios terapéuticos.
El próximo grupo de patentes de Numinus se concentrará en los mecanismos de administración de las drogas. Además de una píldora, está explorando presentaciones líquidas y un té. La compañía también está habilitada para trabajar en su laboratorio con LSD, DMT y mescalina, y eventualmente podría explorar el potencial terapéutico de esas drogas. "Lo que ahora vemos es apenas la primera generación de esas drogas -observa David Olson, neurocientífico en la Universidad de California en Davis-. La tercera generación la formarán compuestos totalmente nuevos".
Olson es uno de los que creen que el componente psicológico de la acción de las drogas no es tan importante como los otros efectos biológicos más sutiles. En un estudio de 2018, el laboratorio de Olson demostró la llamada neuroplasticidad de compuestos psicodélicos como la psilocina, junto con LSD, MDMA, DOI, DMT y la ibogaína. Esas drogas parecen sanar las células cerebrales, y reforman las conexiones sinápticas debilitadas. Ello podría explicar por qué son eficaces frente a trastornos tan distintos aunque todos casos en los que las neuronas se atrofiaron.
"Creemos que la psilocibina será un genérico, y los clientes podrán elegir."
Pero si la fuente del poder curativo de las drogas es la neurplasticidad, eso pone en duda el papel del viaje mismo, la comunión mística que por milenios definió la experiencia humana con los compuestos. Olson sugiere que todo eso podría no ser necesario. Teoriza que las drogas podrían ser efectivas sin sus cualidades psicodélicas. "Estoy muy a favor de que se usen en las clínicas -afirma sobre los alucinógenos existentes. La gente está desesperada". La compañía que tiene a Olson entre sus fundadores, Delix Therapeutics, cuentan con varios compuestos en desarrollo que funcionan como las psicodélicas pero sin el efecto alucinógeno. Espera empezar los ensayos clínicos ya el próximo año. En otra línea de investigación, Olson trabaja con Boris Heifets, de Stanford, para probar su hipótesis en humanos suministrándoles drogas psicodélicas a los participantes mientras se encuentran inconscientes por la anestesia.
La de Olson es la posición minoritaria entre sus pares. Matthew Johnson es psicólogo y profesor en Johns Hopkins Medicine e investigador líder en el campo. "Creo en la promesa de la terapia psicodélica -aclara-, y por terapia psicodélica quiero decir: dosis altas, preparación y atención a la experiencia". Johnson trabaja con una compañía, Mydecine, para llevar al mercado un producto para dejar de fumar que se basa en la psilocibina.
El argumento de Olson tiene otro lado. Quien lo formula es su colaborador en Stanford, Heifets, doctor y neurocientífico. Destaca que hasta ahora en los grandes ensayos con psicodélicas, los grupos de placebo también consiguieron resultados bastante fuertes. En otras palabras, proveer la terapia de tipo psicodélica sin darles las drogas hace mucho bien. En vez de domesticar los compuestos para que encajen en nuestros sistemas de salud actuales, tal como propone Olson, tal vez deberíamos tratar de hacer lo opuesto.
Eso implicaría hacer más accesible la terapia hablada. "El modelo de tratamiento psicodélico no es adecuado para la infraestructura que tenemos", acota Heifets. "¿Por qué tenemos una crisis de la salud mental? -pregunta. No creo que sea porque falte la adecuada droga antidepresiva".
Fotografías por Grant Harder
Esta nota se publicó en el número 346 de revista Apertura.
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