Vinos de alta gama, un negocio cada vez más para jugadores globales

Quedan cuatro bodegas medianas o grandes 100% en manos de las familias fundadoras. Luigi Bosca se asoció con L Catterton. Pesa la necesidad de escala y de respaldo financiero

La creciente competencia en el mercado vitivinícola a nivel global, pero también local, llevó en los últimos años a una mayor concentración de empresas, con el ingreso de socios de peso a bodegas familiares de larga tradición o, directamente, con su venta. También, en el último año, inversores extranjeros vendieron sus empresas.

El negocio vitivinícola no es sencillo. Requiere alta inversión a largo plazo, con un gran capital inmovilizado (si se trata de vinos que descansan en barricas aún más) y, además, es necesario contar con escala o peso propio en distribución para lograr acceder a puntos de venta locales y externos, ya que los canales fijan sus reglas y márgenes. Esta ecuación se torna aún más en épocas de crisis del consumo y márgenes exiguos. Por eso, son muy pocas las bodegas tradicionales que continúan en un 100% en manos de las familias fundadoras.

De hecho, el martes se anunció el ingreso del grupo L Catterton Latin America como socio a Luigi Bosca, la reconocida bodega de alta gama de la familia Arizu. Con esta asociación, por un monto que no trascendió, la bodega apunta a crecer exponencialmente a nivel global, con el espaldarazo financiero y expertise del grupo y su red de contactos. De todos modos, la familia Arizu seguirá al frente de la bodega y de sus marcas, que no modificarán su sello familiar ni su perfil, según destacó Alberto Arizu, director de la bodega. “La competencia internacional es muy fuerte. L Catterton tiene una red de contactos y un equipo de facilitadores de ideas que nos abrirán muchas más puertas para poder crecer, de un modo que solos no podríamos. Es un plan a largo plazo para crecer más rápido , explicó Arizu.

Con este cambio, las bodegas medianas o grandes que continúan en un 100% en manos de las familias fundadoras son cada vez menos. En la práctica, la lista se reduce a Familia Zuccardi, conocida por Santa Julia, entre otras; Bodegas Bianchi, que pese a contar con un management profesional, ajeno a los Bianchi, sigue siendo 100% de la familia de San Rafael; Bodegas Crotta y RPB, de la familia Baggio, con marcas como Uvita o Bodega Privada, además de los jugos que llevan su apellido.

A esa reducida lista podría sumarse Bodegas López, que sigue en manos de la familia, aunque un 33% pertenece a Héctor Colella, dueño de Ocasa. También podría añadirse a Dante Robino, que desde 1982 pertenece a la familia Squassini, si bien fue creada en 1920 por los Robino.

Un caso aparte es el de Nicolás Catena, que además de la bodega Catena Zapata se amplió en los 90 con la compra de otras, como Escorihuela, La Rural y Rutini, junto a socios.

Pero en la práctica, con el 100% de control familiar, la lista se reduce a cuatro familias: Zuccardi, Bianchi, Crotta y Baggio.

El concepto de “familia es un plus en el vino, que pesa en el imaginario del consumidor, ya que el vino busca transmitir tanto el terroir donde crecen las vides como la gente que lo elabora. De ahí que en todas las bodegas donde la familia sigue teniendo injerencia (más allá de no controlar el 100%) se busca destacar su apellido como sello de calidad.

Gran parte de las bodegas familiares fueron vendidas en los 90, como Etchart (a Pernod Ricard) o Graffigna (primero Allied Domecq, hoy Pernod) o Finca Flichman (a la portuguesa Sogrape). Poco antes, en 1989, Norton había sido vendida a la familia austríaca Langes Swarovski.

Ya en el nuevo siglo, también hubo varias operaciones. Suter es un caso emblemático, que cambió varias veces de manos desde 2002 hasta que finalmente en 2012 fue adquirida por el Grupo Peñaflor. Este mismo holding (dueño de Trapiche, Finca Las Moras y El Esteco, entre muchas otras) compró además en 2015 Navarro Correas a Diageo, el grupo británico que la había adquirido en 1996 a un grupo español, que a su vez la había comprado en 1982 a sus fundadores.

Últimas ventas

El año pasado comenzó con más fuerza una nueva ola de operaciones. En octubre de 2017, el grupo suizo Origin Wine Global Distribution (con bodegas en Sudáfrica, Suiza y Mendoza) compró Finca La Anita, conocida por ser una de las primeras bodegas boutique del país. Había sido creada en 1992 por Manuel Mas, en Agrelo, Luján de Cuyo. Además, un grupo irlandés, liderado por Patrick McKillen, compró Finca Blousson, en Vista Flores, Valle de Uco.

A inicios de este año, se vendió O. Fournier, del empresario español José Manuel Ortega Gil Fournier. Construida desde cero a partir de 2004, la bodega de llamativa arquitectura, en La Consulta, Valle de Uco, fue comprada por Finca Agostino, de Maipú. Los nuevos dueños son hermanos criados en Mendoza, que residen en Canadá.

En marzo, Bodegas Bianchi compró la bodega Colle Di Boasi, de Vista Flores, Valle de Uco, que rebautizó como Enzo Bianchi, igual que su vino ícono. Pertenecía a Silvio Benvenuto, uno de los ex dueños de La Campagnola, que tras la venta de la firma alimenticia se había dedicado a los vinos.

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