Retrato del Presidente que nadie imaginó

Con un pasado de alto perfil, pero sin actividad como funcionario por más de una década, Alberto volvió a la Rosada.

A veces subestimamos a la política y a las capacidades de sus actores. Aunque también, en ocasiones, se los entroniza sin demasiado mérito de por medio. Este 2019 deja una enseñanza, tal vez conocida en parte. No hay que ser un cuadro brillante para ser Presidente, ni construir una candidatura durante años para poder ser competitivo en una elección. Sí, en cambio, prevalece como virtud la capacidad de diseño de una estrategia, tener la sabiduría justa para entender tiempos y formas de cómo presentar a un candidato. Aunque nadie lo tenga en cuenta. O pocos.

Hasta el 18 de mayo de este año, hace menos de siete meses, ni el más optimista integrante del círculo rojo, apostaba un centavo porque el 10 de diciembre Alberto Ángel Fernández iba a asumir la Presidencia de la Nación. Ni siquiera imaginaban que fuera candidato en las PASO este hombre de 60 años, que todavía dicta clases de derecho en la UBA, hoy convertido en Presidente, pero de quien se recordaba en la lejanía su paso como jefe de Gabinete y cerebro de la presidencia de Néstor Kirchner, de 2003 a 2007, y su salida a mediados de 2008 de ese mismo cargo, tras cortocircuitos con Cristina Fernández.

Fue justamente Cristina quien lo trajo de nuevo a la arena política a Alberto, más allá de su participación como armador en diferentes campañas durante la última década. Esas diferencias con la ex presidenta, salvables y conciliadas, más aquél recuerdo de funcionario probo que demostró ser en la etapa más valorada de los 12 años de kirchnerismo, fueron fundamentales para que Alberto se reconfigure y fuera el candidato ideal para acompañar a una ex presidenta que supo leer el partido y entendió que si jugaba de capitana el equipo perdía.

Cristina, en una enorme jugada política, le dio la cinta y Alberto no decepcionó. Se cargó la campaña al hombro, le dio entidad a su equipo y, de a poco, fue haciéndoles refrescar la memoria a aquellos que le habían perdido el rastro. La delicada coyuntura económica ayudó, también el bajo perfil que mostró Cristina hasta octubre (e incluso ayer), pero el ahora Presidente supo ponerle su propia impronta a la aventura electoral. Y lo ratificó en el armado del Gabinete, con mayoría de funcionarios cercanos a él, y muchos de aquél equipo de 2003 de Kirchner.

Así fue como Alberto se transformó en Presidente, con todo su expertise a cuestas, pero en un año en el que ningún fotógrafo fue a sacarle un click en sus vacaciones. La imagen de Roberto Lavagna en ojotas saludando al todavía opositor Miguel Pichetto; la irrupción posterior de Alternativa Federal como tercera fuerza con chances de pelear la Presidencia y dirigentes de mucho nivel de conocimiento en sus filas, como Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey y Juan Schiaretti; los nuevos brotes verdes que parecieron asomar y garantizar la reelección de Macri; la figura angelada de María Eugenia Vidal; el plan Larreta, y hasta la posibilidad de que el kirchnerismo intentara jugar en agosto y octubre con un candidato nacional bien propio como Axel Kicillof. Todo eso pasó. Ya fue.

Hasta el 10 de diciembre de 2023, Alberto Fernández tendrá el desafío de construir una presidencia con identidad propia, que seguramente buscará tener alguna reminiscencia de la de Néstor en 2003-2007 e intentará distanciarse de los dos mandatos de Cristina. Precisamente de la mujer que lo eligió para que liderara una fórmula que incluye a ella. Aliada hoy, impredecible siempre, es su mentora en este cuento de hadas que recién tiene escrito el prólogo.

Esta nota habla de: