Solucionar el default no implica volver a crecer

La economía argentina se encuentra ante un desafío ciclópeo. En medio de la pandemia enfrenta el default, desplome de la actividad, brecha cambiaria, déficit fiscal, inflación y todo hay que encararlo al mismo tiempo. Lo único que está claro es que el panorama es oscuro. ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar?

Gran parte de los problemas que enfrenta la Argentina son similares a los del resto de los países, tanto desarrollados como emergentes. La pandemia y las necesarias cuarentenas son responsables de la mega recesión y los déficits fiscales. Nunca en la historia se han visto caídas tan fuertes y rápidas en el nivel de actividad, que en muchos casos han llegado a más del 35% anualizadas en un trimestre. Tampoco se han visto programas de estímulo (o mejor dicho de supervivencia) con aumentos del déficit fiscal y del crédito que llegan a superar el 15 o 20% del PBI, con el riesgo que eso implica para el aumento de la deuda pública y la inflación.

Nuestra respuesta ha sido similar, con subsidios a la población más vulnerable y con asistencia a muchas empresas para pagar sueldos. Si bien el tamaño de la asistencia es importante, Argentina tiene un desafío mucho mayor que otros países porque tiene que enfrentar los efectos de la pandemia sin acceso a crédito externo (al menos hasta que se reestructure la deuda) y con una inflación que es mucho más alta.

Estas restricciones fuerzan al gobierno a recostarse en la emisión monetaria del Banco Central como principal vehículo de financiamiento de un déficit fiscal supera el 1% del PBI por mes mientras dure la cuarentena estricta, con el riesgo de que esa emisión más adelante impacte de lleno en la inflación.

Independientemente de los riesgos que implican estas políticas, hay que aceptar que no hay alternativas. Lo importante hoy es mitigar los peores efectos de la pandemia y mantener la economía en estado latente para que cuando pase el huracán covid-19 la estructura productiva esté lo más intacta posible para que pueda rápidamente ponerse en movimiento.

Pero hay que estar preparándose para el día después. La primera prioridad parecería ser resolver la encrucijada de la deuda pública. Hoy, luego de no haber pagado los cupones por u$s 500 millones, la Argentina está en default, el tercero de deuda externa en 20 años.

El problema luce complejo, pero en perspectiva el Gobierno ya ganó más de la mitad de la batalla. Los acreedores están resignados a una quita importante, mucho mayor de la que habían imaginado meses atrás, especialmente porque los indicadores tradicionales de deuda no muestran que el país tenga un problema de solvencia, aunque sí uno de liquidez. Además, la crisis del covid-19 ha bajado las pretensiones de los acreedores aún más.

Es un momento ideal para cerrar un acuerdo, que pareciera no estar muy lejos. Desde un punto de vista financiero hay muchas maneras de lograr acercar las partes sin comprometer los objetivos que de "sustentabilidad" que delineó el ministro Guzmán. Lo que hace falta es decisión política y capacidad negociadora para que el país salga del default.

Para lograr esa salida Argentina necesita reestructurar toda la deuda emitida bajo ley extranjera, o sea, habrá que diseñar una oferta que sea equitativa entre acreedores, pero que permita alcanzar las mayorías necesarias tanto en los bonos de las reestructuraciones de 2005 y de 2010 (que exigen mayorías más grandes en las asambleas de bonistas) como los emitidos a partir de 2016 (que debería ser más fácil). Si se deja pasar esta oportunidad corremos el riesgo de que este default corto financiero, se transforme en una batalla larga legal que no le conviene a nadie. No hay que olvidar que las reestructuraciones exitosas lograron mayorías de más del 90%, con lo que es posible está al alcance de la mano.

Pero para que la economía vuelva a un camino de crecimiento no alcanza con solucionar el default; es sólo el primer obstáculo a sortear. Ahí no se acaba el problema y la pregunta es dónde estamos hoy.

Lamentablemente, nos falta un Norte en la política económica, algo que salta a la vista porque no tenemos presupuesto, no se conoce la política para bajar la inflación y hemos visto idas y vueltas con Mercosur.

Esta falta de claridad en la política económica de mediano plazo no sólo ha dificultado la negociación de la deuda. Preguntas tan sencillas como cual va a ser la política energética, que se piensa hacer con las retenciones a la exportación generalizadas, cómo se piensa reducir el déficit fiscal, cuál es el plan para bajar la inflación, cómo se va a dominar la brecha cambiaria, o cómo se piensa impulsar el ahorro y el mercado doméstico de capitales hoy no tienen respuesta.

Seguramente el Gobierno se va a ver forzado a dar precisiones sobre estos temas y presentar un programa económico cuando se negocie un acuerdo con el FMI. Ahí se tendrá que poner en blanco sobre negro el plan monetario para bajar inflación y los objetivos tiene el Gobierno con respecto a la política tributaria y fiscal. Es muy probable que esa negociación no sea fácil, porque tradicionalmente los programas del Fondo en países como Argentina han priorizado un superávit primario importante que asegure el pago de sus acreencias y una política monetaria de tinte ortodoxo para bajar la inflación

Además, si se va a un acuerdo de facilidades extendidas también pedirá políticas estructurales que ayuden al crecimiento, muchas de las cuales han sido tabú en la Argentina.

La pandemia nos pone ante desafíos extraordinarios y ha puesto la economía en jaque. También ha generado desequilibrios macroeconómicos que eran inevitables. Pero la pandemia va a pasar y ya hay que pensar en el día después.

Esta nota habla de: