La industria petrolera enfrenta su peor crisis en 100 años

Los productores encaran al colapso en la demanda de hidrocarburos, mientras que la pandemia global de coronavirus fuerza a las economías a entrar en hibernación.

No es exagerado decir que la industria petrolera enfrenta su mayor crisis en los últimos 100 años. A medida que las economías occidentales entran en hibernación por el coronavirus, el sector encara el hecho de que la demanda de combustibles caerá más rápido que nunca antes.

Los precios ya se redujeron a la mitad desde marzo, dado que las aerolíneas se quedaron en tierra y millones de pasajeros evitan el auto para hacer una caminata hasta una notebook en la cocina.

Para una industria que, desde hace mucho tiempo, sabe que una oscilación del 1 al 2% en el equilibrio de la oferta y la demanda puede ser la diferencia entre el alza o el colapso de los precios, el alcance de la caída del consumo es difícil de procesar.

Las últimas estimaciones sugieren que del 10 al 25% del consumo mundial podría desaparecer en los próximos meses. En tiempos normales, el mundo consume unos 100 millones de barriles por día.

Tal es la magnitud del colapso de la demanda que corre el riesgo de eclipsar la guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia, que están inundando el mercado con barriles innecesarios. Pero hay pocas dudas de que sus acciones han exacerbado el colapso y extendieron el horizonte de recuperación. Es probable que el resultado sea que los depósitos se llenen hasta el tope en cuestión de meses.

El respiro vendrá solo una vez que la producción de petróleo más cara comience a cerrarse. O los productores más débiles quiebren. Pero los campos petrolíferos no se pueden apagar y encender como un interruptor de luz.

El crudo bajó a sus niveles más bajos desde 2003. Los analistas comienzan a predecir que el precio podría seguir cayendo. Los despidos masivos no serán raros para el sector.

El colapso se produjo en el peor momento posible para una industria que ya no era favorecida por los inversores, que temen que la demanda de petróleo llegue a su punto máximo en la próxima década y se preocupan por los impactos ambientales.

Los pocos apostadores fuertes que quedaron se quemaron, una vez más. El precio de BP bajó más del 50% este año, a un nivel visto por última vez en 1995. ExxonMobil, alguna vez, la compañía más grande del mundo cotizante en bolsa, perdió el 70% de su valor en los últimos seis años.

Si las perspectivas a corto plazo para la industria son, francamente, un infierno, posiblemente, las de largo término no sean mucho mejores. La pandemia podría dejar una marca en el crecimiento de la demanda de petróleo, que ya está tartamudeando. Los viajes internacionales tardarán en recuperarse. Es probable que las empresas y los empleados que se adaptan con éxito al home working hagan que sea una parte más importante de su futuro, manteniendo a más autos fuera de las calles.

Es poco probable que haya una recuperación meteórica tras el desastre. En ese contexto, la decisión de BP de cumplir con su compromiso de acelerar la transición energética tiene mucho sentido, a pesar de que los detractores argumentan que la caída de los precios debilitaría la resolución de la compañía. Para atraer a nuevos inversores, ya no es suficiente defender el dividendo. La industria necesita una nueva narrativa.

Las petroleras estatales también revisan las cenizas. Arabia Saudita incendió su propia imagen cuidadosamente cultivada como un administrador confiable del mercado petrolero. Incluso, si el reino sale victorioso de la guerra de precios con un mayor share en un mercado que, pronto, se reducirá, los aliados políticos verán la confirmación de que las palabras cálidas sobre estabilidad significan poco bajo el liderazgo del Príncipe Heredero Mohammed bin Salman.

Para algunos, la industria petrolera puede parecer una víctima digna. Su arrogancia ante el cambio climático, sólo parcialmente revertida en los últimos años, le costó muchos simpatizantes. Pero no hay que pensar con caridad hacia el sector para darse cuenta de que hay una tragedia en espera.

Los miembros más débiles de la OPEP, como Irak y Nigeria, perseguidos por la maldición petrolera que sembró corrupción e ineficiencia en sus economías, enfrentan una gran crisis de efectivo.

Si la caída de los precios significa que estos productores más pobres luchan por financiar sus propias respuestas a la pandemia, la crisis, para ellos, se sentirá con mayor intensidad.

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