Se despejó el camino, pero no hay que seguir por ahí

Despejado el camino de la amenaza de un largo y litigioso default, el gobierno de Alberto Fernández tiene todavía la posibilidad de evitar una dinámica de profundización irreversible de la crisis macroeconómica en la que se encuentra la Argentina. Sin embargo, los tiempos de eludirla y generar un cambio de expectativas que permita revertir el pesimismo que reina sobre el futuro se van agotando.

Hay quienes sostienen que el problema del Gobierno es de comunicación. Incluso desde dentro de la coalición gobernante hay quienes vuelven a señalar a los medios como los responsables de crear ese clima de pesimismo e incertidumbre. Pero el problema es otro: no es que se comunica mal, sino que no hay mucho que comunicar.

La falta de un programa económico integral (macro y estructural) que guíe la formulación de expectativas se nota hoy más que nunca. Su reemplazo por el "vamos viendo" y "más Estado" como ejes de una estrategia reactiva de política económica juega en contra de la estabilidad de las expectativas y de la recuperación de la confianza. La precariedad e inestabilidad de las reglas del juego está a la hora del día.

Haberle puesto punto final al default es un gran paso, pero todavía quedan cuestiones centrales por delante para abordar y resolver

Se impulsan medidas con vehemencia para luego ser descartadas rápidamente (algunas incluso antes de ser aplicadas) y todos los días se conocen Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), Decretos, Resoluciones, Comunicaciones y Leyes que afectan de manera significativa contratos, derechos y obligaciones.

La lista es muy larga. El Congreso sancionó desde el 10 de diciembre pasado unas veinticinco leyes, de las cuales alrededor de la quinta parte tiene efectos económicos significativos: Ley de Emergencia o de Solidaridad y Reactivación Productiva, Ley de Góndolas, Ley de Alquileres, Ley de Teletrabajo, Ley de Sustentabilidad de la Deuda Pública, entre las más significativas a mencionar.

El Presidente legisló mediante unos 55 DNU, de los cuales algo más de un 20% alteraron relaciones económicas de manera no trivial (congelamiento de tarifas y suspensión de cortes de servicios públicos; doble indemnización y suspensión de despidos; congelamiento de alquileres; congelamiento de cuotas de créditos hipotecarios; suspensión de la movilidad jubilatoria; reperfilamiento de bonos y diferimientos de pagos de intereses y amortizaciones; y la prohibición de ciertas actividades económicas en el marco del aislamiento obligatorio, entre otras medidas).

A esto hay que sumarle decretos presidenciales, leyes provinciales, resoluciones de los consejos deliberantes, de los intendentes, de la AFIP, del BCRA y de otros organismos que en muchas ocasiones presentan un ritmo tal que son imposibles de asimilar y cumplir. Y que, en la mayoría de los casos y peor aún, no hacen más que reducir la rentabilidad y competitividad del sector privado que es, no olvidemos, el que genera riqueza. Iba a borrar esto, porque debería ser algo obvio que el Estado no genera riqueza, pero a veces parece necesario insistir en ello.

Decidir cuál será el rumbo, el camino a seguir y la hoja de ruta resultan decisiones trascendentales para que Argentina tenga chances de crecer

No es por ahí. Argentina necesita un shock de competitividad. Tanto la estabilidad macro como la salida del default si bien son condiciones necesarias, no son suficientes para volver a crecer. Sin ellas, la aceleración de la dinámica de crisis es un hecho. Pero atención, aun cuando el Gobierno revea sus políticas macro e intente ponerle freno al aumento de los desequilibrios fiscales y monetarios, para no volver a caer en otra coyuntura crítica después de un corto período de aparente o relativa estabilidad, hace falta crear condiciones para un crecimiento sustentable.

El ministro Guzmán mencionó en un reportaje al diario Página 12 el domingo pasado que "no hay estabilización posible sin recuperación económica" y que "para estabilizar la economía hay que dejarla crecer". Más allá de que la causalidad propuesta por el ministro no parece ser la tradicionalmente aceptada (no hay recuperación posible sin estabilización), lo que está claro es que las políticas actuales no son precisamente las más adecuadas para dejar crecer la economía. Más bien todo lo contrario. Lamentablemente lo único que crece son el tamaño y el intervencionismo del Estado a costa de la rentabilidad y competitividad privadas.

En la Argentina suena a herejía defender la rentabilidad privada. Pero lo cierto es que un país es competitivo y puede crecer de manera sustentable, con estabilidad política y social, si su sector privado es rentable. Y tiene que ser lo suficientemente rentable como para poder generar empleo bien remunerado. Siguiendo con la causalidad, para que esto último resulte posible la clave es la inversión. Y no hay inversión sin rentabilidad.

En el primer trimestre de 2020, prepandemia, la inversión había caído un -10% respecto al cuarto trimestre de 2019 y se ubicó un -18% por debajo del primer trimestre de 2019. Lo que la llevó a un nivel de sólo un 12% en términos del PBI a precios corrientes, apenas un punto por encima del mínimo histórico de la crisis de 2002 (un mínimo que es muy probable por cierto que se haya perforado en el segundo trimestre de este año).

Es imposible, reducir la pobreza y el hambre (el objetivo que se fijó la administración Fernández al asumir) si no se recupera la inversión, el empleo y los salarios reales. La Argentina de las últimas décadas es un laboratorio que muestra que es imposible volver de la pobreza sin esas condiciones.

Ponerle fin al default es un gran paso, pero quedan cuestiones centrales para abordar y resolver. Decidir cuál será el rumbo, el camino a seguir y la agenda (la hoja de ruta) resultan decisiones trascendentales y urgentes para que Argentina tenga chances de crecer y de reducir la pobreza sustentablemente. Lo hecho hasta ahora no ha ido en esa dirección. El Gobierno debería dar señales concretas de que el enfoque y las medidas adoptadas antes y durante la pandemia no son parte de un dogma, ni son la norma si no la excepción.

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