Cuando la intervención oficial llega tarde, pierde parte de su eficacia

En sus tres años y medio de gestión, Mauricio Macri se mostró como uno de los presidentes más convencidos del poder del mercado. Si hay algo que lo diferenció de su antecesora, fue su obsesión por demostrar que una economía libre funciona mejor que una atada. Y si bien no aplicó esa regla a ultranza, si confió en el concepto. Pero los resultados nunca estuvieron a la altura de sus expectativas: los empresarios argentinos no tienen el mismo amor por el riesgo (ese es su principal factor de enojo con el círculo rojo) y la sociedad tampoco está acostumbrada a confiar en esos instrumentos. Conclusión: cuando el impulso de los privados se agotó y la crisis demandó respuestas, el Estado salió a la cancha a jugar, pero con poca convicción. Su intervención resultó escasa y el resultado quedó a mitad de camino. El Gobierno pagó el costo del giro heterodoxo pero sin lograr cosechar una mejora palpable. Las PASO se convirtieron en el cruel testigo de esa estrategia: todo lo que hizo Macri en el 2019 para estimular el esfuerzo, fue terminó siendo una "infidelidad" al programa original, por la que solo lo recompensaron uno de cada tres votantes.

Uno de los ejemplos más gráficos se dio el lunes: cuando toda la Argentina esperaba que las variables financieras pegaran un salto, después de la abultada derrota que recibió el Gobierno en las urnas, la respuesta oficial fue casi minimalista. Analistas e inversores se pasaron semanas teorizando sobre el poder de fuego del BCRA para atender una dolarización de carteras (en donde la respuesta oficial siempre fue que las herramientas a disposición eran suficientes). Pero ese día, el organismo aceptó vender solo u$s 50 millones (estaba autorizado ofrecer hasta u$s 250 millones).

El resultado, una devaluación de 15% en una jornada, se pareció mucho a lo que sucedió en 2018. El Central no tenía en sus hipótesis un plan para actuar ante semejante escenario (y si propuso otra cosa el lunes por la mañana, es obvio que el Presidente no la avaló). Y solo se limitó a ver que pasaba. Nadie habló en el horario de la rueda, convencidos de que es mejor dejar flotar al tipo de cambio a ver dónde se acomoda, y después actuar.

El problema para el Gobierno es que cuando interviene, llega tarde y eso le resta mérito a la acción. Está claro que Guido Sandleris tampoco quiere imitar a Luis Caputo su antecesor en el BCRA, que vivía atento al momento en el que podía adelantarse al mercado. A su manera, el equipo económico cree que el "mercado" (inversores profesionales, pero también ahorristas y plazofijistas) valora su comportamiento prudente y racional. Pero no siempre sucede. Ir en línea recta en el país del zig zag es un deporte de riesgo.

Esta nota habla de: