El 'Affaire Ghosn', un escándalo por el que Renault y Nissan empiezan a temblar

Interpol emitió una circular roja. El Líbano y Francia sugirieron que no lo extraditarán. Y el prófugo prometió salir a hablar.

Para reclutarlo de Michelin, Louis Schweitzer, entonces número uno de Renault, lo sedujo con una frase. "Aquí, tu camino a la cima será más fácil", le dijo, en relación al complejo entramado societario que garantizaba que el management del fabricante de neumáticos quedara, siempre, en manos de su familia fundadora. Carlos Ghosn no dudó. Promediaban los '90. A fines de esa década, accedió a la presidencia de Nissan, luego de que la automotriz francesa ingresó a su capital accionario. En Japón, Ghosn -hijo de libaneses, nacido en Brasil y formado en Francia- se forjó a sí mismo. Icebreaker, cost-killer, los apodos que se ganó por su frialdad para eliminar costos. Rescató a la fabricante asiática de la quiebra. Cinco años después, en 2004, Ghosn sucedió a su mentor en el trono de la alianza global Renault Nissan. Doce meses más tarde, unificó ambas coronas.

El petit empereur -mide algo más de 1,60- rigió 13 años. En noviembre de 2018, la Justicia japonesa lo encarceló, por presuntas felonías financieras. Cayó con el mismo vértigo con el que ascendió. Y no faltaron quienes lapidaron al CEO Supertstar y expiaron, con su crucifixión, sus propios pecados. Con él a la sombra, se sucedieron opacas e intensas negociaciones en Yokohama -sede de Nissan- para redefinir el balance de poder de una alianza que, por iniciativa de Ghosn e incomodidad para sus socios, incorporó a la también japonesa Mitsubishi. No mucho después, el Estado francés -principal accionista de Renault- se resistió a una fusión con FCA (Fiat y Chrysler), gestada inicialmente por el prófugo. "Preservar a toda costa la alianza con Nissan", el argumento oficial.

Esa alianza tiembla. Hay una fecha marcada: 8 de enero. Ese día, Ghosn, según anticiparon sus abogados, dará una conferencia de prensa. Y él, que no dudó atribuir sus desgracias a sus enemigos íntimos de Nissan, promete sólo una cosa: arrastrar a varios con su caída.

Ayer, el ejecutivo se limitó a desligar a su mujer, Carole, y a cualquier otro familiar, de su cinematográfica salida de Japón. "Fui yo sólo quien organizó mi escape", aseguró, en relación a su huida, escabullido en el estuche de un contrabajo. Tras una fianza de u$s 4,5 millones, Ghosn estaba confinado desde abril en una casona de Tokyo.

El Affaire Ghosn empieza a tomar dimensión de escándalo internacional. Hubo siete detenciones en Turquía, donde el jet privado en el que dejó Japón hizo escala el domingo 29, antes de llegar a Beirut, donde Ghosn está guarecido. El avión se detuvo en el aeropuerto Ataturk, de Estambul. Los detenidos son cuatro pilotos, dos empleados de la terminal y el gerente de operaciones de una empresa de carga que opera en el lugar.

Interpol emitió una circular roja a el Líbano. Funcionarios del ese país anticiparon que Ghosn ingresó legalmente, con su pasaporte francés y su identificación libanesa. No existe tratado de extradición entre Japón y el Líbano. "Cada país decide por sí mismo qué valor legal le da a una circular roja dentro de sus fronteras", aclaró Interpol.

No es el único lugar donde Ghosn, quien tiene nacionalidades brasileña, francesa y libanesa, se sentiría a salvo. "Francia no extradita a sus ciudadanos", respondió la Secretaria de Estado de Economía de ese país, Agnes Pannier-Runacher. Ghosn, hace tiempo, brega porque se lo juzgue en París, en cuyo sistema legal confía más que en la "injusticia de Japón", según sus palabras.

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