Massa, la antipolítica y las explicaciones que CFK no dio

El exgobernador narra desde su experencia la historia política reciente del país. De Alfonsín a Menem, de Cafiero a Duhalde, de Francisco a Kirchner y de Cristina a Macri. En este fragmento, qué piensa de Massa, tras su alejamiento del FR, y la derrota del 2015.

(...) Massa insistió en ser lo nuevo, lo no ideológico. Sin diagnóstico causal sobre los dramas argentinos, solo se refirió a sus resultados. Apostó a eso, y fue -es- eso. "Hay otra forma de hacer política. Dejar de discutir cargos y pasar a discutir programas de gobierno. El camino del cambio es no tratar de sacar ventajas de corto plazo sino pensar en un país mejor para nuestros hijos y nietos", dijo.

Esas frases, con las que la mayoría coincidió, no plantearon los conflictos de fondo. Sergio acusó a una supuesta manera de hacer política de ser el problema básico de la Argentina: la culpa era de los políticos. Lo escuchaba y me sentía ajeno a ese estilo, como el castellano neutro de las series dobladas. Me parecía un político moderno que creía que la única forma de llegada masiva anidaba en la negación de la propia función.

El primer Perón, al proclamar que "mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar" dejaba a la oposición sin legitimidad, precisamente por ser oposición. Un opositor habla, el gobierno hace.

El pueblo estaba con Perón, con el que hacía. ¿Quiénes eran los otros? Los políticos, la politiquería, los que no habían hecho nada antes, y seguirían politiqueando durante su gobierno. Pero en los 60, en la resistencia contra el Partido Militar, coloca a la política de nuevo en el centro. "Renunciar a la política es renunciar a la lucha; y renunciar a la lucha es renunciar a la vida. Porque la vida es lucha", decía en un póster que muchos pegamos en nuestras paredes.

Transcurridos cuarenta y cinco años, la fórmula antipolítica vuelve, pero ya no está la revolución peronista. Viene desde la derecha de la pantalla, en los años de Menem. La política (Alfonsín, en menor medida Cafiero) había fracasado. Llegaron desde Bunge y Born hasta Reutemann, pasando por el Soldado Chamamé, que no andó.

El tema se volvió recurrente hasta que se instaló como una permanente contribución de la política a su propio desprestigio.

Massa, convencido del divorcio entre el pueblo y sus representantes, no hace nada por reparar el vínculo en su discurso esencial. Sin novedad u originalidad, se corre el riesgo de ser otra versión del prototipo que propone Cambiemos. Sergio es parte de una cultura muy extendida, la de quienes han tenido la epifanía duranbarbiana.

Mide el futuro inmediato a través de la información en tiempo real como elemento principal. Usa los macrodatos, y no la relación causal, lo que el coreano Byung-Chul Han llama la ausencia de comprensión, no pretender saber la relación causa-efecto. Acepta el esto es así y punto. vive pegado al chat con todos para construir su propia tribu, pero también para hablar con todos, es decir, con los adversarios, algo que maneja con solvencia. Pero hablar por chat puede ser la mejor manera de no saber.

Como la mayoría, esconde su estrategia -mientras puede- frente a los temas e incluso sobre el verdadero camino a seguir. Hace hablar a sus asesores, o a sus voceros, o a los políticos que se prestan a repetir. Él se preserva.

Pertenece al biotipo más extendido: el debate no sirve demasiado, hay que alinear las conductas y homogeneizar el mensaje, sin sutileza. ¿Persuadir? Se pierde tiempo.

Cada tanto, esa idiosincrasia provoca rebeldías, y retrocede. Como si hubiera que arrancar de nuevo en forma cíclica.

Massa erra mucho. Las pruebas están a la vista.

Pero si alguien cree que puede aprovecharse de su traspié -Sergio ya fue- lo encontrará de pie y recompuesto. Tiene templanza, como si Dios lo hubiera dotado de esa condición para que soporte sus falencias. Desde Rudyard Kipling, que le adjudicó al temple la calificación más alta, hasta el siniestro Roger Stone, asesor ultraderechista (de Richard Nixon a Donald Trump) sobre destrucción del adversario, se llega al mismo punto: un político nunca puede considerarse derrotado sino que debe ver las batallas perdidas como excelentes fuentes de experiencia. Hay que saber hacer autocrítica sin paralizarse, porque todo lo que tiene uno, es uno mismo. No hay camino asfaltado hacia la victoria. ¿Cuánto riesgo tomarás? Thats the question.

Está claro que en el 2013 Massa aceptó todos los riesgos y ganó. Después empezó a protegerse, a cuidar el capital, y así llegó al 2015.Recurro a mi fanatismo por el cine: "¿Qué te digo siempre?", le pregunta Frankie Dunn, el entrenador, a su pupila Maggie en Million Dollar Baby, de Clint Eastwood. "Que me proteja", dice la pequeña boxeadora sin rumbo en la vida. "Pero después, ve por lo tuyo sin dudar", remata Dunn. Se trata de ambas actitudes a la vez. Boxear es difícil. Boxear bien es excelso.

Frente al balotaje, tomé la decisión de no votar por Macri y aproveché el aniversario del 17 de noviembre de 1972 para mostrarme con peronistas como Jorge Taiana, Juan Pablo Cafiero, Cristina Álvarez Rodríguez, el Chino Navarro y Pepe Albistur, que cumplía años.

Nos juntamos en el Museo Evita -obra que se debe al empuje de la sobrina nieta de Eva Perón, Cristina- y nos dejamos fotografiar. Votar por Scioli era incoherente con las durísimas críticas que le había hecho a su no gestión en la campaña, pero votar por Macri era volverse antiperonista en serio.

Ganó Macri y resultó inevitable preguntarse por la actitud de Cristina durante la campaña. ¿Creyó que era mejor dejar, esta vez definitivamente, a Scioli navegando sin norte, en vueltas interminables? ¿Participó del cambio de la última quincena, cuando el kirchnerismo entrevió su derrota y salió tardíamente a apoyarlo? ¿Imaginó tal vez que la calle sería de ella, que si Macri ganaba no podría gobernar ni un minuto tranquilo? Cristina no respondió a estas preguntas en los últimos dos años. Si ella hubiera echado algo de luz a la oscuridad en la que se sumergieron quienes votaron fielmente hasta el final, nada hubiera sido como resultó. El final fue lamentable. En una confusión deliberada nadie cumplió su papel. La Presidenta actuó como una celebridad ofendida, cuando era una líder circunstancialmente derrotada. Comenzó una tensión absurda, un conflicto personal entre las dos personas con mayor responsabilidad del país. Por fin, después de muchas vueltas, Macri fue recibido en Olivos. Pero Cristina no quiso entregar los atributos del mando en la Casa Rosada, prefirió despedirse con ovaciones amigas en el Congreso. Y Macri, en lugar de acceder a ese capricho -porque se disponía a asumir un mandato fenomenal, honroso: el mayor- actuó como el jefe de una patota para mostrar que mandaba él: Cristina debía ir a la Rosada, donde los amigos eran los nuevos oficialistas. Demostró una inseguridad profunda y una incapacidad de controlar una reacción ante el odio en lugar de aceptar con humildad, tal vez dejarse chiflar, y ganar la batalla final, que para él hubiera sido la primera.

El fiscal Jorge Di Lello opinó que el mandato del Presidente que sale finaliza a las cero horas del 10 de diciembre, y la jueza María Servini de Cubría lo respaldó. Por lo que se puede suponer que no habrá ya ningún mando que traspasar el día que la Constitución señala para esa ceremonia esencial, llena de contenido. Tiempo después, Di Lello me ratificó que era así.

 

Con todos

 

Ingeniero agrónomo de profesión, Solá dirigió el Ministerio de Asuntos Agrarios en 1987, bajo la gobernación de Cafiero. Dos años Más tarde, se hizo cargo de la secretaría de Agricultura de la Nación con Menem presidente. Fue vicegobernador de Buenos Aires y con la crisis de 2001 se convirtió en gobernador, cargo en el que fue ratificado por los votos en 2003. Desde 2007 es diputado nacional. Tras romper con el kirchnerismo saltó al FR de Massa hasta que se abrió y formó un monobloque. Ahora, busca su lugar en el universo peronista con un nuevo acercamiento a CFK.

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