Misiones en primavera

Un mundo de tierra roja y cascadas

Las cataratas del Iguazú conviven con la selva y sus cielos, empapadas en esa estridencia sonora que plácidamente despierta los sentidos. La fauna, la flora, las ruinas jesuíticas y los senderos rojizos que zigzaguean por cada rincón de la provincia contribuyen a que la región se haya transformado en un destino de fama mundial.

Una garganta de infiernos. Un recodo gigantesco preso de la llovizna densa, tenaz, asidua a humectar las pieles de los que deambulan por su garguero atiborrado de leyendas. Un gran río que busca rincones y se precipita sobre sí mismo, acarreando entre las vetas de su espuma; huellas y nostalgias de tiempos jesuíticos en fusión constante con un inconfundible rastro aborigen. En esta especie de faringe endiablada, que en cierta manera carga de misticismo la caída del Iguazú en su arribo transcultural desde el Brasil, hay más de 5000 metros cúbicos de líquido por segundo que se escurren 70 metros aguas abajo en el territorio casto de la selva subtropical. Un rocío constante baña las orillas.

Narra la historia, que un guerrero guaraní buscó abrigo en el regazo de la muchacha equivocada; la prometida del soberano. Desafiando premoniciones y los brazos de los dioses encolerizados, ambos escaparon río abajo, navegando las aguas oscuras. Los dueños del cielo, atacados de furia ante la huida, hicieron que el lecho acuoso se derrumbara ante su paso. Entonces, la tierra y la efervescencia tronaron su angustia, la niña se convirtió en roca al llegar al fondo y el hombre, en árbol que la observa desde la altura. Es por eso que aún hoy puede escucharse desde lejos, el refunfuñar triste de los monarcas, que abundan en un quejido grave por la princesa perdida. Ese es el idioma de la cascada.

La provincia y el parque

Misiones es como un gran istmo geográfico que se inmiscuye entre Brasil y Paraguay. Una tierra de polvos rojos en permanente encuentro con los cien verdes de la jungla.
En la esquina noreste de la provincia se abre el parque nacional Iguazú. Tiene unas 55.000 hectáreas que albergan hasta 2000 especies vegetales identificadas, otro tanto sin clasificar y unas 400 variedades de aves. Hay también yaguaretés, tapires, osos hormigueros, arpías, ciervos, monos, guacamayos y los últimos perezosos que quedan en el planeta.

Al momento de visitar las cataratas, es recomendable hacerlo desde el lado argentino. Allí se descubren las mejores vistas. Hay pasarelas que, si el nivel del agua se encuentra dentro de sus cauces normales, permiten internarse hasta muy cerca de los saltos principales. De todas maneras, la mejor forma de ver esa majestuosidad que improvisa el choque de las aguas, es internarse por el río en una excursión en botes inflables. Las naves son seguras y llegan a pasar por debajo de algunas de las caídas más importantes.

  Las Misiones Jesuíticas

El 2 de julio de 1767, el mandato de la corona ya había cruzado el Atlántico y se mezclaba con la gente entre las callecitas empedradas de una Buenos Aires dependiente: las misiones jesuitas debían esfumarse de los rincones americanos y los feligreses de la hermandad serían devueltos a su lugar de origen, España. Demasiado recelo entre monarcas ibéricos y autoridades eclesiásticas, y de los productores del té europeos, que veían en la yerba mate su principal competidora internacional.

Los jesuitas, con sus formas organizadas, su respeto por las culturas nativas y sus técnicas innovadoras para trabajar la tierra engendraron, sin saberlo, su propia condena. Una posible potencia de este tipo en América era una peligrosa amenaza a la dominación española. En pocos meses, después de contiendas y confusiones, las misiones quedaron desiertas y comenzó la decadencia.

Las Misiones Jesuíticas fueron el ejemplo más claro de que una integración cultural entre dos mundos distintos era posible. Fue el único encuentro entre España y América que no estuvo basado en una idea de conquista e imposición de credos y costumbres por la fuerza por parte de los primeros. Los misioneros se acercaron a los caciques de las tribus aprendiendo la lengua nativa, y a través de una labor comprensiva y tolerante, lograron relacionarse con los aborígenes.

Hace ya tiempo, en un claro intento por recuperar parte del esplendor que el abandono les quitó a las misiones jesuitas, se ha puesto en funcionamiento un proyecto que tiene como objeto integrar a estos monumentos, muchos de ellos declarados patrimonio de la humanidad, en circuitos culturales comunes. 

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